Los primeros poderes

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Pasaron varios días más hasta que finalmente estuvo en condiciones para efectuar su primera salida larga. Como había prometido, se dirigió hacia el monte Evig. Se trataba de la única montaña que tenían cerca, por lo que era considerado un lugar sagrado. En la cima no había nada especial, pero del otro lado de la ladera existía una cueva, donde se encontraba el altar a Sunniva. No era habitual que los pobladores subieran a rendirle culto; era un terreno inhóspito y solo se hacía una peregrinación el 8 de julio; incluso en esa ceremonia la mayoría de los devotos permanecían en la orilla del río, que funcionaba como frontera entre el espacio de lo cotidiano y el ámbito sagrado. Los acólitos se acercaban con el jefe religioso, quien era el que entraba en la cueva para dejar la ofrenda del pueblo en el altar. Sin embargo, existían situaciones especiales que hacían que las personas fueran a honrar a la diosa. 

Cuando Hellsa salió de su casa, una multitud la esperaba ansiosa para saludarla con flores que le arrojaban en el camino. Era impresionante ver cómo se iba armando una estela de pétalos mientras pasaba caminando; daba la sensación de que surgía por arte de magia. Así fue hasta que llegaron a las afueras del poblado. Después Hellsa siguió su excursión con gente allegada, como familiares, amigos, personas cercanas, mientras cantaban, o bailaban, o hablaban o reían. En un momento, se dio vuelta para chequear cómo se veía el pueblo desde esa distancia, un conjunto sinuoso de casas desperdigadas en la llanura y, de refilón, su vista captó un movimiento a lo lejos, como el movimiento de una capa oscura al esconderse detrás de un árbol; se detuvo a observar, pero al no notar nada significativo, prosiguió su andar. 

El río lo cruzó con tres personas: Yam, por supuesto, Lulla, su amiga de salidas, y Dagny, su amiga de la infancia. No solo eran las mujeres que conocían absolutamente todo de ella, sino también que habían tenido una relación muy especial con Anie. No se trataba de hermanas de sangre, pero era un vínculo fuerte e incondicional. Cuando llegaron a la entrada de la cueva, las chicas se sentaron en unas piedras para esperarla. 

Hellsa ingresó con la ofrenda, se acercó al altar. Primero colocó una turmalina y un cuarzo cristal.

- Oh... madre Sunniva, oh... oh... oh... -y se comenzó a reír-. Perdón, Sunniva, es la primera vez que vengo por acá y no tengo la menor idea de cómo se hacen estas cosas. Si Anie estuviese acá, habría largado sus carcajadas y nos habríamos tenido que ir sin poder hacer nada. 

Respiró hondo, se relajó y volvió a empezar con seriedad.

- Sunniva, vengo a dejarte estas piedras para que sirvan de protección para vos y para mí. Sé que estás con mis ancestros y siempre me protegen contra todo mal. También estoy segura de que estás con Anie y, junto con ella, son fuerzas invencibles que forman un círculo de luz alrededor mío. Solo acepto energía de alta vibración y expando mi luz. Además, te traigo este collar de malaquita que pertenecía a Anie para que la acompañe en la eternidad y aprovecho para que le digas que la extraño, que sé que ella tiene mucho más fuerza y poder ahora en el nivel espiritual, por lo que sus enemigos se están revolviendo y la energía de su malaquita conjura sus efectos.

Cuando salió de la cueva, sus amigas se encontraban amontonadas debajo de un risco, debido a la tormenta que se había largado. 

- Ay... por fin, saliste -se quejó Yam.

- Con esta tormenta, no sabemos si vamos a poder cruzar el río -agregó Lulla.

- ¿Y cómo vamos a pasar la noche? -continuó Dagny.

Hellsa las miró impávida: - Vamos, chicas. Ahí no llovió.

- ¡La lluvia viene de ese lado! ¿Cómo no va a llover? -casi gritó Dagny, a pesar de tratar de controlarse. 

- Tranquilas, vamos a cruzar el río -insistió Hellsa.

Bajaron la pendiente con la lluvia que caía torrencialmente. Las chicas nerviosas y preocupadas de tener que quedarse a la intemperie sin elementos básicos, en tanto Hellsa mantenía su seguridad de que no iban a tener problemas para volver al pueblo. Solo faltaban unos cuantos metros para encontrar la orilla del río y no llovió más. Pero no solamente había cesado la lluvia, el camino estaba seco y cuando llegaron al torrente, pudieron cruzar sin que el agua les cubriera las rodillas.

Cuando terminaron de cruzar, Hellsa las miró y riéndose, les dijo: -¿Vieron?, mujeres de poca fe.

- Sos una bruja -murmuró Lulla sorprendida.

- ¡Hellsa, era imposible! No había forma -exclamó Yam.

- Sí, una bruja, no hay otra -acotó Dagny.

Hellsa también estaba asombrada, porque era lógicamente imposible; sin embargo, mientras bajaban, siempre había estado convencida, sin ningún tipo de duda, de que la lluvia no les iba a impedir el paso del río. Y así fue. 









La hechicera rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora