Cuenta uno hasta el nueve

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—¿Qué...? —exclamó Nub Nueng cuando, de repente, fue levantado bruscamente por una mano firme. Wan Sao no dijo una palabra, no lo regañó, y en su lugar lo arrastró de regreso al brillante mostrador. El paquete de fideos instantáneos que aún no había sido abierto seguía allí, y ahora estaba en las manos del mayor.

—Ehm... P'Sao —murmuró Nub Nueng, reuniendo el valor suficiente para llamar su atención suavemente, pero Wan Sao no dijo nada, dejándolo aún más confundido por la extraña situación. En lugar de responder, Wan Sao lo fulminó con la mirada, indicándole que se callara, y luego sacó un tazón del estante. Rompió el paquete de fideos, los puso en el tazón y enchufó la tetera eléctrica.

Entonces... ¿me va a robar mi ramen? ¿O qué?

Casi cinco minutos después, fue arrastrado hasta la mesa del comedor, donde se quedó parpadeando, desconcertado. Un tazón de cerámica fue empujado hacia él, acompañado de una voz inexpresiva que era imposible de interpretar, pero que al menos lo tranquilizó al saber que su jefe no se había quedado mudo.

—Cómetelo.

—¿Puedo... comerlo? —En ese instante, se le erizó la piel al sentir una intensa aura amenazante proveniente de la mirada fulminante de Wan Sao. Rápidamente agitó las manos, corrigiendo sus palabras antes de que alguien decidiera volcarle el tazón de ramen sobre la cabeza.

—Q-Quiero decir... ¿De verdad puedo comerlo? Pero P'Sao me está castigando... —Su voz se fue apagando, lo que hizo que el otro frunciera el ceño. Un gruñido proveniente de su estómago interrumpió el silencio, provocando que se sintiera incómodo.

—Te dije que te lo comas.

—Pero...

—¿Vas a comerlo o no?

—¡Voy a comer! S-Sí, lo comeré —respondió casi como si estuviera en un campamento militar, tomando un tenedor y comiendo los fideos sin detenerse.

En la oscuridad de la noche, solo la luz sobre la mesa del comedor iluminaba a los dos hombres que seguían despiertos. Wan Sao se levantó para servirse un vaso de agua, bebiendo en silencio mientras Nub Nueng seguía comiendo su ramen con la intensidad de alguien que no había comido en años. En menos de cinco minutos, había devorado el contenido del tazón, bebiendo hasta la última gota del caldo. Incluso alguien con un corazón frío no pudo evitar mirar la escena con un sentimiento de culpa mezclado con compasión.

—Ahh —Nub Nueng dejó el tazón vacío sobre la mesa, recostándose en la silla y exhalando un suspiro pesado.

—¿Estás lleno?

Asintió con la cabeza, dudando si debería agradecerle o no, ya que Wan Sao había sido el causante de que no pudiera cenar en primer lugar.

—Entonces, yo...

—Si ya estás lleno, sube a la habitación.

Sus grandes ojos parpadearon varias veces, con un enorme signo de interrogación imaginario en la frente. Wan Sao no dijo nada más, pero se levantó, se acercó por detrás, lo agarró por el cuello de la camisa y lo obligó a subir las escaleras hasta el segundo piso de la casa. La puerta de una habitación familiar se abrió, y el mayor casi lo arrojó al suelo, como si acabara de tirar un par de calcetines en una canasta.

Dio una orden en un tono firme pero irritado, como siempre: —Ve a cepillarte los dientes y ven a dormir.

—Eh...

—Ve a cepillarte los dientes —repitió Wan Sao con claridad, lo que hizo que Nub Nueng cerrara la boca y tragara todas sus dudas, dirigiéndose al baño a toda velocidad.

Cuenta Uno hasta el Sábado ✿[นับหนึ่งถึงเสาร์ ✿]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora