Charly es el alma de un chico que había fallecido hace dos años y vagaba en el mundo de los vivos buscando ese algo que lo dejara descansar en paz. David intenta buscarle el sentido a su monótona vida, además de ser el único que puede ver a Charly.
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La lluvia golpeaba con fuerza contra las ventanas, como si el cielo mismo llorara, y no había nadie más feliz por eso que Charly. Tenía sus manos apoyadas en el cristal de la ventana viendo la carrera de gotas caer. Nunca había amado tanto Londres como en ese momento. David se asomó detrás de él por su hombro.
—¿Qué haces?
—¿No crees que la lluvia es el fenómeno más hermoso que la naturaleza ha podido crear? Ahora puedo entender porque en algunas culturas antiguas adoraban la lluvia como si de un dios se tratara.
—Supongo que lo hacían porque los ayudaba en sus sembríos.
—No importa. Eso no quita el hecho de que sea hermosa. Una lástima que las personas la eviten usando paraguas.
—Nadie quiere resfriarse.
—Un resfriado no es nada comparado a la felicidad de mojarte con la lluvia.
—Supongo... Por cierto, Jude me invitó a su apartamento a ver películas, ¿vienes?
—¿Podemos salir sin paraguas?
—Está lloviendo muy fuerte, Charly.
—¡Por favor! —rogó, juntando sus manos.
—Bien.
La ciudad estaba envuelta en una suave cortina de lluvia que caía con una gracia etérea desde el nublado y gris cielo de Londres. La lluvia caía suavemente sobre ellos, empapando sus cabellos y mojando sus rostros con gotas frías y juguetonas.
David miró hacia arriba y dejó que la lluvia le golpeara la cara. Cerró los ojos y extendió los brazos, sintiendo cómo cada gota parecía limpiar su alma, como si la lluvia llevara consigo las preocupaciones del mundo. Charly, a su lado, sonrió con complicidad, aunque la lluvia pasaba a través de él como si fuera una sombra.
Caminaron juntos por las calles solitarias, el sonido de sus pasos mezclándose con el susurro de la lluvia en las hojas de los árboles. Los edificios altos parecían bañados por la lluvia, sus luces destellando como estrellas lejanas en la penumbra de la tarde. Los faros de los autos que pasaban creaban destellos en el pavimento mojado.
Charly, invisible para los demás, observaba con asombro cómo las gotas de lluvia se deslizaban por las hojas de los árboles y caían al suelo con un suave chapoteo. Le recordaba a los días en los que solía correr bajo la lluvia, riendo como un loco a carcajadas mientras se empapaba hasta los huesos.
Charly le susurró al oído de David, haciéndole reír con anécdotas y chistes. Aunque nadie más podía verlo ni escucharlo, su presencia era real y reconfortante para David.
A medida que avanzaban por las calles, la lluvia se intensificaba, pero ninguno de los dos parecía preocupado por mojarse más. Se sentían en comunión con la naturaleza, con el mundo a su alrededor, y con la inquebrantable amistad que compartían.