Capítulo 9

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El corazón de Damyan retumbó contra su pecho. No se podía ir. La última vez que desapareció pensó que nunca volvería a verla y casi se volvió loco. No quería que ocurriera lo mismo de nuevo. Dejó de abrazarla y se apartó de ella.

Tara lo miró. En sus ojos reflejaba tensión y determinación. No tenía que haber dicho en voz alta esas últimas palabras. Si se iba era mejor que él no lo supiera, pero salieron sin más de su boca.

Él se cruzó de brazos y se apoyó en la encimera de la cocina.

—Voy a decírtelo solo una vez más. —Hablaba con un tono de voz bajo y amenazante—. Vas a contarme qué coño te ha ocurrido en el pasado y no me moveré de aquí hasta que lo hagas. ¿Lo has entendido?

Tara se puso a la defensiva al escucharle hablar así. Se secó las lágrimas y la tristeza que sentía hacía unos instantes se transformó en rabia.

—Sí, lo entiendo perfectamente, pero no me sale de los huevos decirte nada.

—Un día voy a limpiarte esa boca con jabón. —Se fue acercando de nuevo hacia ella, hasta que se quedó cerca de su cuerpo. La fuerza que le transmitía la imponía, pero no se amedrentaría.

—Si no te gusta ya sabes dónde está la puerta.

—Sí me gusta. Ese es el problema. Me gustas demasiado para dejarte marchar y tú te empeñas en alejarme de ti. —La cogió de la cintura—. Tara, te aseguro que en toda mi vida nunca he ido detrás de una mujer como lo estoy haciendo contigo, y mucho menos de forma tan paciente.

—¿Paciente? —Le dio un empujón y se separó de él enfadada—. Miraste en mi cartera para ver dónde vivía, apareciste en mi casa sin ser invitado y le has enseñado una foto mía al hombre que más daño puede hacerme.

—No voy a pedirte más veces perdón por eso. Debes contarme lo que te ha ocurrido, y te advierto una cosa: si tú no lo haces se lo preguntaré a él. Tú decides.

—¡No! —contestó rápidamente algo asustada.

—Entonces empieza a hablar.

Tara se quedó mirándolo. No sabía qué hacer. Por un lado no quería decírselo, solo tenía que desaparecer, pero si lo hacía sabía que Damyan cumpliría su amenaza e iría a hablar con Gael. Cuanto menos hablara con aquel maldito hombre mejor. Además, lo único que haría sería contarle mentiras y confundirlo.

—De acuerdo.

Un gran alivio inundó la cara de Damyan.

—Bien, pero primero dime dónde está el botiquín de primeros auxilios. Voy a curarte las heridas de los pies.

Ella fue a andar y un pinchazo de dolor le recorrió los pies. A causa de los nervios, el dolor que había sentido al pisar los cristales del vaso que se le había caído al suelo había pasado a un segundo plano.

—Ven aquí. —La cogió en sus fuertes brazos y la llevó al sofá. Notó su pecho cerca de su rostro y ella se sujetó enlazando las manos detrás de su cuello. A punto estuvo de decirle que no la soltara, porque así, abrazada a él, se sentía inmensamente protegida. La tumbó y fue a buscar el botiquín en el armarito donde ella le había indicado.

Dejó en la mesa lo necesario para curarla. Gasas estériles, betadine, unas pinzas y unas tiritas. Le cogió suavemente la pierna y la colocó en su rodilla. Con una gasa limpió la planta del pie, que todavía sangraba.

—¡Ay! —dijo Tara.

—Escuece, lo sé, pero al menos no te has hecho ninguna herida profunda. —La miró—. Vamos, cuéntamelo —le ordenó de forma sutil.

No he acabado contigo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora