-¿Por qué nos vamos de la playa? –le preguntó mi hermano a mi mamá.
-Tenemos aún que hacer muchas cosas en el hotel, pero no te preocupes. Allí tienes piscina.
Al rato llegamos al hotel. Aún tenía restos de protector en la piel. Dejamos las cosas en el auto y lo guardamos en un estacionamiento.
Subimos a la habitación, mi hermano se acostó a ver televisión pero al rato se fue a la piscina. Mi madre siguió desempacando y mi papá veía las noticias. Me dirigí hacia el baño, tenía muchísimas ganas de bañarme, además, seguía teniendo protector, y era algo que me daba asco.
Terminé de bañarme, pero aún era de día y no sabía qué hacer, así que revisé mis redes sociales. Nada. Ningún mensaje, ni de Noah ni de Ryder. Ni de nadie. Me tomé una foto, típico de mí, y al rato la subí a twitter. Me aburría mucho, pero mi madre me regañó porque aún no me había cambiado. Entonces fui a la habitación y me cambie con un short de jean, una remera blanca que decía “Cool kids don’t dance”. La verdad es que amaba esa remera, me la habían regalado para mi cumpleaños de 14, y aún me quedaba.
Me peiné. Me coloqué unas Converse blancas y me recosté a ver televisión. Estuve dos horas enteras viendo la televisión, hasta que entró mi madre.
-¿Por qué no vas a recorrer el hotel? – me miró.
-¿Qué haría?
-Bueno, tu hermano hace un rato no vuelve. Seguro hay gente genial.
Y se fue. No tenía muchas ganas de ir a recorrer el hotel, pero tal vez me sacaba el aburrimiento. Entonces tomé una campera de tela blanca y me la coloqué en los hombros. Salí de la habitación donde nos hospedábamos y tomé un ascensor hacia planta baja. Me dirigí a la piscina.
Y allí estaba mi hermano, con una chica. Me parecía raro, pero bueno, él era todo un mujeriego. Pasé por un lado de la piscina, pero me gritó.
-Hola Emma. –dijo riéndose.
-Hola Brad. –le contesté.
-Ella es Sophie. –me señaló a una bonita chica de ojos marrones con cabello ondulado, largo por debajo de sus hombros.
-Un gusto, Soph. –dije.
Seguí caminando. Mi hermano estaba raro, nunca se reía así, pero si él se metió ahí, el saldrá de ahí.
Pasé por el gigantesco patio, era hermoso, y olía a rosas. Tenía muchísimas flores, había de mis favoritas. Tomé una y me la coloqué en el cabello causando en mí una sonrisa. Recordaba cuando era niña y mi abuela me hacía una trenza con florecillas. Me encantaba que haga eso. Era lo más bonito del mundo.
Recordaba cuando bailaba con ella en el jardín, nos acostábamos en el césped y le veíamos forma a las nubes, era algo que me encantaba hacer con ella.
Seguí caminando por el lugar y descubrí una pequeña escalera escondida entre unas flores. Intenté pasar y cuando lo logré me vi la rodilla, que por cierto, la tenía lastimada al haberla rozado con una espina.
Las escaleras parecían eternas, pero aun así tenía la intriga de saber que habría cuando terminaran. Por un momento me di la idea de que cuando termine de subir iba a ver una pared que me bloquee la vista y me deba cagar en todo.
Pero no. Subí allí, y era exactamente la misma terraza de ayer, pero del otro lado. Me parecía un lugar hermoso, y me senté en la misma reposera en la que me había sentado ayer, cuando de repente escucho una voz masculina.
-Hola.
Me dijo. Volteé asustada pensado que era el de seguridad, pero no. Era Mauricio, el mismo Mauricio de la estación.
-Hola. –contesté. Esbocé una leve sonrisa al verlo.
-¡Ya sé quién eres, eres la de la estación! – Asentí – nunca me has dicho tu nombre.
-Me llamo Emma. –le sonreí y luego se sentó
-Un gusto, yo soy…
-Mauricio. –terminé su oración. Ambos reímos a coro.
-Así es, te lo dije en la estación. Vaya casualidad, ¿no?
-Sí. Es raro.
Nos quedamos un momento callados. Él miró el atardecer, pero yo lo miraba a él.
-¿Por qué estás aquí? –pregunté.
-Bueno. Resulta que mi padre trabaja aquí, vivimos aquí.
-¿Y por qué estabas en la estación?
-Nos fuimos a Florida de vacaciones, fueron 6 días, pero los 6 días más geniales.
-Wow. –exclamé.
-¿Ves ese cuarto? Bueno. Ahí duermo yo, es genial.
Me quedé callada. Es que no sabía que responder, entonces pregunté lo primero que se me vino a la cabeza.
-¿Por qué están esos columpios ahí?
-Mi padre los colocó. Yo era muy pequeño, y me encantaba ir a la plaza, pero cerca de aquí no hay, entonces “instaló” aquí mi juego favorito: las hamacas.
Me reí levemente. No tomé medida de la hora, ya eran las siete.
-Bueno. Mauricio, un gusto charlar contigo.
-Igualmente.
Ambos nos saludamos con la mano. Tomé el ascensor que estaba allí, era más fácil para mí.