Faltaba una semana para mi cumpleaños y la Navidad estaba tan cercana que cualquier cosa que Ángel me hiciera me daba totalmente igual, como si fuera un preso contando sus días en la cárcel yo contaba los días, en una hojita, que faltaban para las vacaciones que más me gustaban de todo el año.
Me alegró mucho saber que Luna y mi madre habían podido limpiar la mancha de zumo de la última vez pero por algún motivo también me entristeció, algo en mí me decía que ellas no tenían que ser las encargadas de limpiar algo que iba sólo conmigo, algo que me estaba ganando yo.
Ya habíamos escrito nuestras cartas para Papá Noel y le había preguntado a mi hermana por intriga qué libros se había pedido pero no me respondió nada, casi parecía que evitaba bajo toda circunstancia hablar de eso.
También le daba vueltas al asunto de mi cumpleaños, sobre si celebrarlo en mi casa y comprar una tarta y bueno... todo eso. Por una parte, llevaba un par de años sin hacer de ese día algo "importante", bueno, salvo por Luna que junto a su cara de indignidad y ojitos de cordero lograba que mis padres y ella me cantasen el "cumpleaños feliz." Ah bueno, y se me ha olvidado decir qué es lo que me regalaba porque hacía un regalo conjunto con Papá y Mamá pero, aparte, siempre tenía algo original y a veces impredecible que provocaba mucha conmoción.
El primer año que estuvimos juntos cogió un puñado de tierra de alguna parte y me explicó que me había regalado un país, no me gustó mucho pero lo metí en un tarrito de cristal con una notita en la que se podía leer: "Apololandia."
En otra ocasión, dado que a mi familia no le gusta los animales, atrapó una ranita con una red y la trajo a casa contándonos una historia acerca de que esa rana estaba asustada, se acercó y le pidió hablando nuestro idioma que estaba buscando un chico que se llamase Apolo que le besara para volver a ser una princesa hermosa. Pues yo me lo creí y mi madre llegó a casa justo cuando estaba a punto de romper el hechizo del animal. Papá empezó a cerrar la puerta con llave el día de antes de mi cumpleaños por miedo a que a Luna hiciera de las suyas.
Tampoco sirvió de nada porque una vez le vino la varicela y en vez de quedarse en la cama descansando se levantó un poco mareada diciendo algo de que se había disfrazado para cantarme el "cumpleaños feliz."
Ay sí, y el año pasado nos encontramos con un chico que tenía unas zapatillas Adidas muy chulas, tanto me gustaron que se lo comenté a todos. El día de mi cumple Papá maldijo en voz alta porque se le había olvidado cerrar la puerta bien mientras mi madre ponía el piso patas arriba buscando a mi hermana, nadie sabía en dónde se había metido. Estuvimos a una pizca de llamar a la policía pero en ese momento alguien abrió la puerta y era Luna, impasible como ella misma. Mamá le abrazó y le iba a preguntar en dónde había estado hasta que se fijó en sus pies.
- ¿¡Has hecho un trueque con el tío ese?!- gritó mi padre.
- Sí, hemos intercambiado zapatillas.
Se me olvidó decir que el chaval de las Adidas tenía casi 18 años y que la razón por la que, entre otras cosas, mi hermana se había retrasado era porque las zapatillas le estaban muy grandes y tenía pies de payaso. A pesar de que le castigaron sin salir un finde, nos echamos unas risas en mi cuarto.
Como habéis podido leer, Luna tenía regalos muy "curiosos" y cada año por estas fechas era un estado de alerta para mis padres.
Volviendo a lo de antes, estaba súper emocionado. Apenas había exámenes, nos ponían películas navideñas, hacíamos manualidades, decorando el interior del edificio... y estábamos tan ocupados que Ángel apenas me hacía nada. La Navidad me estaba resultando algo así como una salvación a todo lo malo que había experimentado los meses anteriores aunque... no debería de ser así. En el colegio, no tenía que refugiarme de nada, todos los días eran buenos, tenía ansias de vacaciones para divertirme pero no para esconderme en mi de un peligro y esperar a que mis heridas se curasen para volver a recibir. Ahora el concepto de "divertirme en vacaciones" había dejado de existir.
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En la Luna residen mis esperanzas
De TodoApolo era un niño que deseaba convertirse en astronauta y el primer encuentro "galáctico" que tuvo fue con Luna, su nueva hermana. Eran como el día y la noche. Él, un chico inseguro y ella muy extrovertida. Apolo nunca antes se habría imaginado que...