Confesiones de mate

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Ciertos movimientos de los gatos comenzaron a despertarla, pero cuando su mente reaccionó y recordó que había quedado con Harlock para tomar mate, sus ojos se abrieron de par en par y se levantó en dos segundos. No quería estar nerviosa; la noche anterior, a pesar del cansancio acumulado en toda la jornada, se había dormido imaginando diferentes escenarios posibles. En ese momento se dio cuenta de que no habían combinado un horario, lo que implicaba que iba a caer a cualquier hora, como si ella tuviera que estar disponible para los antojos de él. Después cayó en la cuenta de que había aceptado y había cortado el diálogo porque no quería que se acercase y la viese en las condiciones en la que estaba.

Al poco tiempo de abrir las ventanas, apareció el hombre, quien la esperó en la entrada hasta que Hellsa volvió a salir con las cosas que quería llevar, o sea, nada, porque Harlock le había mostrado que ya tenía todo lo necesario, ni siquiera le había dado tiempo para preparar unas míseras galletas. Le explicó que, como no habían determinado un horario, estuvo esperando a ver movimiento en la casa, ya que suponía que tomaría mate a la mañana.

Llamativamente, Harlock eligió el lugar que le gustaba a ella ("otra persona más que ocupa mi lugar", pensó). Entonces se dio vuelta como si la hubiese escuchado y le dijo con una amplia sonrisa:

- Es acá donde tomás mate, ¿no?

Le respondió con un gesto afirmativo de su cabeza, mientras rumiaba cómo la gente tenía poca capacidad para elegir sus propios espacios.

Se sentaron y entre mate y mate charlaron sobre diversos temas. Hellsa no dudó en sacarse todas sus dudas y fue así que se enteró de que su madre le había puesto el nombre de un personaje japonés, que tenía varios hermanos, que siendo muy chico se había ido de la casa de sus padres; nunca más los volvió a ver, que la fábrica donde trabajaba lo mandaba siempre a lugares lejanos donde vivía por cierto tiempo, lo que hacía que no estableciera vínculos afectivos de ningún tipo, ni siquiera con una mascota.

Cuando comenzó a hablar sobre sí misma, trató de centrarse en el presente y en sus objetivos futuros; mencionó que su familia pertenecía a un clan importante, pero que solo le quedaban primos con quienes no tenía mucha afinidad, aunque se veían en las fechas familiares. Acto seguido, le preguntó de manera directa sobre Anie. Si bien trató de evitar seguir la charla en esa dirección, se vio en la obligación de contar la situación de su hermana. Más allá de que se sintió un poco molesta por tener que hablar de algo que no quería, hubo algo que le llamó la atención; no podía precisarlo, pero tenía la sensación de que Harlock tenía mucha más información que ella incluso. Además, fue el único que le planteó si se sentía segura sabiendo que corría el mismo riesgo que su hermana. 

Ese comentario la dejó pensando. ¿Podía seguir viviendo su vida sin pensar que corría peligro a cada instante? Sí, lo estaba haciendo ahora. No pensarlo no quería decir que no persistiera el riesgo. "El conocimiento es poder".

Siguieron hablando sobre otros temas, se hicieron bromas y comentarios tontos. Se los veía cómodos y los gestos eran afables. Hellsa, de alguna manera, había bajado la guardia; se la notaba espontánea. Dentro de sí, tenía la impresión de que tomaba mate con algún amigo de la infancia, como si hubiese sido su amigo imaginario, con quien hubiese compartido juegos y travesuras (menos mal que no lo era, ya que cuando era chica, imaginaba que jugaba con el coyote).

La dejó en la puerta de su casa y cuando pensaba que le iba a dar un beso en la frente, como la vez del baile, se sorprendió: al darse vuelta, se encontró con su cara muy cerca... poco a poco fue acortando la distancia y le imprimió un suave beso en los labios y se fue. Se quedó parada mientras veía que se iba y procesaba lo que acababa de suceder.

"Exasperante" -pensó para sí y entró.

Esa noche soñó en príncipes y besos. Mientras Hellsa disfrutaba de sueños desenfrenados, se hacía una reunión entre un grupo de personas que se juntaban en una especie de aquelarre con el único objetivo de propiciarle un grave daño físico a alguien que se interponía en el camino de sus empresas macabras. Cuando a la mañana siguiente se levantó toda transpirada, encontró a Sassa tumbada en el camino hacia la cocina. Notó que respiraba con dificultad y escuchó el leve maullido que le dedicaba. La tomó en brazos, presenció sus últimos estertores mientras la acariciaba y tuvo que despedirse de Sassa.







La hechicera rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora