Estuve todo el tiempo pensando cuál lugar sería al que Max me llevaría, y admito que cuando llegamos quedé totalmente fascinada.
— Es... Precioso... —dije mientras contemplaba las olas del mar.
Me había llevado a la playa, pero no para nadar, sino para pasar el rato admirando aquel hermoso paisaje y teniendo un momento especial.
Max había llevado una canasta bastante grande. La playa era arenosa, así que sacó de la canasta una especie de sábana dorada y morada, la tendió en el suelo y nos sentamos.
Luego sacó unos dulces que se veían bien cremosos, frescos y deliciosos, unas sodas y una cesta con frustos secos.
— Espero que te guste todo lo que preparé —me dijo sonriendo.
— ¿Tú hiciste los dulces? —pregunté con un tono de sorpresa pero a la vez sonriendo.
— No —negó con su cabeza mientras sonreía—. Cuando dije que esperaba que te gustara lo que preparé, me refería al lugar, el ambiente como tal.
— Me encanta todo, de verdad —contesté alegre y probé uno de los sabrosos dulces.
— ¿Recuerdas dónde nos quedamos justo antes de que me fuera? —me preguntó mirándome directamente a los ojos.
— Yo —iba a contestar pero me atraganté por un momento, fue toda una escena.
— ¿Estás bien? —me preguntó asombrado y a la vez preocupado.
— Sí —tosí varias veces, aclaré mi garganta y pude hablar claramente—. Perdón, continúa hablando.
— De hecho eras tú la que iba a hablar —me dijo sonriendo y con su mano en la nuca.
— Ah, cierto... Claro que me acuerdo dónde nos quedamos —respondí sonriente.
— ¿Todavía estás dispuesta a continuar aquella conversación? —me preguntó.
— Si, lo estoy —contesté sonriendo, y admite que un poco sonrojada.
— Vega —Max se levantó y me extendió la mano. Yo la agarré y él me levantó.
Empezamos a caminar por la playa.
— La primera vez que te vi solo eras una vecina, seria y desconfiada. Jamás olvidaré el día en el que te conocí, y como metí la pata malinterpretando vuestra bienvenida —dijo riendo—. Pero poco a poco me mostraste quién eras verdaderamente, y que detrás de esa chica seria, desconfiaba y anti-chicos había una divertida, amable y agradable mujer. Sobretodo me mostraste lo mucho que amas a Dios y lo mucho que deseas agradarle, obedecerle y servirle —dejó de caminar y yo también. Nos miramos a los ojos—.
— Max... —él no me dejó terminar de hablar.
— Tú no querías amar a nadie, y yo no me creía capaz de hacerlo, pero aquí estamos, amándonos de la mejor forma posible, con ese amor que viene de Dios. Por eso, Vega, es que lo nuestro sí tiene futuro, sí va a funcionar y sí va a tener un hermoso propósito. No solo porque los dos sentimos lo mismo y queremos lo mismo, sino porque los dos tenemos nuestra mirada puesta en Dios, y queremos hacer las cosas bien, como él las ha establecido.
Max agarró mis manos.
— ¿Quieres comenzar a servir a Dios junto a mi, siendo mi novia? —sus ojos brillaban, los míos también.
— Claro que quiero —respondí con mis ojos llorosos pero feliz y sonriente...
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Crónicas de un amor
RomanceUna historia de amor cristiana plasmada en las crónicas que Vega cuenta sobre como conoció a Max, el amor de su vida después de Dios. Obra registrada en Safe Creative y protegida bajo el código 2109129230607 #1 en noviazgocristiano 16/9/2021 #1 en v...