Ya hacía un año de la muerte de su hermana Anie y todavía no sabía cómo habían cambiado las circunstancias. Su vida había estado a un paso de quedar detenida para siempre. Los hechos habían sido calculados con precisión, la gente había sido pagada con suficiente placer monetario; sin embargo, algo sucedió.
Ahora tenía el poder que me habían negado. Era dueña y señora de un vasto territorio; las personas no estaban conmigo por miedo o por beneficios personales, sentían la fuerza de la luz que los atraía inexorablemente. Y yo, por fin, había aceptado mi legado.
Quizás ahora no se entiendan los mecanismos que hacían girar el mundo en épocas anteriores y no tan lejanas, pero mandos oscuros se encontraban infiltrados en todos los sectores sociales. La corrupción era la moneda de cambio cotidiana y los pobladores trataban de subsistir manejando las artimañas necesarias para evitar empeorar su circunstancia de vida.
Anie había comprendido todo desde el principio. Desde niña sus cabellos ondulados la hicieron reconocible como una valkiria, aunque nadie lo decía en voz alta, ya que existía un pacto de sangre. Fue también por ese motivo que fue comprometida con Gulls, el príncipe dorado, cuya familia estaba compuesta por miembros de la casta sacerdotal. Por eso, el día que encontró la espada la empuñó con tal habilidad que en su mente se proyectó lo que realmente era y no hubo vuelta atrás.
Se enfrentó a fuerzas que ya estaban ahí desde tiempos pretéritos, por lo que tenían todo el control y el dinero para aplastar cualquier hormiga que les molestara. Pero no lo hizo de manera directa, porque ni siquiera ella tenía plena conciencia de lo que estaba haciendo. Su intención era buscar su destino. Y así fue cómo, por el hecho de comenzar a revolver el pasado, la valkiria, cuyo verdadero nombre no era Anie, consiguió que los manipuladores se expusieran después de siglos de mantenerse en la oscuridad.
Las dos vivíamos en casas cercanas y disfrutábamos con nuestros trabajos rutinarios. Poco a poco me fue descubriendo su verdadera identidad y ambas comprendimos que tenía una misión para ejecutar en este mundo. Ella había abierto los ojos y debía mostrar a los demás la realidad que nos dominaba, como un juego de sombras que no veían; por eso le resultaba tan difícil que la gente entendiera su razonamiento. Se sentía como un perro pastor queriendo guiar a las ovejas fuera del alcance del lobo.
Cuando surgió la epidemia, los pobladores recordaron los sucesos de la Peste Negra que había azotado la región de Rähtia. En este caso, los hombres no se hinchaban con bultos purulentos, que permitían reconocer la enfermedad y tomar las precauciones necesarias; uno caminaba por la calle y sin señales previas veías que la persona que estaba delante se detenía y se desplomaba. Al repetirse los hechos entramos en pánico.
Hubo personas que se volcaron de manera masiva a las iglesias; otros corrieron al palacio real para ser protegidos por el entorno político; algunos permanecieron con sus familias. Todos estaban a la espera; se miraban unos a otros y, en cuanto observaban que alguien tenía un comportamiento extraño, se apartaban rápidamente o salían despavoridos hacia otro lugar. El otro era una amenaza y la comunidad desapareció.
Beka aprovechó la circunstancia. Se trataba de una prima lejana, cuyo hermano había viajado por el mundo en búsqueda de placeres oscuros. Al volver habían hecho negocios con mercancías de sitios ignotos. Así fue como Beka ofreció una cura a los posibles enfermos y la gente se abalanzó para comprar la pócima a cualquier precio. Lo extraño era que no les hacía tomar ningún brebaje ni les colocaba un ungüento sobre la piel, como suelen ser las curas para que el cuerpo incorpore de manera natural algo externo a su sistema. Les introducía la medicina a la fuerza a tal punto de dejarles agujeros en la piel.
Anie reconoció la relación entre Beka y las fuerzas oscuras. También comprendió que no era más el momento de obligar a abrir los ojos a las otras personas. Las cartas estaban jugadas; todos actuaban bajo la influencia del miedo a la enfermedad, pero también habían dejado a la vista la partida.
Por eso tomó su espada, juntó sus cosas y decidió tomar distancia del ambiente enfermo. Quería recuperar el paraíso perdido, volver a sus orígenes, reconquistar su libertad... y salió a navegar. Beka conocía desde siempre a Anie; habían jugado sus aventuras en la montaña y se habían despatarrado junto al lago infinidad de veces para contarse sus secretos, sus sueños, pero malinterpretó su comportamiento. Creyó que hacía el viaje cual valkiria para destruir a los enemigos de su pueblo.
Beka contactó con la gente adecuada y consiguió una persona con la enfermedad, a la que colocaron como capitán del barco. Yo estaba con Anie cuando murió. Una mañana me acerqué a donde dormía y estaba muerta, aunque parecía dormida, como Brunilda en un eterno descanso. Como el vuelo de una mariposa que es capaz de sentirse al otro lado del mundo, su muerte desencadenó una secuencia de acontecimientos que desestabilizaron el trono oscuro.
En ese instante, me reconocí: era una völva.
Personajes del capítulo:
Anie: hermana de Hellsa
Beka: prima de Hellsa y Anie
Gulls, el príncipe dorado: prometido de Anie
Hellsa: la hechicera
Koberstain: hermano de Beka, y primo de Hellsa y Anie