A la semana siguiente salió temprano hacia el pueblo distrital, debido que le habían encargado un vestido de aniversario y no tenía los insumos necesarios. El mercader no vendría hasta pasado un mes y lo más probable sería que no tuviera ningún corte de brocato con hilos de oro. Se subió a su alazán cuando el gallo todavía no había cantado. Quería salir del pueblo sin que nadie se percatara; las salideras eran muy comunes, ya que hacer un viaje implicaba que uno llevaba valores encima y si te veían salir, los cómplices avisaban y te esperaban en algún recodo del camino. Por eso era común que las personas viajaran en caravanas resguardadas por vigilantes armados. Hellsa prefería usar su caballo, colocarse su dije de turmalina e ir a campo traviesa. Nunca había tenido miedo y disfrutaba de cabalgar a pleno viento.
Llegó para el mediodía y la feria ya estaba abarrotada de público. Se zambulló en el maremágnum de gente; empujó, la empujaron, metió codos, avanzó hasta llegar al negocio que conocía. La atendió la misma anciana de siempre, que la recibió con una amplia sonrisa, la miró bien y le soltó:
- Estás distinta.
- Es el paso del tiempo -acotó entre risas.
- No, no. Ya sabés cuál es tu don.
- Siempre lo supe: la costura. Por eso estoy acá.
Le agarró las manos y las sostuvo entre las suyas:
- Estas son manos que curan -mientras la mujer pronunciaba esas palabras, sintió un cosquilleo en sus palmas.
Se quedó un poco consternada, agarró su paquete y se fue pensando en el poder que tenían sus manos. Quería reírse, pero había algo que se lo impedía, incluso llegó a pensar que si fuese cierto, Anie estaría viva.
A la vuelta, en cierto espacio abierto, percibió el ruido de unos cascos a galope. Se giró para ver si era lo que pensaba y confirmó que un grupo a caballo venían detrás de ella. Azuzó a su alazán, el cual comenzó a correr, lo que hizo que se levantara una mayor polvareda. La cuestión es que, cuando Hellsa volteó su cabeza para ver a sus perseguidores, no consiguió verlos, ya que el polvo se juntó con una corriente de viento, que provocó una especie de neblina. Siguió a la carrera un trecho más, luego frenó en seco a su caballo y trató de escuchar. Los había perdido.
Cuando estaba llegando cerca de su casa, se cruzó con Harlock. No podía creer que tuviera tanta mala suerte; la vio en su peor estado: cansada, sucia, traspirada, con ropa de viaje, el cabello hecho una maraña... Mantuvo cierta distancia, ni siquiera se bajó del caballo.
- ¿Puedo pasar a buscarte mañana, así vamos a tomar unos mates a la costa?
- Dale -fue su única respuesta, mientras mantenía su camino y se alejaba.
Al entrar a la casa, la recibieron los gatos con maullidos desesperados. No podía dejarlos ni un minuto que se sentían abandonados para toda la eternidad. Alzó a cada uno para mimarlos especialmente y les dio de comer. Después se dirigió a la cocina para calentar el agua, pero cuando agarró el mate para limpiarlo, se encontró que estaba limpio. Se quedó pensando: había tomado mate a la mañana, por lo que tendría que estar el recipiente lleno de yerba y si hubiese venido Yam mientras ella no estaba, jamás se le hubiera ocurrido limpiar el mate. ¿Entonces no había tomado mate o alguien, un intruso, había entrado a su casa? ¿Y había limpiado el mate? No era muy coherente.
Miró a su alrededor para fijarse si encontraba algo que pudiera delatar la situación. En todo lo demás, seguía el mismo desorden que imperaba cuando se fue. En realidad, lo único que advirtió fue que Sassa estaba más nerviosa y ella que siempre era muy mimosa no se dejaba acariciar por mucho tiempo. Todas las veces que quiso levantarla se bajaba con un bufido.
Se fue a dormir feliz de que al día siguiente se encontraría con su desconocido y también de que había conseguido una tela de una calidad impecable. Miró sus manos: "Son normales." Y su mente agregó: "Pueden crear y pueden destruir".