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SAHARA CASTILLO

Pasaron más horas de las que imaginé para llegar a la casa de mi familia, por la nieve que ha empezado a caer sobre la ciudad y sus alrededores el tráfico es un desastre y en estas fechas todos están empeñados en comprar más de lo que necesitan. Son casi las once de la noche cuando por fin llego a mi destino.

Mamá esta en la puerta esperándome como es costumbre, su gigante abrigo rosa casi se la traiga completa, además que con sus pantalones enormes térmicos pareciera que fuera a una excursión al Polo Norte.

Rápidamente llega a mi y me envuelve en un abrazo al apenas salir del taxi. Sus brazos me envuelven y siento que mi cuerpo se relaja, nada como un abrazo de mamá para recargar las energías. Han pasado dos años desde que tuve uno, por eso no quiero que este termine nunca.

—Te extrañé mucho mi niña — dice en mi oído.

—Yo también mamá.

En algún momento ambas empezamos a llorar porque cuando nos separamos tenemos los ojos llenos de lágrimas.

Empezamos a sacar mis maletas del auto y ella no ha hecho ninguna mención de Bill, lo cual es sospechoso. Debería estar atormentándome con preguntas sobre él o incluso el idiota ese debería estar aquí para ayudarme a sacar mi equipaje.

Cuando le he pagado al taxi y entro a la casa una nostalgia me invade. Es la casa familiar que recuerdo, la chimenea ardiendo en una esquina, el sofá amarillo horrible del abuelo aún está ahí, hasta la televisión del siglo pasada está todavía en la sala de estar. A papá le encantaba esto, creo que por eso mamá no lo ha querido cambiar.

Desde que murió hace cinco años en un accidente en su trabajo — era piloto de camiones de carga —, mamá se ha encargado de que la casa esté intacta, tal como él la vio la última vez. Ella dice que eso la ayuda a conservarlo cerca de ella, y quién soy yo para reprochárselo.

—Cariño, tengo algo que decirte —habla mamá nerviosa cuando me siento en el sofá.

—¿Si? —pregunto con duda ante su nerviosismo.

—Una señorita nos llamó para indicar que tu novio —sus manos se retuercen mientras habla—, no aparece en el radar desde que despegó.

—¡¿Qué?! —salto de donde estoy sentada y un nudo se forma en mi estómago.

No, no. Esto no puede estar pasando, ¿Y si se accidentó? ¿Si murió? Todo sería mi culpa, oh por favor me llevarán presa si sabían a dónde venía. Soy muy joven para que mi nombre sea manchado, su familia vendrá por mi cabeza.

—¿De verdad te preocupo tanto? —escucho una voz grave saliendo de la cocina.

— ¿Qué está pasando? — pregunto más enojada que con incertidumbre.

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