¡Dime la verdad!

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Los oscuros eran los poderes en las sombras que manejaban los filos hilos del universo. Eran ellos los que controlaban a políticos, monarquías, jefes religiosos, ricos y famosos. Desde milenios establecían los centros de gobierno de cada sociedad para que todos los individuos estuvieran de alguna manera limitados por ellos. La esclavitud había sido un formato que había dado ciertos resultados, pero los esclavos se morían con facilidad y los jerarcas se mezclaban sin pensar en las consecuencias de sangre que suponía para su linaje. Ahora habían logrado la potestad sobre la masa haciéndoles creer que velaban por su seguridad e interés, y los que regían habían entendido que no tenían que mezclarse con los niveles inferiores para poder marcar su estatus diferente del resto.

Sus subordinados inmediatos debían demostrar fidelidad y el costo siempre era muy alto. La organización se manejaba como una empresa, donde los miembros inferiores firmaban un contrato, como Fausto. El agente debía buscar personas que sirvieran a determinadas funciones para proyectos más amplios, que solo eran dirigidos por un cabecilla de niveles medios y que tenía cierta noción de algo, jamás de la totalidad. 

Los oscuros habían mantenido su inexistencia durante mucho tiempo y habían logrado concretar la mayoría de sus objetivos. Sin embargo, una centuria atrás, cuando ya todo estaba al alcance de la mano, donde las familias habían logrado ahogar a sus últimos enemigos e imponerse en el manejo económico de la sociedad; de repente, volvieron a encontrar obstáculos. Un hombre petizo había conseguido desenredar los vericuetos de los diferentes proyectos y, de alguna forma, había obtenido la visión global: el dominio del mundo por una dinastía de los orígenes divinos y la subordinación absoluta del ganado humano.

Este hombrecillo los enfrentó con un anillo de poder. Debió tener mucho cuidado porque tenía una doble fuerza: podía ser usado hacia el lado oscuro o hacia la energía luminosa. Durante un tiempo, le permitió enfrentarse a los oscuros y destruir sus ambiciones, pero llegó un momento en que la obsidiana del anillo se resquebrajó a causa de un raro terremoto y su portador tuvo que dirigirse a las montañas de Nyekundu, donde arrojó las dos partes en que terminó el anillo. 

Junto a su amigo Sam Hilarius, pudieron regresar la fuerza a su origen y evitaron que el lado oscuro se manifestara autónomo por el mundo. De ellos dos nunca se supo nada más. Algunos dicen que nunca salieron de la cueva, donde habían entrado para tirar el anillo. Otros piensan que volvieron a sus hogares y se ocuparon de sus familias. La realidad es que, a partir de ahí, los oscuros retomaron el control, pero cada vez se volvieron más visibles ante la gente común.

En ese instante, se reunía la célula 27, cuyo proyecto era imponer el control a través del miedo a una enfermedad mortal. Habían tenido bastante éxito en la mitad de las comunidades bajo su gobierno, pero en las otras tuvieron que redoblar esfuerzos, incluso tuvieron que desplegar más líneas de trabajo para desmantelar soluciones alternativas o desintegrar elementos humanos indeseables. Uno había sido Anie, que de alguna manera insistía en poner en evidencia sus objetivos centrales y expresar objeciones a la enfermedad que habían diseminado. 

- El plan fue ejecutado con el resultado esperado -dijo uno de los oscuros debajo de su capucha que ocultaba su rostro y su vestimenta.

- ¡Dime la verdad! -elevó la voz la persona ubicada en la posición central de la mesa (si bien el mueble era circular, había un lugar visualmente marcado).

- Os digo toda la verdad -acotó dubitativo.

- Quedó la hermana con vida -interrumpió otro individuo.

- ¿Y eso qué tiene que ver? El objetivo fue eliminado. 

- Sí, pero en su comunidad se está extendiendo el rumor de que venció a la enfermedad. 

- Ajá, y eso es contraproducente, porque pueden convertirla en una santa -continuó el principal.

- Incluso más, ya que pertenece al linaje de los Langsa -señaló el que había interrumpido.

- Tengo un agente conveniente, que quiere ejecutar un hechizo de pérdida mental -comentó el mensajero inicial.

- ¿Qué nivel tiene vuestro agente?

- Trece.

- Un nivel intermedio, pero bajo.

- Mmm... o sea que no tiene mucha práctica de hechicería -reflexionó el más importante.

En total era nueve oscuros sentados en la mesa circular, donde los otros seguían en silencio el diálogo que se desarrollaba entre tres de ellos. Cada tanto alguno hacía algún leve movimiento; en general, permanecían en una postura erguida e inmutable.

- Demasiado riesgo.

- Pero tiene total disponibilidad para acercarse a la víctima.

- La cercanía da fuerza a la magia, pero si no sabe dirigirla, puede terminar mal.

- ¿Votamos entonces? -sugirió el informante. 

- Se nota que sois nuevo. Seguís siendo un carnero. No es una democracia. En la célula 27, yo decido si se vota o no, si se ejecuta o no... -hizo una pausa dramática y prosiguió-. Vamos a dejar que el agente de nivel trece proceda. 



La hechicera rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora