Capítulo 1

18 1 0
                                    

Voy subiendo las escaleras de dos en dos; hace tiempo cogí esa costumbre para ir más rápido. A la vez que voy ascendiendo voy sintiendo cada vez más el frío. Ha llegado el invierno y, a pesar de tener calefacción, en nuestra casa no hay nada que podamos hacer para calentar los fríos rellanos.

"Si hace este frío aquí, no me quiero ni imaginar arriba" pensé. "Arriba", me repito. Es curioso, siempre me he referido a ese lugar con esa palabra; queda más místico.

Cuando llego a la última planta, me detengo enfrente de la puerta. Nuestro piso solo tiene 4 plantas con un apartamento en cada una, bueno salvo en la última planta, ahí no hay ningún apartamento, ahí no vive nadie.

En ese rellano, mi madre tiende la ropa y siempre hay ropa colocada en el tendedero. Además, también hay más "trastos" que ni siquiera me he puesto a analizar.

Me vuelvo a la puerta, de nuevo. No es una puerta normal: es de hierro, ideal para que nadie viva al otro lado de ella porque le quita mucha decoración a las cosas. Forcejeo un poco para abrirla (está muy vieja) y cuando lo logro me acuerdo de por qué nadie vive en este "apartamento": es una azotea.

Doy un paso adentro y el frío invernal hace que me entre un repelús y que estornude, todo eso al mismo tiempo. Esta estación es mi favorita del año pero no deja de ser una relación amor-odio. El invierno tiene días como la Navidad, momentos como cuando llegas de estar en la calle a tu casa y te pones en el brasero... pero luego el frío es enorme a veces.

En la azotea, no hay mucho en realidad. Está mi saco de boxeo a la derecha de la puerta y a la izquierda hay dos especies de despensas, una es mis padres y otra es del vecino de la tercera (en efecto, no hay vecino en la primera planta). Antes solía haber más cosas. Había incluso una mesa y una silla pero poco a poco las fueron quitando.

Me acerco a nuestra despensa. Sinceramente, no creo que reciba el nombre que le estoy dando como tal, es también un almacén en el que guardamos cosas. Para entrar hay que abrir una puerta metálica pequeña y alargada que parece diseñada para unos enanitos. De hecho, para entrar ahí tenemos que bajar un peldaño que tapa la puerta e ir agachados debido a que ,en altura, la despensa no mide más de 1 metro y 20 cm. Así que sí, confirmo que es una puerta hecha para enanitos.

Opto por no entrar ya que hay una gran rejilla que permite ver muchas cosas que hay dentro. Me pongo a observarlas con detenimiento pero desvío la mirada al instante cuando me encuentro con algo que no quería ver. Cierro los ojos fuertemente e inhalo mucho aire para luego soltarlo poco a poco. Es una maniobra que siempre me ha funcionado.

Doy la vuelta y abro los ojos de nuevo. Es ahí cuando recordé la razón de mi subida a la azotea. Es ahí cuando recordé por qué siempre me refiero a la azotea como "arriba".

Porque cuando asciendo hasta ella es como si estuviera en el cielo, como si fuera una estrella más. Pero no solo eso. Cuando "voy arriba" hay una estrella más grande que las demás y que me ilumina más que ninguna otra. Una estrella que es más estrella que las demás sin ser estrella. Cuando subo a la azotea, subo a la Luna.

Me siento en el suelo, embobado en ella y empiezo a recordar.

En la Luna residen mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora