Capítulo 11

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Tara dejó el teléfono móvil encima de la mesa. Acababa de tener una conversación con Carol. Necesitaba hablar con ella y prefería que se vieran para poder aclarar todas las dudas. Quedarían después del trabajo. Damyan tenía razón, no podía estar constantemente huyendo, pero antes quería asegurarse de que la gente de su alrededor no estaría en peligro.

Nunca pensó que pudiera echarlo tanto de menos. Años atrás había aprendido a controlar sus sentimientos, pero con él todo se estaba volviendo demasiado especial. No podía creer que ese vacío que todavía sentía en el pecho fuera por su ausencia. Había oído decir que el amor podía provocar esas sensaciones, que realmente te doliera el corazón, que literalmente te faltara el aliento... Pero jamás lo había creído. Todo aquello le parecían exageraciones. Tampoco sabía si podía llamar amor a lo que sentía por Damyan, aunque era lo más cercano a esa palabra tan temida para ella. Estaba comprobando en su piel todos y cada uno de esos sentimientos. ¿Era eso lo que se sentía al estar enamorada?

Dependiendo de lo que le dijera Carol, tomaría una decisión u otra.

                                                                                     ***

Todavía era muy temprano y en el hospital no había entrado el nuevo turno. Dos enfermeras permanecían en su puesto, detrás de un escritorio donde podían vigilar todos los monitores de los pacientes. Una le contaba a la otra las ganas que tenía de irse a casa. El día anterior apenas había pegado ojo por su hijo de dos años. De pronto sonó la alarma en una de las habitaciones. Ambas se levantaron y fueron rápido a ver qué ocurría. Se encontraron a Gael agitándose en la cama con unas terribles convulsiones. Le salía espuma por la boca y tenía los ojos en blanco.

—Rápido, sujétalo —ordenó una de ellas.

Gael no dejaba de moverse de un lado a otro. Se había sacado las vías y le sangraban los brazos. Se estaba provocando una herida en la muñeca al moverse tan violentamente, tenía las esposas puestas y estaba tirando de ellas sin parar. En ese momento entró Alberto a la habitación.

—Está teniendo un ataque. Corre, ve a por la inyección de Diazepam —le dijo una de las enfermeras. El policía que le vigilaba apareció en ese instante.

—Mierda, ¿qué ocurre? —Se tocó el pelo con gesto preocupado—. Solo he ido un momento a por un café.

—Por favor, suéltele las esposas y salga de la habitación. Le avisaremos en cuanto pueda entrar —le dijo la enfermera al mando.

Fue algo complicado quitarle las esposas y el policía necesitó varios intentos antes de poder hacerlo, pues Gael no paraba de moverse. Cuando al fin se las pudo quitar salió al pasillo y esperó fuera. Alberto entró corriendo con la inyección y se la dio a su compañera... Y entonces, cuando se disponía a pincharle en el brazo, y para sorpresa de todos, Gael le quitó la jeringuilla y cogió a la enfermera que tenía más cerca. En unos segundos se había puesto de pie, la tenía atrapada contra su cuerpo. Sacó el líquido que había dentro de la jeringuilla y la lleno de aire; luego colocó la aguja en el cuello de la mujer, amenazando con clavársela. Alberto no se lo podía creer, el terror se veía reflejado en el rostro de su compañera, el pelo rubio se le pegaba a la frente y estaba pálida, totalmente indefensa.

—¡Atrás! ¡Todos atrás! —gritó Gael.

Entró de nuevo el policía al oír los gritos. Sacó la pistola y le apuntó.

—¡Suéltala! —ordenó el agente.

—Salgan todos de la habitación o la mato.

Se quedaron en silencio, nadie se movía y el policía apretaba cada vez más el gatillo. Alberto pensó que el agente iba a disparar, incluso estando su compañera en medio, pero no lo hizo; se limitó a retroceder lentamente a la vez que Gael avanzaba. Seguía detrás de la enfermera, utilizándola como escudo humano.

No he acabado contigo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora