- Soy de una parte de África.
- África es muy grande- contesté.
Ella se encogió de hombros.
Estábamos tumbados en nuestras camas mirando hacia el techo. Un techo lleno de pegatinas de estrellas y planetas que podía brillar en la oscuridad. En pleno invierno salir afuera a "contemplar" el cielo real no era una buena idea.
Habíamos terminado de cenar y decidimos posponer el plan de ver los dibujos animados para el día siguiente. Siempre recordaré esa noche de sábado.
- No sé de qué parte soy -se limitó a responder.
Era todavía pequeño para entender aquello de "respeta lo personal"
- ¿No sabes de dónde eres? ¿En serio?
Negó con la cabeza.
- Pero... ¿recuerdas cómo era en dónde vivías?
- Era muy pequeña... Me cuesta recordar cosas.
Trataba de hacerme a la idea de cómo podría ser su lugar natal pero no lo conseguía.
- ¿Era parecido a mi ciudad?
Volvió a girar la cabeza a ambos lados.
- Era de otra forma, había otra gente y todo era muy distinto.
Por aquel entonces no tenía constancia de cuán diferente era el mundo ajeno al mío.
- Tu mundo es mucho mejor que el mío- continuó- ¿Aquí se muere mucha gente de hambre?
- No, creo.
- En donde yo nací eso era lo normal.
Mi mente de niño intentó imaginarse a mis padres con el estómago vacío y con los huesos marcados y no podía, era una imagen imposible de concebir.
Un silencio se apoderó de mi cuarto, no le quitábamos ojo a las estrellas de mi techo. Decidí hacer aquella pregunta, llevaba mucho tiempo pensándola.
- ¿Qué les pasó a tus padres?
En ese instante la respiración relajada de Luna quebró, parecía que tenía los pulmones rotos. Incluso a oscuras y con la escasa iluminación de las pegatinas pegadas en mi techo, supe que había cerrado los ojos evocando malos recuerdos.
- No lo sé- dijo con voz ronca.
¿Recordáis cuando antes dije que no sabía respetar lo personal? Pues bien, ahí fue cuando comprendí esa buena lección de vida. La chica comenzó a sollozar, aguantándose las lágrimas.
- Perdón- Fue lo único que me salió.
En realidad tenía más palabras para ella pero no sabía si era buen momento. Volvió a abrir los ojos y se giró para mirarme, limpiándose sus pequeñas lágrimas con la muñeca.
- No pasa nada- Me sonrió.
No seguimos charlando acerca de nada más, ver su reacción me había dejado mal cuerpo.
Estaba apunto de dormirme cuando ella me tocó el hombro suavemente.
- Apolo- susurró.
- Dime.
- Tengo yo una pregunta que hacerte a ti.
- ¿Cuál?
Señaló arriba de mi cuarto.
- ¿Desde cuándo te gusta todo lo del espacio?
Creo que era una pregunta para mis padres, en realidad. Tenía la ligera impresión de que me llevaba gustando desde antes de tener conciencia.
- Desde hace mucho mucho tiempo.
- ¿Desde antes de que nacieras? -preguntó ella curiosa.
- ¡No!- exclamé sorprendido- ¿Cómo me va a gustar algo si no todavía no había nacido?
Luna no parecía comprender mi sorpresa, para ella lo que había formulado era súper normal.
- A mí me gustaban los helados antes de nacer- soltó.
- Pero... eso es imposible.
- No lo es. ¿Tú te puedes acordar de cuando acababas de nacer?
- No.
- Pero a que estás seguro de que existías, ¿verdad?
- Sí.
- Pues igual te pasaba antes de nacer, pero eso nunca te lo han contado tus padres.
- ¿Y cómo sabías que te gustaban los helados antes de nacer?
- Porque mis padres me lo contaron cuando nací, decían que me habían visto en el cielo.
Me quedé anonadado con tal afirmación, llena de una certeza increíble. Esa muchacha hacía que me replantease cosas no muy típicas de un niño pequeño.
- Pero... ¿al cielo no van las personas que mueren?
- Puede ser. Pero también puede ser que estén las personas que aún no han nacido. Como yo.
- Eso en religión no nos lo han enseñado así -murmuré.
- Bueno, puede haber muchas lecciones secretas en este mundo.
- ¿"Secretas"?
- Sí. Lecciones que no te enseñan los otros. Lecciones tuyas.
Me había inquietado tanto esa última afirmación que no sabía con seguridad si iba a poder dormir bien aquella noche.
Pareció leerme la mente.
- Oye oye, perdona, es que estoy aburrida y pues te cuento cosas.
- ¿En África hay helados? - pregunté de repente.
Tenía tantas dudas y tan pocas respuestas.
El sueño que tenía se había esfumado.
Ella rió.
- África es muy grande -respondió, repitiendo mis palabras.
ESTÁS LEYENDO
En la Luna residen mis esperanzas
De TodoApolo era un niño que deseaba convertirse en astronauta y el primer encuentro "galáctico" que tuvo fue con Luna, su nueva hermana. Eran como el día y la noche. Él, un chico inseguro y ella muy extrovertida. Apolo nunca antes se habría imaginado que...