DIECISIETE

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El estruendo producido por una explosión y el posterior derrumbe de la parte de arriba de uno de los rascacielos nos hace estremecer. Veo como a lo lejos la estructura de hormigón y cristal cae, acabando con parte de los edificios anexos, cristales se hacen pedazos y el sonido que producen se mezcla con los chillidos de la gente aterrada.

Nosotros observamos el panorama con claro desconcierto, Xea y Leki en especial abren mucho los ojos.

—El edificio gubernamental —susurran al unísono.

No tenemos tiempo siquiera de procesar lo que acabamos de ver cuando cientos de explosiones azotan el resto de edificios y calles. Son menos poderosas, pero aun así cubren la ciudad de un denso humo gris. Los recicladores de aire bufan con fuerza, absorbiendo lo más rápido que pueden el aire contaminado y transformándolo en oxígeno. Pero el fuego se propaga demasiado rápido. Ni siquiera los bomberos saben cómo reaccionar a lo que acaba de pasar. Su número es muy reducido, no están preparados para nada similar a esto.

Un nuevo alarido capta nuestra atención. Personas ataviadas con bandanas y máscaras improvisadas pueblan las calles. En su mayoría visten el color de la esperanza, el mismo color que representa al Vínculo: el verde. Las tonalidades varían desde pastel hasta colores tan saturados que hieren el ojo. Gritan un mensaje, un mensaje que se deja oír entre el bramido del fuego:

¡Unidos! ¡Somos un Vínculo!

Reparten bandanas y pañoletas entre los transeúntes confusos. Algunos se unen, cubren sus rostros con ellos y corean el mismo mensaje. Otros huyen, se van tan lejos como pueden del humo.

Así no actúa el Vínculo, ese no era mi mensaje.

Seguimos observando atónitos desde nuestra posición privilegiada, estratégicamente colocados para que ellos no nos puedan ver. Siguen coreando el mismo mensaje, cada vez seguido de más voces. Los disparos llegan poco después. Policías disparan contra ellos, usando en un principio armas no letales. Sin embargo, la turba no se amedrenta, al contrario, se hace más fuerte. Crece ante las amenazas. Avanzan con decisión hacia los agentes de la ley, les superan en número, la policía parece una sombra en comparación.

Una turbina de aire estalla, y está claro que eso no formaba parte del plan. Sus astas salen disparadas, cuchillas giratorias listas para acabar con lo que se ponga por delante. El grupo de personas se separan, huyen de la trayectoria de esas incontroladas armas. Yo cierro los ojos, no quiero verlo. Oigo el estrépito metálico que produce una de las astas al chocar contra un edificio y encastarse en los ladrillos.

Si este reciclador ha caído, ¿cuánto le falta al resto? Solo pensarlo me hiela la sangre. Sin recicladores, pronto se agotará el oxígeno, el aire se llenará de dióxido de carbono y nos intoxicaremos con nuestras propias exhalaciones. Hyo ve mi desazón y me estrecha contra él.

—Hay que abrir el campo de fuerza —murmura decidido.

Le miro y asiento.

El grupo de personas que aclama libertad es más grande aún. Los policías se miran los unos a los otros, confundidos, asustados. Ellos no pueden contenerles. Solo los drones pueden. Y justo en el extremo de mi visión aprecio como una mujer ataviada con una bandana negra apuñala a los de su alrededor. Suelto un grito ahogado al comprender que esa mujer es un androide. Pronto estalla el caos. La gente corre, huye por las calles, esquiva los proyectiles de energía que sus compañeros disparan. La policía reacciona e imita a los androides, aun sin saber que lo son. Un escalofrío me recorre la espalda.

Xea nos da unos pañuelos verdes con los que cubrir nuestro rostro. Ella no viene con nosotros. El Vínculo ya ha contestado a su llamado, ya ha conseguido lo que tanto anhelaba. Es libre, completamente libre, su única causa ahora es que salgamos ilesos del edificio.

Así que los tres avanzamos rápidos pero cautelosos. Xea nos guía por el laberinto de callejuelas abandonadas y llama la atención de dos policías cuando pasamos junto a ellos. Leki nos coge a Hyo y a mí de los brazos y nos obliga a escabullirnos por una calle abarrotada de personas. Oigo como los agentes disparan a Xea y siento que una lágrima se desliza por mi mejilla. Es muy probable que haya muerto, muerto por nuestra causa, por ayudar al Vínculo. ¿Cuántas personas más están perdiendo la vida por lo mismo?

No tengo tiempo para darle vueltas a esa duda incipiente, pues me he de concentrar en el camino frente a nosotros. Golpeo hombros y brazos, piso manos y pies intentando hacerme un hueco entre el gentío. Evitamos los letales asesinos que acaban con decenas de personas en pocos minutos.

Contengo la respiración hasta el punto que empiezo a marearme. Exhalo, cojo aire de nuevo y me fuerzo a concentrarme en mi respiración para no marearme. El aire enrarecido no ayuda, el humo tampoco, se cuela en mis ojos y hace que estos se llenen de lágrimas. Me arden los ojos y los pulmones.

Cuando pasamos frente al fuego crepitante me estremezco. Veo como las llamas devoran cruelmente todo lo que hallan a su paso. Se alzan señoriales frente a una ciudad perfecta que se cae en pedazos. ¿Será igual en todas las partes de la ciudad? Hyo me agarra del brazo con suavidad y me insta a caminar. Él no está afectado por la pésima calidad del aire y tampoco parece estar incómodo con la elevada temperatura. Al fin y al cabo, es un androide, puede soportar esto mucho mejor que cualquier humano.

—Hay que llegar al centro de seguridad, junto al edificio gubernamental —explica Leki entre jadeos, se esfuerza por coger aire, pero ni siquiera la tela es suficiente para filtrarlo—. Una vez allí no tengo ni idea de qué debemos hacer.

—Si planearon esto, ¿no habrá gente allí? —mi voz suena ronca por el humo.

—Esperemos que así sea —Hyo escudriña el cielo, techado por las ondas azules de energía—, no queda mucho oxígeno.

Emprendemos nuestra marcha, esta vez más apresurada. Me sorprende ver cómo podemos escabullirnos tan fácilmente. Demasiado fácil tal vez. En algún momento, Hyo se agacha frente a un cadáver que no me atrevo a mirar y recoge su pistola. Un policía. La ajusta para que sus disparos no sean letales y se abre camino cuando un grupo de personas exaltadas se abalanza sobre nosotros.

Unas manos me apresan, me agarran por los hombros y me obligan a retroceder. Es un hombre alto y delgado, de barba mal cuidada y ojos muy abiertos. Me sacude y chilla. No lleva ninguna bandana ni pañoleta, es un simple hombre que disfruta de hacer daño a los demás. Me escabullo entre sus piernas, arrastrándome por el pavimento, rasgando mis pantalones por la zona de las rodillas. Le golpeo con una patada en la zona baja de la espalda. El hombre se recompone rápido, arremete contra mí al tiempo que le golpeo con mi hombro en sus costillas. Siento el impacto como si una roca cayera sobre mí, el hombre exhala, le dejo sin aire en los pulmones y tose. Lo aturdo lo suficiente para zafarme de él y reunirme con Leki y Hyo, que están rodeados de personas con miradas crueles y sonrisas torcidas. Reconozco a este grupo de Marginados por sus tatuajes. Son muy peligrosos, de los pocos que suelen acabar entre rejas. Adictos a la violencia y el dolor. Sus cuerpos llenos de cicatrices lo corroboran. Y este caos les divierte.

Son cinco personas, nos superan en número. Pero no en astucia. Tecleo rápidamente en mi brazalete y lo programo para que emita una luz cegadora. Miro a Leki y Hyo, esperando que me comprendan. Ellos forman un triángulo junto a mí y yo deslizo mis dedos hacia sus respectivos brazaletes.

Cerramos los ojos cuando las tres pantallas relucen. Oigo a los Marginados aullar y esto nos proporciona el tiempo suficiente para salir corriendo. Nos escabullimos entre la multitud y por suerte les dejamos atrás antes de que puedan recuperarse.

Toso por culpa del aire que nos rodea, cada vez más denso y cálido. Me quema la garganta y el pañuelo no brinda mucha ayuda, hace que el sudor se condense alrededor de mis mejillas. Retiro la tela sucia de mi rostro y continúo corriendo. Leki me imita unos instantes después. Hyo es el único que se mantiene incansable, le envidio en parte por ello.

Cuando siento que me van a fallar las piernas, la aflautada voz de Leki nos anuncia que hemos llegado al centro de seguridad. Observamos el edificio rectangular de hormigón oscuro. Todos los cristales están tintados. El edificio permanece intacto, ajeno al caos su alrededor, ajeno al edificio gubernamental que se cae en pedazos a su lado.

Las puertas de grueso acero están completamente selladas. Una turba de personas a su alrededor lanza rocas, algunos incluso disparan, con lo que únicamente consiguen dejar marcas en la fachada, sin producir daño alguno.

¿Cómo vamos a entrar?


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