Capítulo 5

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Damyan tomaba un café sentado en el pasillo del hospital. Desde
primera hora tuvieron mucho trabajo. Cada vez recortaban más personal
y cada enfermero o enfermera tenían el trabajo de tres. Pero en esos
momentos agradecía tener menos tiempo libre, así lograba pensar en
otras cosas y no solo en ella. Estaba desesperado, dos largas semanas
sin saber nada. La llamó, le mandó varios mensajes, pero ella seguía sin
ceder. Como no le cogía el teléfono, le mandó mensajes pidiéndole
perdón, suplicándole que por favor le diera la oportunidad de hablar las
cosas, de explicarse. Nada, todo fue en balde, no daba su brazo a torcer.
Intentó ablandarla con mensajes tiernos: que la echaba de menos, que de
verdad lo sentía. Todo sin éxito.

Nunca había ido detrás de una mujer como estaba haciendo con ella.
No podía quitarse su imagen de la cabeza, su sabor, el suave tacto de su
piel. El deseo que sentía hacia Tara era demasiado fuerte, pero no solo
el deseo. En la cena estuvo muy a gusto a su lado, descubrió partes de
ella que le atraían. Le intrigaba. Era divertida, independiente, inteligente.
Todo iba tan bien, hasta que se le ocurrió grabarla. Fue una tontería,
era cierto que no tenía por qué fiarse de él, pero su reacción fue
demasiado exagerada. No le permitió ni hablar. Pensó que quizá cuando
se le pasara el enfado le volvería a llamar, pero no fue así. Recordaba su
cara, realmente se había asustado. Lo hizo porque necesitaba verla,
quería analizar cada movimiento de su cuerpo, ese cuerpo que tanto lo
enloquecía. Si hubieran seguido con todo aquello esa noche no le habría
importado que ella hiciera lo mismo con él. Sabía que le gustaba jugar,
se lo demostró en la cita, y así había visto él ese episodio, como un
juego más. Pero se equivocó.

Ya había perdido las esperanzas. Tara no daría su brazo a torcer, y
por más que quisiera encontrarla no tenía su dirección. Lo único que
sabía era que trabajaba en un taller mecánico. Sería como buscar una
aguja en un pajar, Madrid era demasiado grande para localizarla, no
podía ir taller por taller. Se sentía como un tonto con aquella forma de ir
detrás de ella, incluso llegó a pasarse por el cine donde la conoció. Era
absurdo, si estaba huyendo de él lo último que haría sería ir allí, pero no
pudo evitarlo. Fue como sentirla más cerca. Recordó cada instante,
cuando la vio por primera vez y se sentó a su lado, cómo lo atravesó un
chispazo de deseo al tocar su mano. No fue capaz de controlarse y la
tomó allí, en el asiento del cine. Él mismo se sorprendió por su actitud,
pues lo llevaba a un punto donde no se reconocía a sí mismo.

No podía seguir así, por lo que tomó una decisión: había llegado el
momento de olvidarse de ella. No quería parecer un loco desesperado.
Además, estaba asustada, y si la perseguía la asustaría aún más. La
dejaría en paz, era lo mejor. En el fondo sentía algo de rabia e
impotencia, porque ella no parecía haberle importado alejarse de su
lado, y sin embargo él estaba totalmente obsesionado. Llegó a la
conclusión de que quizá Tara nunca había sentido lo mismo que él.
Se centraría en su trabajo y fin de la historia. Tenía que olvidarla, por
muy difícil que fuera.

Miró hacia la izquierda al sentir que alguien se acercaba corriendo:
—Damyan, ¿no te has enterado? —le dijo su compañero Alberto
todavía sin aliento.
—¿Qué pasa?
—El preso que lleva tres años en coma. ¡Se ha despertado!

Damyan se quedó sorprendido. Todavía se acordaba de cuando lo
llevaron al hospital. Al principio un policía hacía guardia en su
habitación, pero cuando fue pasando el tiempo y vieron que no mejoraba
quitaron la vigilancia. El hospital tenía órdenes de que si despertaba
avisaran al departamento de policía para que pusieran todos los medios
y así evitar que el preso escapara. Al parecer le habían dado una paliza
en la cárcel, dejándolo en coma, y desde entonces seguía así.
Nunca dio muestras de responder a los estímulos ni había
experimentado ninguna mejoría en todo ese tiempo. Él era uno de los
encargados de vigilarlo y ver si se producía algún cambio en su estado.
Ese día había comenzado como los anteriores, el paciente seguía sin
respuesta al dolor, reacción pupilar debilitada y apenas mostraba
reflejos fugaces. Nada hacía pensar que podría despertarse.
Se levantó y siguió a su compañero para ver al paciente.

No he acabado contigo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora