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El otoño estaba en pleno apogeo, pintando las calles de tonos dorados y rojizos

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El otoño estaba en pleno apogeo, pintando las calles de tonos dorados y rojizos. Charly caminaba adelante, guiando a David hacia un destino aparentemente secreto. Los pies de David se sentían pesados y cansados después de caminar mucho más de lo que estaba acostumbrado. Necesitaba un descanso urgente o sentía que se desmayaría en cualquier momento.

—¿Cuánto falta? —preguntó David con voz jadeante.

Charly miró a su alrededor, tratando de recordar las calles y dar alguna respuesta.

—Poco... creo.

—¿Crees? ¿Sabes a dónde vamos al menos?

—Sí, lo sé, pero estoy tratando de recordar las calles. No es tan fácil ser un alma con problemas de memoria, ¿sabes? ¿Tú crees que todas las almas tenemos problemas de memoria al morir? ¿Tendrá una explicación lógica si es así?

—No sé y no me interesa saber, gracias. Siguiente pregunta.

—¿Te gusta el queso?

—Lo de "siguiente pregunta" era broma por si no entendiste.

A medida que avanzaban por una zona lujosa de la ciudad, David se sintió abrumado por la belleza de las casas y el entorno. Era un lugar habitado por personas privilegiadas que vivían en casas grandes, modernas y elegantes. Su pequeño apartamento parecía insignificante en comparación a aquella bella arquitectura. A veces soñaba con tener una vida como la de esas personas, sin preocupaciones sobre la renta o el dinero para llegar a fin de mes.

—Creo que esta es —anunció Charly, deteniéndose frente a una de las casas.

Sin dudarlo, Charly traspasó la puerta de la casa, olvidando que David no tenía ese poder.

—Charly —intentó llamar su atención, acercándose a la puerta.

David esperó afuera, sintiéndose incómodo al quedarse solo en una casa desconocida. Si alguien lo viera en ese momento probablemente creería que estaba a punto de robar. No entendía por qué Charly lo había llevado allí ni cuál era su propósito, pero esperaba que fuera rápido y nada que lo termine llevando a prisión.

—¿Por qué no pasas? —preguntó Charly al notar que David seguía afuera.

—Porque yo no puedo traspasar las cosas.

—Estoy seguro de que la puerta debe estar abierta.

—No puedo simplemente entrar a la casa de un desconocido como si fuera mía. Eso es ilegal.

—No son desconocidos. Ahí vive mi familia. Solo toca la puerta y te abrirán.

—Ellos ni siquiera me conocen. ¿Qué se supone que debo decir? ¿Que puedo ver el alma de su hijo muerto y necesito entrar a esa casa para poder deshacerme de él?

—¡Exacto! ¡Me encanta cómo piensas!

David suspiró cansado y finalmente tocó el timbre de la casa. Para su sorpresa, la puerta se abrió casi de inmediato.

El amor de mi muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora