Capítulo diez

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Nuevamente tuvo que dormir en su biblioteca; la noche afuera del templo fue de lo más reconfortante porqué Dégel pudo platicar con Camus sobre su vida

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Nuevamente tuvo que dormir en su biblioteca; la noche afuera del templo fue de lo más reconfortante porqué Dégel pudo platicar con Camus sobre su vida.
También mencionó el detalle con sus alumnos y el cariño que le había tomado a los dos, uno de ellos se llamaba Isaac y el otro Hyoga.

Le comentó como sufrió la pérdida de su alumno Isaac al salvar a Hyoga después de buscar a su madre en las profundidades en aquel barco donde descansaba.
Ante esto Dégel notó como su semblante cambió totalmente cuando le comentaba cada detalle de ello, su voz sonaba entre cortada y no era para menos si Camus veía a esos pequeñitos como sus hijos.

Al llegar la media noche, lentamente Camus cerraba sus párpados cayendo en los brazos de Morfeo; Dégel lo cargó hasta su cama, era el único momento en el cual podía tener un contacto más cercano con él y sobre todo esa esencia suave que desprendía su piel lo hacían perderse en la magnificencia del contrario.

No sabía que le ocurría cuando tenía de cerca a Camus, simplemente le molestaba el hecho de que los demás quisieran acercarse con el pretexto de querer ayudar cuando sus acciones demostraban lo contrario.

Sin pensar mucho en ello salió de su habitación dejando descansar al joven de cabellos escarlata; de nueva cuenta tendrá que pasar la noche en la biblioteca, aunque en ese sitio no descansaba muy bien.

Al amanecer Dégel fue el primero en despertar, las doncellas que servían en los templos dejaron listo sus desayunos, tenían la orden del patriarca Sage debido a que Dégel partiría muy temprano a Delfos para poder llevar a su alumno con las pitonisas y estas le reveleran su destino.

A los pocos minutos Camus alcanzó a Dégel en la cocina, aunque al principio se quedó recargado en el marco de la puerta mientras lo veía acomodando la mesa colocando unas flores justamente en medio.

— Buenos días Dégel sama.

Saludó Camus entrando a la pequeña cocina aunque ante este pequeño acto el mencionado se sobresaltó un poco tirando la taza donde serviría café.

— Solo dime Dégel no es necesario tanta formalidad.

Intentaba controlarse ante su nuevo pupilo porque de alguna manera lo hacía sentirse muy nervioso.
Se agachó para poder recoger la taza rota del suelo sin embargo no se esperaba que Camus se acercara también para ayudarlo.
Una cercanía muy considerable porqué ahora los dos se miraban el uno al otro para recoger los pedazos de cerámica que se encontraban en el suelo, sin querer el joven de cabellos escarlata se cortó con un trozo filoso.

— Espera... — Dégel se incorporó del suelo para tomar un paño limpio de la cocina, sin hacer contacto visual con Camus comenzó a limpiar la sangre que se deslizaba por su dedo, encendió un poco su cosmos y le dio un poco de frío en esa zona para ayudarle a neutralizar el dolor.

— Gracias — Susurró Camus al ver como Dégel usaba su propia habilidad para calmar esa pequeña herida.

— Descuida... Ten más cuidado.

No tenía la fortaleza de mirarlo a los ojos, rápidamente se alejó para seguir con la labor de colocar las tazas para el café.
Camus le dio un ultimo vistazo a su mano, después tomó asiento frente a la mesa, mirando las acciones de Degel; aunque no entendía porqué lo evadía cuando intentaba hacer contacto visual con él.

— Espero que no te molesten las flores, ayer en la tarde vino Agasha a entregarle algunas a la diosa Athena pero... Estas las compré yo — Susurró Dégel esperando que lo último no fuera escuchado por su nuevo alumno — El color escarlata es muy bonito.

Camus no escuchó esas últimas palabras, estaba totalmente entretenido tocando los pétalos de esa diversidad de flores. Jamás le había puesto atención a la flora, en Siberia lo único que siempre veía a diario era la majestuosidad de los hielos perpetuos, la blanca nieve cuando los rayos del sol reflejaban en ese lugar mostrando pureza.

Solo eso, un clima ideal para él.
Aunque en ese momento con las flores le recordó a sus compañeros ¿Qué estarán haciendo ahora que ya no están? Cuando todo comenzó perdió la vida Death Mask,  sabía que Shura murió al enfrentar al dragón, después de él al enfrentar a Hyoga... De ahí su vida se esfumó ante la incertidumbre de saber si Afrodita también cayó en esa batalla.

Solo esperaba todos los demás estuvieran con bien velando al santuario y a la diosa como es su deber.
Aunque esas tardes amenas con sus compañeros jamás volverán, ahora solamente quedará en sus recuerdos.

Degel se dio cuenta que Camus estaba totalmente distraído, su mirada seguía en las flores, sin querer colocó su mano sobre el hombro de su alumno — Camus ¿Estás bien?

El joven de cabellos escarlata rápidamente sacudió su cabeza — Lo siento Dégel, aún me cuesta asimilar estar en una época que no es mía... No me lo tomes a mal, la verdad extraño a mis compañeros, todo esto fue muy repentino; todo por el deber y la lealtad.

— Comprendo tus palabras, sé que esto es nuevo para ti — Dégel tomó asiento frente a su alumno y tomó sus cubiertos para comenzar a probar la fruta picada — Esta tarde las pitonisas te revelarán la verdadera razón del porqué estás aquí.

Camus no respondió nada, tomó su tenedor para comenzar a degustar su fruta.
Con Dégel solo cruzó unas cuantas palabras, al terminar el desayuno ayudó a recoger los trastos sucios.

El caballero de Acuario decidió no llevar su armadura, al menos no consideraba algún peligro mientras se dirigían a Delfos.
Ambos bajaron las escaleras pasando por los templos donde saludaban con cortesía a los demás caballeros; aunque al llegar a Escorpio Kardia los esperaba recargado en la entrada de su templo mientras comía una jugosa manzana.

— Kardia — Lo llamó Dégel acercándose — No sueles despertar tan temprano.

— Bueno, antes que nada buenos días Dégel ¿No crees? Además ayer Sage dijo que te ausentarías en el santuario, no me puedo quedar solo.

Kardia se acomodó su larga bufanda de color rojo dispuesto a irse con ellos.

— Necesito llevar a Camus al templo de Delfos, son ordenes del patriarca.

— ¡Más a mi favor! — Exclamó Kardia muy animado tomando al caballero de Acuario de su camisa — Si nuevamente tengo una crisis con la temperatura de mi cuerpo los tengo a los dos para que calmen mi ardiente corazón.

Aunque esto último lo dijo en un susurro mirando al joven de cabellos escarlata.
Dégel cerró sus párpados, se llevó sus dedos al puente de su nariz mientras meditaba esa situación; Kardia parecía un niño pequeño que no se calmaría hasta que accediera, no tenía opción.

— Esta bien, vámonos.

Kardia tomó otra manzana y se colocó frente a ellos; ahora los tres bajaban las escaleras para llegar de una vez por todas a Delfos.

— Yo no sé como accedo a tus locuras — Respondió Dégel observando como llegaban al siguiente templo.

— Ve el lado positivo de mi compañía, si tu alumno se cansa puedo colocar sus piernas en mis hombros  — Contestó Kardia lanzándole un guiño a Camus quien ante esta revelación se sonrojó un poco.

Pero para Dégel no era un comentario que le agradarada del todo, detestaba ese tipo de insinuaciones que le daban a Camus.

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