Capítulo 2

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Hace mucho mucho tiempo, mi vida dejó de ser lo que fue para convertirse en algo mejor...

Me encontraba en el salón, jugando con mis juguetes; se me iba la vida en ello. La vida era muy simple siendo un niño pequeño que ótenía la preocupación de perderse los capítulos de Bob Esponja. Era todo tan fácil...

Mi madre no paraba de dar vueltas en el salón y de morderse las uñas, parecía nerviosa. Había dedicado mucho tiempo a limpiar la casa más de la cuenta y de arreglarse. Estaba esperando a que me dijera que se iba a ir a algún lugar pero no era así, se había arreglado para quedarse en casa. No entendía nada de lo que pasaba y seguí jugando.

Creo que pregunté poco después y obtuve un "Ya verás, hijo" que no me quitó la curiosidad.

Después de todas esas vueltas que dio mi mamá se sentó conmigo en el suelo a mirar cómo jugaba.

Cielo...- me susurró suavemente.

Me giré a mirarla.

Pasó su mano por mis rizos y empezó a acariciarme lentamente. A pesar de sus gestos, parecía inquieta. Algo pasaba en ese momento y no me daba cuenta.

-¿Te acuerdas... cuando me dijiste que querías una hermanita?- preguntó de forma más lenta aún.

La pregunta me pilló desprevenido y no pude responder. Analicé el tamaño de su barrigo y ella se rió. Lo cierto es que no estaba hinchada ni nada. Así que seguía sin comprender lo que pasaba. 

Abrí la boca para decir algo pero justo en ese momento alguien tocó a la puerta de casa.

¡Ya va!- contestó ella.

Mi madre se levantó rápidamente y fue directa al pasillo. Se detuvo unos instantes enfrente del espejo para retocarse el pelo y, cuando se disponía a abrir la puerta, apoyó la cabeza en ella y cogió una buena bocanada de aire para luego echarla poco a poco. Fue la primera vez que vi a alguien hacer eso y no entendí para qué servía.

Después de soltar todo lo que tenía acumulado se enderezó y miró a través de la mirilla. Se despegó y abrió la puerta lentamente. No tenía ni idea de a quién estaba esperando para estar tan nerviosa hasta que la vi.

- ¡Hola!- saludó mi madre inclinándose. Trataba de ocultar su estado de nervios y lo hacía bastante bien - Soy Ester, y tú debes de ser Luna, ¿verdad?

No se veía con quién hablaba. Ya había dejado los juguetes y estaba atento a la conversación.

- Sí, señora- respondió una voz tan aguda como la de una niña de 7 años.

Mamá esbozó una sonrisa.

- Cariño, no me llames señora - y se echó a reír - Llámame Ester.

- Disculpe...- se limitó a decir la chica. Parecía incómoda.

Mamá se apartó de la puerta e hizo un gesto con la mano invitándola a entrar.

- Adelante, pasa, no seas tímida.

Fue ahí cuando pude verla, entrando acompañada de mi padre. Nuestras miradas chocaron al mismo tiempo, parecía que supiera que estaba ahí, sentado en el salón, antes de haber entrado. 

Era una chica de mi edad (por aquel entonces), con una ropa deportiva que dejaba ver su oscura piel, una piel que nunca había visto antes mi vida, una piel que iba acompañada de un corto cabello rizado que le sentaba muy bien. Fue la primera persona de color que vi en mi vida y recuerdo que me impactó como un joven inexperto de la vida que era. Pero el impacto se esfumó tan rápido cuando alzó la mano y me ofreció un saludo junto a una sonrisa. Fue un gesto tan cálido que, a pesar de mi timidez, le devolví el saludo.

Parecía que fuéramos amigos de toda la vida...

Por algún motivo, agarré mi juguete y me metí en mi cuarto para seguir jugando con él. Todo eso era nuevo para mí y mi forma de "asimilarlo" fue seguir jugando.

Al poco rato alguien tocó a la puerta y abrió antes de que pudiera responder. Era mi padre, portando una sonrisa de orgullo.

- ¿Cómo estás campeón?- me preguntó acercándose a mí a la vez que se agachaba.

No era tímido con mis padres pero que estuviera alguien que no conociese en la casa hacía que automáticamente todos pasaran a ser extraños para mí.

Me limité a encoger los hombros como respuesta, con la mirada fija en el cohete de plástico que estaba meneando.

Él me abrazó y me besó en la coronilla.

- Sé que todo esto es nuevo para ti y no te lo hemos dicho nada antes...- empezó- Pero ahora tendrás a alguiencon quien jugar. 

Dejé de moverlo al oír esas palabras. Significaron tanto para un niño tan pequeño.

- Creemos...- continuó- tu madre y yo creemos que el mejor regalo que te podemos dar para tu cumpleaños es una hermanita.

Fue en ese momento en el que me abalancé sobre él y le rodeé con mis brazos, llorando en silencio. Las emociones también son tímidas a veces.

- Gracias- agradecí con un hilo de voz.

Él sonrió y me devolvió el abrazo durante un largo tiempo.

Unos minutos más tarde, cuando se fue de mi cuarto, alguien volvió a tocar la puerta pero no entró de golpe sino que se esperó a mi respuesta. Quién me diría que sería la única que vez en su vida que haría eso. 

- ¡Pasa!

Alcé la mirada esperando a alguno de mis padres pero solo vi una cabecita de pelos rizados que se había puesto de puntillas para abrir la puerta.

- ¡Hola!

- Hola...

Trataba de no parecer nervioso, no era muy bueno en las relaciones sociales y menos con hermanas recién conocidas.

Ella se acercó a mí y se sentó. Estuvo un buen rato en silencio, admirando mi cuarto en busca de todo tipo de detalles. Luego, volvió a mirarme con una amplia sonrisa enseñando todos sus dientes de leche. Parecía todo lo contrario a mí, era muy extrovertida.

- ¡Tienes un cuarto muy chulo!- exclamó.

Gra-gracias...- Agaché la mirada ruborizado y seguí con el juguete.

- ¿Cómo te llamas?- preguntó a la vez que bajaba la cabeza para buscar mi mirada.

Alcé la cabeza para contestarle, intentando esconder mi rojez.

- Me llamo...

- ¡Déjame adivinarlo, porfa!- me interrumpió, divertida.

- Vale...

- Mmmm- entrecerró los ojos- ¿Te llamas Apolo verdad?

Me sorprendí tanto que abrí la boca.

La niña rió.

- ¿Cómo lo has sabido?¿Te lo han dicho mis padres, verdad?

Negó con la cabeza.

- Tienes un cohete en el jersey- explicó.

Me fijé en el jersey y, en efecto, lo tenía pero seguía sin entenderlo.

- ¿Y?

- Pues que yo me llamo Luna.

Puse cara de extrañado al máximo, no comprendía nada.

Ella se volvió a reír. Tenía una risa muy natural y tan contagiosa que me hacía sonreír.

El señor Apolo fue el primer cohete que pudo conocer a la señora Luna- me explicó, cerrando los ojos y levantando el dedo índice, como si fuera una sabionda.

Dejé escapar una carcajada y Luna me la acompañó.

Es increíble cómo una tontería hizo que perdiera los nervios.

Ese día aprendí que fui la primera persona en conocer a la Luna.

En la Luna residen mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora