Epílogo

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Hoy es un día de fiesta. Han pasado ya dos años desde que los campos de fuerza cayeron. La vida no ha sido sencilla desde entonces, pero nos las hemos apañado. El proyecto para abrir las murallas está en marcha y lo que antes eran altos muros de hormigón ahora es un enorme acceso a la ciudad. Sigue estando protegida por otros lados, pero al menos ahora hay libre acceso a ésta.

Las labores de limpieza fueron arduas, pero al fin la ciudad reluce bajo la luz del sol. Es verano, el sol ilumina los campos y las casitas que se han construido en las afueras. Un vaivén de personas llena de vida las calles. Guener juega con Fiko, que se mantiene tumbado a su lado. El bebé rechoncho se ríe cada vez que toca el pelaje suave del canino. Sin duda Fiko disfruta de su compañía, pues siento que le mira con ojitos tiernos a cada momento y está pendiente de que no le pase nada.

Descubrimos que mi madre estaba embarazada unos meses después de que acabará todo. Fue una sorpresa inesperada, más teniendo en cuenta que mamá no podía quedarse embarazada. Pero Guener es un regalo, es un niño sano, fuerte y risueño. Y tiene una familia maravillosa.

Al principio, me costó relacionarme con papá. Sentía algo de rencor que no me dejaba abrirme a él. Pero pronto vi que somos prácticamente iguales y que nos quiere demasiado. Disipé esas emociones negativas que no me aportaban nada bueno. Mamá tenía razón con eso de que nos parecemos. Y ahora me siento completa, las piezas de mi puzle se por fin encajan.

Ahora, ya no vivimos en el pequeño pisito que teníamos en la ciudad, sino que nos hemos instalado en una modesta casita de paredes blancas en las afueras, junto al prado.

Papá me entregó un libro, uno de lomos de cuero viejo y papel amarillento. Me explicó que aquel era el diario de donde había conseguido la información respecto a los humanos anteriores, desde donde codificó la información en el interior de mis nanobots. Me dijo que ya era hora que pasara a mis manos y que, con el tiempo, continuara rellenando sus páginas, tal y como hago ahora.

Según tengo entendido, Yaroc se marchó con esa enfermera a explorar el mundo, y de vez en cuando nos escribe cartas que los Viajeros tardan en traer. Es difícil contestarle cuando se mueve tan deprisa, pero al menos sabemos que está bien. Gathol les acompañó en algunos de esos viajes, pero se ve que Témira le fascinó y ha decidido quedarse ahí.

Ogue y su familia se marcharon a su ciudad natal, donde, según nos han explicado, han establecido una clínica que está ganando bastante prestigio.

Y yo... Bueno, yo aquí estoy. Me encargo de ayudar a los agricultores a arreglar sus máquinas y llevo unos meses intentando desarrollar un videojuego, nada muy elaborado, una RV sencilla, tranquilizante y agradable. No me gustan los juegos de violencia, me ponen nerviosa, tardé mucho en sanar respecto a la muerte de Dalir, no quiero ahora desarrollar algo que me recuerde a ella.

Termino de ver como mi hermano juega con el perrito, lo dejo en la cuna y me preparo para la fiesta. Me pongo un vestido blanco con flores de color amarillo pastel. Un cinturón de margaritas lo complementa. Me ha crecido el cabello y recojo los mechones de delante en unas trenzas finas. Al tomar el sol, mi piel ha pillado algo de color, permitiendo que decore mis manos y antebrazos con henna blanco.

Cada verano, hemos decidido celebrar una fiesta con música y bailes hasta el anochecer, hasta que las melodías alegres son sustituidas por algún arpa o instrumento modesto, que suena hasta la medianoche.

Cuando termino de prepararme, me despido de mi familia y salgo rápidamente en busca de Hyo. La fiesta empezará dentro de poco y no quiero perderme el baile de obertura y los canapés. Creo que lo que más me llama en realidad son los canapés que el baile, y solo de pensarlo, me ruge la tripa.

La casa de Hyo es una que él mismo ha construido. Está cubierta de flores de papel que Myd se encarga de hacer. La pequeña Myd del Centro de Mando, pues al parecer todas sus hermanas perecieron. La niña no vive con Hyo, pero él la trata como si fuera su tío, verlos interactuar me enternece el corazón.

Cuando entro a la casa, me percato que está vacía. ¿Dónde se ha metido? Llegaremos tarde. Y entonces pienso que tal vez esté en el lago, le gusta mucho ir ahí a meditar y nadar o, mejor dicho, a reír mientras me ve patalear en el agua. No es que sea un mal maestro a la hora de enseñarme, pero es que sencillamente no soy capaz de coordinarme para nadar en condiciones. Pensar en ello hace que se me dibuje una sonrisa en la cara.

Correteo por el bosque hasta llegar al lago, donde lo veo sentado en la hierba, con los ojos cerrados, mientras piensa. Viste unos pantalones cortos y una camisa remangada, desabrochada por arriba. Ha dejado crecer su cabello sintético y la manera en que se lo peina le da un toque desaliñado. Me acerco a él y me dejo caer a su lado.

—He probado una nueva subrutina, creo que estoy muy cerca, Yadei —se vuelve hacia mí y me sonríe ampliamente, ilusionado.

Yo correspondo su sonrisa, le miro con la misma emoción.

—No sabes lo feliz que estoy.

—Yo creo que sí —Hyo dibuja una sonrisa torcida y se gira hacia mí para hacerme cosquillas. Río.

Cuando todo pasó y nuestras heridas sanaron, Hyo recuperó el cuerpo de su hermana y comenzó a reconstruirla, poco a poco, sin obsesionarse. Y cada día, Misuk está más cerca de recibir su segunda oportunidad, la oportunidad de vivir como un ser libre.

Cuando ya siento que me duelen los abdominales de tanto reír arremeto contra Hyo. Él se ríe, aun si no tiene realmente cosquillas, pero disfruta ver mi falso enfado. Me mira a los ojos y me acaricia la mejilla.

—Vamos a llegar tarde, princesa.

—Mira quién lo dice, el que ha decidido irse al lago.

Ambos nos reímos. Mi estómago ruge y es la señal que hace que Hyo se levante. Recalca que los canapés son lo más importante de la fiesta sin duda y envidia mi sentido del gusto. Y yo no puedo parar de reír porque lo dice en un tono tan serio que me recuerda a un investigador dando una conferencia. Finge molestarse y solo consigue que mi risa aumente, hasta que al final los dos llegamos al pueblo riendo a carcajadas.

En la fiesta bailamos y disfrutamos de la rica comida, reímos mucho, nos abrazamos. Hemos hecho muchos amigos y turnamos nuestras parejas de baile, aunque al final, en los bailes lentos, siempre es Hyo quien me saca a bailar.

Myd disfruta de la fiesta junto a sus padres. No son realmente una familia en sí, pero actúan como tal. Cobalto y Xea cuidan de la pequeña androide mientras aprenden a convivir con los humanos. El instinto maternal de Xea, implantado en su programa de niñera, hace que su relación con Myd sea muy tierna. Cobalto improvisa, incompleto como está de parte de sus programas, pero nadie se lo tiene en cuenta. Hemos aprendido a convivir humanos con máquinas. Pocos son los androides que sobrevivieron, la mayoría fueron reiniciados y se hallan como Cobalto, vivos pero incompletos. Pero los humanos hemos establecido un vínculo con ellos. Sonrío ante la ironía.

La fiesta va acabando, la medianoche se acerca y las estrellas pueblan el cielo. Hyo y yo bailamos juntos, el último baile de la noche, ya prácticamente todos se han retirado.

—¿Quieres contar estrellas en el lago? —me pregunta mirándome a los ojos.

Yo asiento y él me coge de la mano. Y caminamos iluminados por la luz de la luna, hasta el lugar donde el cielo se funde con la tierra y las estrellas se dibujan el cielo.

Juntos.

Juntos

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