Capitulo 32

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—No, Santana, no.

—Por favor— dijo haciendo un puchero, mientras con una de sus manos le sostenía los brazos por encima de su cabeza, y con la otra le acariciaba el cuerpo desnudo.

—No.

—Si— acercó su rostro hacia Britt para darle un beso— por favor.

—No vas a lograr con un beso que comamos pizza— se quejó.

—Mmm, quizás tenga otra táctica— le susurró al oído, y la miró alzando una ceja.

—Ni se te ocu...

—Tarde— contestó con una sonrisa maliciosa comenzando a hacerle cosquillas.

—San, no, no— dijo riendo.

—Pizza.

—No.

—¿Escuché un no como respuesta?— ahora usó sus dos manos para hacerle cosquillas.

—No, si... no— rió— Por favor, amor.

—¿Entonces?— preguntó sonriendo dulcemente.

—Bien, bien, pedí pizza— siguió riendo.

—Muy bien— le dió un beso— ahora vuelvo.

Habían pasado tres meses desde la cena con sus amigos. Tres meses donde las Brittana estaban viviendo su noviazgo como si fueran adolescentes.

Pasaban cada día juntas, a todas horas. Cuando trabajaban hacían pareja, y cuando estaban fuera del horario laboral, eran una.

Hablando de trabajo, nunca encontraron a Dani, pero Maribel les había dicho que estaban más cerca que nunca, y de hecho, que estaba en Nueva York. Claro, no podían confiar en eso ya que después de tres meses siguen sin encontrarla.

—¡Sos una chiquilina!— le gritó fingiendo molestia cuando salió de la habitación.

—¡Esta chiquilina te ama!— gritó en respuesta, sacándole una sonrisa a la rubia, al poco tiempo volvió a entrar y se acostó a su lado.

—Sigo enojada— dijo abrazando a su novia por la cintura.

—Claro que no— respondió sonriendo.

—Bueno, no. Pero, San, comimos pizza ayer.

—Mentira— contuvo la risa.

—Y anteayer.

—¡Anteayer fue solo una porción!— respondió, riendo.

—Te lo dejo pasar... solo con una condición.

—Soy toda oídos.

—Múdate conmigo— levantó su cabeza para mirarla.

—Britt, cariño...— empezó a hablar, tratando de soltar los brazos de la rubia de ella.

—No escapes más de esta conversación ¿si?— pidió cuando vio a la latina levantarse de la cama y ponerse la bata.

—No escapo.

—Si, lo haces— se levantó, y también se cubrió— ¿Por qué no queres? ¿que está mal?— preguntó suavemente.

—Nada está mal, cariño, es solo...

—¿Solo?

—Hace años no querías casarte, y mudarnos juntas es casi parecido— respondió bajando la cabeza— tengo miedo de que sea mucho para vos, y vuelvas a dejarme.

—Primero, teóricamente la segunda vez no te deje, vos me dejaste a mi— se excusó y luego sonrió— Cariño, era chica, y tenía miedo— se acercó y le acarició la mejilla— ahora no lo tengo. Estoy segura de lo que te acabo de pedir.

EXPLOSIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora