Capítulo 10

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Sabía que no sacaría nada presionándola demasiado, pues así solo lograría que se alejase poniéndose a la defensiva. Debía llevarla a su terreno, hacerla ver que sentía por ella algo más que atracción sexual. En el fondo él también necesitaba saberlo, pero tenerla entre sus brazos, con esos pantaloncitos cortos y esa camisa de tirantes, percibiendo su calor, no se lo estaba poniendo nada fácil.

Vio que la respiración de Tara se estaba alterando por su proximidad. ¿Por qué negaba lo evidente? Le costaba dominarse cuando estaban juntos. Iba a demostrarle lo mucho que la necesitaba a su lado.

—¿Dices que soy terco? Ni te imaginas lo terco que puedo llegar a ser. He dicho que no te irás y vas a prometérmelo antes de que salga de aquí.

—Lo dudo.

—Tara, no me presiones. Soy capaz de atarte a la cama si es necesario.

—No te atreverías.

—Sí, cariño, a eso y a mucho más.

Se sonrojó al imaginárselo, y repentinamente le besó en el cuello. Damyan se estremeció sorprendido por su contacto, y Tara, notando que había aflojado la presión con que la estaba sujetando, aprovechó para zafarse de sus brazos; pero él volvió a atrapar su mano impidiendo que se alejara.

—¿Has intentando despistarme? —susurró con malicia mientras ella intentaba liberarse—. Estoy perdiendo la paciencia, si sigues así te pondré en mis rodillas y te daré una buena azotaina.

—Atrévete —le espetó furiosa y a la vez excitada por lo que le acababa de decir.

Los ojos de Damyan se entrecerraron mientras la miraba fijamente. Volvió a tirar de su brazo y acabó de nuevo entre sus rodillas. Él deslizó una de las manos por su cadera llegando hasta las nalgas.

—Suéltame.

—¿Te marcharás?

—Sí.

—Eso lo veremos —murmuró con dureza.

A Tara se le estremeció algo en el vientre por el sonido grave de su voz. Se le veía furioso y excitado. La cogió del cuello y estampó la boca contra la suya. Intentó forcejear, pero su lengua estaba conquistándola, invadiendo su interior. La besó como si estuviera hambriento de ella, como si quisiera retenerla para siempre a su lado. Y así era. Su cuerpo comenzó a licuarse por dentro.

Él rompió el contacto con sus labios y ambos se miraron jadeando, en busca de aire. Intentó huir, tenía que alejarse de él antes de que fuera demasiado tarde; necesitaba pensar, pero sus brazos la tenían atrapada. Era como estar rodeada de acero. Volvió a forcejear, pero esta vez sintió la fuerte erección contra su trasero.

—Para. Deja de frotarte contra mí o perderé el poco control que me queda.

Le intimidó el tono de voz que utilizó, a la vez amenazante y erótico. Sintió una ráfaga de calor entre sus muslos, seguida de una oleada de placer. Era increíble el poder que tenía sobre ella.

—Necesito saberlo. Mírame.

Tara no sabía a qué se refería, pero su mente había dejado de pensar en el mismo momento en que le que puso las manos encima. La descolocaba y la llevaba a un punto sin retorno. Se decía que podían estar toda la noche juntos y no serían capaces de dejar de tocarse. Al menos ella no podría. Se sentía demasiado bien... Clavó sus ojos en el rostro de él.

Damyan intentó calmarse, porque el olor dulce y excitante que desprendía Tara le hacía perder la razón. No era eso lo que tenía pensado, no debía presionarla tanto, pero tenerla encima de sus rodillas le provocaba punzadas de agonía en todo su cuerpo. Quería que definitivamente se abriera a él, que se entregara sin reservas y se lo contara todo.

No he acabado contigo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora