Capítulo 4

8 0 0
                                    

Recuerdo el primer abrazo que me dio, aquel día cuando salimos del recreo después de jugar juntos a la pelota.

- Lo has hecho muy bien- Me aplaudió saliendo del colegio, mientras esperábamos a nuestra madre- Ahora podrás jugar conmigo, siempre.

- Gracias...

En ese momento ,sin más preambulos, la chica dio un paso hacia mí y me rodeó con sus brazos, apoyando su cabeza en mi hombro y acariciándome las mejillas con sus rizos. Intenté camuflar mis temblores pero fue en vano. Nunca había abrazado a nadie de mi edad, y especialmente a una chica.

- ¿Tienes frío?- quiso saber ella.

- No, no mucho- farfullé.

Acabábamos de volver de las vacaciones de Navidad pero no era precisamente el frío lo que provocaba esa reacción en mí.

La muchacha rió y me abrazó con más fuerza.

Pienso que no hay ninguna edad ideal para encontrar a alguien ideal. Puedes encontrar el amor, la amistad y el hogar en cualquier momento, siendo tanto niño como adulto.

En diferentes momentos de tu vida puedes cambiar de perspectiva pero la emoción sigue siendo la misma.

Aquel día, esa muchacha de tez morena y ojos brillantes se convirtió en mi mejor amiga. Pero tardé mucho en decírselo.

- ¿Qué tal el día, guapos?- preguntó mi madre cuando llegó con el coche.

- ¡Súper bien!- respondió Luna- Hemos jugado Apolo y yo a la pelota y... ¡adivina qué!

- ¿¡Qué!?- Mi mamá solía imitar la ilusión con la que mi amiga hablaba.

- ¡Tu hijo es súper bueno jugado a la pelota! ¡No he visto a nadie jugar así de bien!

Me sonrojé. Lo estaba haciendo a propósito. Trataba de hacerme sentir mejor y eso que aquel día ya no podía estarlo más.

- ¡¿Ah, sí?!- Y se giraron hacia mí las dos.

Yo le devolví la mirada a Luna, sin saber qué responder. Pareció entenderme y asintió fuertemente instándome a imitarla.

Mamá nos agarró y nos besuqueó en la cabeza. Son unos de esos momentos que jamás se me olvidarán.


A mí me gustaba mucho la música pero no tocarla sino escucharla. Me gustaba tanto que, a veces, mientras jugaba solo con mis juguetes, me traía una radio portátil y ponía música de fondo. Me ponía los pelos de punta.

Ese mismo día, puse la música y descubrí que a Luna le encantaba bailar y, a la vez, descubrí que a mi no se me daba nada bien. Su forma de moverse era totalmente improvisada y no seguía ninguna coreografía previa. Tratando de hacer lo que ella hacía, me caí de culo y la chica imitó mi caída. Nos reímos. Aquel momento hizo que se me erizaran los pelos del cuerpo pero no fue la música. Fue Luna.

- ¿Por qué me copias?

- Caerse de culo es un buen paso de baile.

Estuvimos sentados un buen rato, escuchando las canciones que sonaban. Me decidí a preguntárselo.

- ¿Cómo sabes bailar así?

Me dedicó una sonrisa y negó con la cabeza.

- No sé bailar.

- Mentira.

- Verdad.

- Yo no sé bailar así, tú lo haces muy bien- argumenté.

- Tú sabes bailar de una forma.

- Pero si yo nada más me caigo de culo.

- Pues eso no sé hacerlo yo- objetó ella.

- ¡Si no te caes de culo es porque sabes bailar!

Volvió a negar.

- Si no me caigo de culo, no sé bailar.

Empecé a sentirme confuso.

- ¿Pero qué dices? No... no lo entiendo.

- Tú puedes permitirte cometer errores y yo me obligo a no cometerlos- explicó Luna- Por eso, tú sabes más que yo de baile.

- ¡Eso no tiene sentido!

- Para mí, sí.

- ¿Y por qué no puedes convertir un error en un paso de baile? Te puedes caer de culo y dices que es un paso de baile - expliqué yo.

Ella sonrió dulcemente.

- No lo he pensado así pero creo que te acabas te responder tú mismo a lo de caerse de culo. 

Le devolví la sonrisa.

- Tienes razón.

- Gracias - dijo ella. 

Me sonrojé.

- ¿Por qué?

- Por ayudarme.

- Entonces... gracias a ti también.

Parecía en aquel momento un semáforo en rojo.

- ¿Por qué?

- Por ayudarme.

- Yo no he hecho nada ahora.

- Esta mañana, en el cole, sí.

- ¿Por jugar contigo con la pelota?- preguntó.

Yo asentí con un orgullo que nunca antes había experimentado. No era un orgullo por algo que yo había hecho, sino un orgullo por algo que alguien me había ayudado a hacer.

- Juegas muy bien a la pelota- dijo la chica.

- No sé jugar a la pelota.

- ¡Sí que sabes!

¿Por qué piensas eso?- quise saber.

¡Porque puedes jugar y como puedes jugar, sabes jugar a la pelota!

- ¿Tú puedes bailar?

En ese instante la pillé desprevenida pero asintió, sin comprender a dónde quería llegar. Ahora los papeles se habían intercambiado.

- Entonces sabes bailar.

- ¡Entonces tú también sabes jugar a la pelota!- exclamó. Le estaba chinchando sin darme cuenta. 

Con esta útima frase, entendí uno de los muchos significados de la vida con tan solo unos pocos años.

- Si eres capaz de hacer una cosa...- empecé yo.

- ... eres capaz de saber hacerla- terminó la muchacha.

Hubo un silencio de unos segundos. Un silencio en el cual nuestras miradas se encontraron, miradas que no pertenecían a niños corrientes; miradas de niños soñadores.

- ¡Me duele la cabeza de tanto pensar! - exclamó Luna- ¡Vas a pagar las consecuencias!

Estallamos a carcajadas y nos desplomamos en el suelo mientras ella intentaba hacerme cosquillas. Sólo paramos cuando nos empezó a doler mucha la barriga debido a las risas. Nos incorporamos y compartimos el mismo tipo de sonrisa. Estar con ella me daba años de vida.

Sentí la curiosidad.

- ¿Dónde has aprendido a bailar así?- le pregunté.

- No lo sé. Creo que mi madre bailaba, como yo.

Luna dejó de sonreírme y bajó la mirada. Empezó a sollozar. Al Apolo de 7 años se le ocurrió acercarse a ella y preguntarle si estaba llorando. Así son los niños pequeños.

- No, tranquilo. Esto es otro paso de baile- me dijo. 

En la Luna residen mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora