Causa y efecto

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- ¡Qué alegría verte! Tres meses acá dentro parecen una eternidad -saludó Koberstain con una fingida alegría desde su asiento de piedra.

- ¡Ay, ay, ay, pequeño hermano! No me quedó otra que venir a advertirte -respondió Beka mientras hacía un resoplido.

- ¿Una advertencia? ¿A mí? Maté a mi hija... los oscuros me van a liberar y me van a nombrar coordinador de tareas -continuó el prisionero.

- ¡No puedo creer la estupidez humana! -murmuró entre dientes.

- Estás envidiosa, porque me van a dar un puesto más importante... -intentó decir, pero fue interrumpido por la explosión verbal de su hermana.

- ¡Se te pudrieron las pocas neuronas que tenías! Ya no sos de utilidad para los oscuros y estás boqueando de más... tené cuidado o vas a aparecer ahorcado.

- No te creas... se dice que el Mester dio la orden de asesinar a alguien en el norte y nuestros sueños serán cumplidos. ¡Yo voy a dominar el mundo!


Una noche en Skuld todo estaba tranquilo y los pobladores dormían en sus casas. Antes de acostarse, Hellsa les dio la comida a sus gatos y Sulug, como era su costumbre, dejó su parte para más tarde y acompañó a su dueña a la habitación. Los demás fueron llegaron poco a poco; se ubicaron en los lugares que se habían autoasignado y hasta Arya se durmió en seguida. 

En el momento en que la oscuridad estaba en su punto más negro, una sombra se perfiló en la habitación de Hellsa. El único que había escuchado la puerta de la entrada al abrirse fue Sulug, pero como era un ruido conocido solo se mantuvo expectante. Sin embargo, cuando iba a levantarse para recibir a la persona que había ingresado, algo le llamó la atención que no cuadraba con las actitudes habituales.

El ignoto avanzaba con sigilo. Cuando se acercó a la cama, un resplandor brilló entre sus ropas y utilizó el cuchillo. Levantó el brazo para conseguir la fuerza necesaria y hundió el metal sobre el cuerpo que descansaba en paz; mientras hacía ese movimiento, Sulug se había lanzado al aire como un pájaro en picada; no consiguió evitar que penetrara en la carne, pero logró desviar el trayecto, con lo cual en lugar de atravesar el corazón, que era el objetivo, solo generó una herida superficial en uno de los costados, en tanto una de las zarpas del pequeño gato negro se estampó en el rostro del agresor, quien salió a los piques.

En tanto en el sector de la cama, Hellsa se incorporaba con un grito sin entender qué estaba sucediendo. Percibió el movimiento de huida y miró cómo en la sábana se extendía una mancha roja. Entonces utilizó la misma tela para hacer presión sobre la herida y, haciendo mucho esfuerzo debido al dolor, se dirigió a la casa de Yam que estaba al lado de la suya. Mientras los otros gatos no comprendían lo que pasaba, porque seguían medio adormilados, Sulug se desgañitaba en la ventana del dormitorio de Yam para lograr su atención. Por lo tanto, cuando llegó Hellsa, ya estaba su amiga abriendo la puerta para ver qué le pasaba al gato.

Esa mañana fueron llamados los más cercanos a la casa de Yam, donde Hellsa estaba postrada con un vendaje en la herida. Como estaba sentada en el sofá, con ropa holgada, nadie se percató de la situación. Cuando entró Harlock, Hellsa se lo quedó mirando y lo saludó con sequedad; al instante llegó Evans y terminó desorientada. Los dos tenían un rasguño en la cara. Hellsa recordó el maullido de ataque de Sulug e infirió que el atacante debía tener una marca de su gato. Harlock comentó que se había lastimado cortando un árbol de su jardín, a lo que acto seguido Evans afirmó que a él le había sucedido lo mismo; ambos se miraron sorprendidos y largaron una carcajada.

Yam los cortó de una vez para poder informar sobre los hechos acaecidos durante la madrugada. Al instante todos pensaron en el recién llegado, al que seguían considerando un espía, menos Hellsa que ya no confiaba en nadie. La herida no era grave, pero sí dolorosa para moverse de forma habitual; Hellsa sabía que iba a recuperarse con rapidez, porque percibía una fuente de calor interna que parecía esparcirse por el sector dañado.


Casualmente, esa misma mañana, en la zona especial del presidio comunal, el guardia abrió la reja de uno de los cubículos, donde se encontró con el preso que colgaba de la ventana. Sabía que se trataba de un ajuste de cuentas, no había que ser muy inteligente para poder deducirlo, pero en el informe quedaría estampado: suicidio en situación de encierro.

La hechicera rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora