Capitulo cuatro: Eso es todo.

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El ruido lo obligó a removerse en su lugar y en cuanto lo hizo hubo un repentino silencio. Ese acontecimiento tan extraño lo hizo alejar el sueño de su subconsciente hasta que solo prestó atención a la misma voz que volvió a escucharse en la habitación, una que nunca había oído. 

-No me digas... ¿Él es tu dueño? – escuchó. El perro dejó caer su cabeza sobre sus patas delanteras y soltó un respiro. La voz desconocida al parecer lo tomó eso como un sí. - ¿Y quién es?

El perro no respondió.

Sin poder aguantarse más la curiosidad, abrió los ojos, provocando silencio una vez más.  Sin moverse de su posición, inclinó la cabeza hacia su derecha donde encontró el cuerpo de la joven otra vez dormida. Elevando una ceja volteó hacia su amigo, quién levantó su cabeza para corresponder su mirada. Entendiendo la situación, se enderezó en su lugar estirando su cuerpo por estar tanto tiempo en tan incomoda posición y luego se relajó observando a la mujer. Su cabello era de un castaño muy oscuro, largo hasta llegar a su cintura y algo ondulado, su piel ni muy clara, ni muy morena, tampoco era muy alta por lo que podía asumir y hasta hace poco, ni siquiera sabía como sonaba su voz pero gracias a los oficiales de policía con los que habló y su tío que era doctor en ese hospital pudo saber como llegó a estar en esta situación la desconocida. 

-¿Te sientes bien?- empezó a decir notando como la joven se tensaba y él encontró algo divertido su intento por evadirlo. - Me dijeron que habías despertado así que me apresuré a llegar. ¿Está segura de fingir estar dormida después de tres días? Yo no soportaría ni siquiera cerrar los ojos. 

La joven frunció el ceño, como si de repente hubiera notado algo y luego lo aflojó. Sus mejillas se enrojecieron un poco, leve en realidad y luego abrió los ojos dirigiéndolos directamente hacia el techo, llena de vergüenza por ser descubierta. Entonces intentó sentarse pero el dolor en su cabeza selo impidió y el joven tomó su muñeca para detenerla. 

-Permíteme un segundo. - dijo. Ella algo dudosa, asintió aun sin mirarlo a la cara. Pronto el chico colocó una mano en su espalda para ayudarla a sentarse sobre la cama. Acomodando la almohada detrás de ella, la ayudó arrecostarse en su lugar con cuidado y también la observó hacer una mueca de dolor por el dolor en su cabeza que se fue al pronunciar las siguientes palabras:

-¿Eres quién llamó a la ambulancia?

Y justo después de hablar volteó hacia él y sus ojos se cruzaron por primera vez. Él los observó, eran ojos oscuros al igual que su cabello, unos que quizá se aclararían en un marrón si el sol les daba. Ahora que pudo verlos bien, se dio cuenta de que no era muy usual ver ojos así por su ciudad, quizá por eso pensó que eran ciertamente llamativos, en especial porque parecían hablar con solo mirarlos. En ese momento lucían sorprendidos por alguna razón. 

-Sí. – respondió mientras seguían observándose. Solo dejaron de hacerlo cuando el perro volvió a acomodarse en su lugar y se llevó su atención – Ah, lo siento por eso. Togo, abajo. - El can obedientemente se puso de pie para saltar fuera de la cama y llegar a su dueño. Él le acarició la cabeza. – Le dije que no lo hiciera pero supongo que aprovechó el momento en el que me distraje. Es caprichoso cuando quiere. 

-Él estaba ahí ¿verdad? – ella miró al canino quién le correspondió el gesto y no pudo evitar sonreír ligeramente. Él la miró con el ceño algo fruncido. – En la calle esa noche.

-¿Cómo lo sabes?

-Lo oí. – repuso – También a usted. – Ambos se quedaron unos cortos segundos en silencio después de eso.  Él evitó fruncir el ceño para no verse grosero aunque no entendiese a que se refería. ¿Qué rayos significaba eso? – Espera, ¿Togo? ¿Cómo en la película? 

Te lo dije: "Todo estará bien"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora