Capítulo 16

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Orión es todo un intrépido y juguetón cachorro. Se pasa todo el día corriendo por toda la casa, explorando en el jardín y mordiendo mis zapatos. Estoy feliz de que Max me lo haya regalado, es algo que nunca olvidaré.

Hablando de Max, hoy fui a su apartamento. Es bueno que el venga a verme, pero es importante que yo también me preocupe por él. Debemos ver como nos desenvolvemos en nuestros hogares.

— Vecina, ¡que linda! —me dijo levantando las manos y sonriendo —Pasa, pasa —me invitó a entrar y me senté en el sofá.

Como le gusta bromear llamándome vecina. Me molesta a veces, pero termina gustándome.

— ¿Cómo estás? —le pregunté sonriendo.

— Bien, gracias a Dios. Hoy tuve que trabajar bastante, un cliente vino para que le hiciéramos una extensa sesión de fotos —me dijo mientras se tumbaba a mi lado—. ¿Y cómo está la estrella más bella de la constelación? —me preguntó con una leve sonrisa, mirándome reojo?

— Te veo muy poeta últimamente —le dije sonriendo—. Estoy bien Max, gracias a nuestro amado Dios que me sustenta y me guía.

— Amén, Amén —dijo contemplando mis palabras—. Oye, ¿quieres ir a comer algo? —me preguntó mientras se levantaba.

— Claro que sí —le respondí sonriendo.

Fuimos a la cafetería que había en el mismo bloque. No era la primera vez que íbamos, así que Max ya sabía lo que me gustaba.

— Un cappuccino con unas crepas para la señorita —le dijo al camarero—, y para un espresso y unos churros por favor.

— ¿Y si no quería pedir eso hoy? —le pregunté bromeando.

— Pues me lo como yo —me dijo sonriendo, en forma de broma.

— Estos meses a tu lado y teniendo tu amistad han sido hermosos Max —cambié drásticamente de tema—. Ni te imaginas como era mi perspectiva con respecto a los chicos antes de conocerte.

— Dios hizo un milagro en tu vida y me usó como instrumento —me dijo con una ligera sonrisa y agarrando mi mano.

— ¡Oh, agarró mi mano, Dios mío! —me decía a mi misma en mi mente, emocianada como una colegiala.

Él me agarraba de la mano y no hacía falta más nada.

— Me enamoré de ti, Vega. Eres el amor de mi existencia, porque no hemos vivido la vida juntos, pero deseo que algún día te conviertas en el amor de mi vida.

Sí, sus palabras eran fuego a mi corazón. Estaba en llamas, ardiendo en llamas de amor.

— ¿Quieres ser mi.... —no dije que sí antes de que terminara para no arruinar el momento, pero no hizo falta.

Su teléfono comenzó a sonar y al parecer era importante. Max tenía familia en Italia y lo estaban llamando urgentemente desde allí.

— Mamá... ¿Qué? —su semblante se tornó preocupado—.Yo... Está bien, espérame —terminó de hablar, colgó, y me miró con la mirada más triste que había visto en él.

— ¡Por Dios, Max! —lo miré desconcertada, su semblante me preocupaba— ¿Qué ocurrió? —pregunté con las manos en mi pecho.

— Mi padre está muy enfermo —dijo con la mano en la nuca mirando a sus zapatos—. Creen que no durará mucho —su voz era tranquila pero se notaba el dolor y la tristeza que sentía.

— No, no... Eso es muy triste —le dije agarrando su mano, sintiendo empatía.

Debía ser empática, lo entendía. Yo perdí a mis padres en un accidente de avión.

— Tengo que ir a Italia para estar con él en sus últimos momentos —me explicó—. Sabes lo que estaba al punto de decirte... —no lo dejé terminar de hablar.

— Lo sé, pero ir a ver a tu padre es más importante. Lo nuestro puede esperar —le dije mientras me levantaba para abrazarlo.

— Gracias Vega, gracias... —me abrazó igualmente y suspiró.

Al atardecer fui con Max hasta el aeropuerto junto a Iván y Zoe. Queríamos despedirnos de él y estar ahí para lo que Max necesitara.

— Pasajeros del vuelo 93 destino a Nápoles —se escuchaba en las bocinas el llamado al vuelo de Max.

— Es mi vuelo —nos dijo mientras agarraba sus maletas.

Nos despedimos de él, pero Max pidió un momento a solas conmigo.

— Vega, ¿puedes esperarme? —me preguntó mirando a mis ojos, triste, pero sonriendo.

— Si no tardas mucho, te espero toda la vida —le contesté abrazándolo una última vez.

— Cuando vuelva vamos a retomar las cosas justo donde las dejamos. Y bueno, no olvides que te escribiré todos los días, para que no me olvides.

— Imposible olvidarte. Ni queriendo podré —le dije sonriendo—. Los tiempos de Dios son perfectos, y si tenemos que esperar, esperaremos. Él tiene el control de todo, incluso de la vida de tu padre.

— Lo sé —dijo mirándome con esos vívidos ojos—, y en su tiempo el obrará. Ya me tengo que ir —dijo mirando hacia atrás.

— Está bien. Te voy a extrañar, Maximiliano —le dije bromeando.

Él se despidió y se fue. En ese momento entendí que es al separarse cuando se entiende la fuerza con la que se ama.

Lo iba a extrañar, pero yo esperaba en Dios y nada podría quitarme la paz del Señor. Además, cuando Max volviera, daríamos inicio a una nueva etapa. Ahora solo quería que él estuviera con su padre cuidando de él en sus últimos momentos.

Crónicas de un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora