Capítulo 3

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 Tara aparcó el coche cerca del restaurante, había llegado diez minutos antes de la hora. Necesitaba tranquilizarse, no podía evitarlo, estaba nerviosa por la dichosa cita. Habían estado intercambiando mensajes durante toda la semana y finalmente habían decidido que esa tarde no tendrían sexo, solo hablarían. ¿Cómo era posible que le asustara más eso que tener relaciones sexuales con él?

No quería mentirle sobre su vida y no le quedaría más remedio que hacerlo si Damyan le preguntaba demasiado. Estaba cansada de esa situación: años atrás su vida había cambiado y desde entonces estaba huyendo, fingiendo siempre ante los demás ser quien no era... ¡Levaba tanto tiempo así! No quería, pero si no le quedaba más remedio, si él le hacía preguntas íntimas... tendría que mentirle.

 Se miró en el espejo retrovisor y se retocó el suave maquillaje. Le había costado un poco decidir qué ponerse, pero al final eligió un vestido negro ajustado, que dejaba la espalda al descubierto y le llegaba por encima de las rodillas. Las sandalias de tacón negras le daban un aspecto más sexy. Quería provocarlo, que no se pudieran tocar no significaba que no fuera a coquetear con él.

 Salió del coche y se quedó esperando en la puerta del restaurante. Damyan le había dicho que tocaban música en directo y se cenaba muy bien. Miró a los lados y no lo vio, era la hora exacta. «¿Y si se ha arrepentido?», pensó. Aunque en los mensajes que habían intercambiado a lo largo de la semana, él había sido muy apasionado, diciéndole las ganas que tenía de tocarla, de besarla, y lo mucho que echaba de menos deslizar las manos por su cuerpo. Cuando le dijo aquellas cosas tuvo ganas de salir corriendo a buscarlo y que la hiciera suya. Y en más de una ocasión ambos tuvieron que retenerse para no hacerlo.

 —Hola. —Tara escuchó una voz detrás de sí y no pudo evitar sonreír. Había acudido a la cita—. Será mejor que te vuelvas, si sigo viendo tu espalda desnuda creo que no podré aguantar toda la noche sin tocarte. —Susurró, rozándole la nuca con su cálido aliento.

 No pudo evitar que un cosquilleo le recorriera el cuello. Se dio la vuelta y se encontró con su mirada, tan oscura y seductora como lo era él. Llevaba una camiseta gris y unos vaqueros ajustados, y a Tara le pareció que estaba realmente espectacular, como siempre.

 —Estás muy guapa.

 —Gracias, tú tampoco estás mal.

 Damyan deslizó la mirada por sus labios y se aproximó a ella agarrándola por la cintura. Por un momento pensó que iba a besar su boca, pero no lo hizo, le dio dos besos cerca, muy cerca de la comisura de los labios. Se tomó su tiempo para depositar suavemente primero uno, a un lado de su boca, y luego otro, mientras la sujetaba por la cintura. El simple toque la quemaba. «Esto va a ser más difícil de lo que pensaba», se dijo a sí misma.

 —¿Entramos? —preguntó él con un tono seductor, todavía demasiado cerca de su rostro.

 Asintió casi sin poder hablar. Damyan extendió el brazo indicándole que pasara primero y, cuando por fin sus piernas la obedecieron, entraron en el restaurante.

 El camarero les pidió que lo siguieran. Las velas que había sobre las mesas producían un efecto sensual e íntimo. Una iluminación escasa, pero perfecta.

 Los llevó a una mesa que estaba en un rincón, algo apartada del resto, desde donde podían ver perfectamente a los músicos. Una mujer alta y delgada cantaba una canción lenta, acompañada por un hombre que tocaba el piano. Tenía una hermosa voz.

 Se sentaron y el camarero los dejó solos, sus miradas se cruzaron y Tara vio que estaba un poco agitado.

 —¿Te ocurre algo?

 —Tara, creo que el resto de la noche iré delante de ti. Si sigo viendo tu espalda desnuda y el contoneo de tus caderas al andar no podré controlarme...

No he acabado contigo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora