Capítulo 22

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Al día siguiente, nada más despertarme, Luna me había mandado un audio en el que tocaba con el ukelele aquella canción de disculpa que había estado escribiendo para mí días antes. Me dijo que la grabó el día de antes de desmayarse y que ignorase su voz algo ronca. Le di al "play" y por primera vez en mucho tiempo, me levanté con fuerzas. 

Cuando terminó la melodía me gustó tanto que me la puse de nuevo. 

- Está chulísima, Luna - escribí - Si no te va bien lo de escritora, que lo dudo, siempre puedes tocar el ukelele. Por cierto, ¿cómo estás? ¿Mejor?

La canción no era feliz precisamente, la letra era una disculpa por todo lo que había pasado entre nosotros pero, también, me sonaba como un rayo de luz que sobrepasaba el cielo nublado; una canción esperanzadora. 

Esperé unos minutos a su respuesta ya que, normalmente, y palabras suyas, yo "era la única persona en su vida a la que le respondía en Whatsapp al instante." No respondió. Me salía que su última conexión en la app fue a las 5 de la madrugada, dos horas antes de mi despertar. 

Me acerqué a la cocina y encontré a mi madre hablando por teléfono. Seguí esa frase tantas veces repetida por ella misma de "no interrumpas a los demás cuando están hablando" y una vez hubo terminado abrí la boca. 

- ¿Quién era? - pregunté.

- El médico. Dice que Luna está mejor pero que le han detectado hinchazones en algunas partes del cuerpo y sigue tosiendo sangre.

- Pero... si ayer parecía haberse recuperado del todo. 

- Luna es muy fuerte, cariño, pero - Le tembló la voz-... al igual que puede dar mejorar puede empeorar. 

Estaba conteniendo su dolor. 

- ¿Podemos ir a verla hoy, no?

- Sobre eso, el médico me ha dicho que será mejor que la visitemos dentro de unos días.

- ¿Qué? - pregunté alarmado- ¿Por qué no podemos ir a verla?

- Apolo, ¿te crees que yo no tengo ganas de verla?

- ¿Has intentado convencer al doctor?

- Sí. No se puede y punto. Lo único que podemos hacer es llamarle un montón y esperar a que todo salga bien. 

Mi madre desvió la mirada y noté que algo estaba ocultando. 

- ¿Qué tiene que salir bien? - inquirí.

Me ignoró. 

- ¿Qué tiene que salir bien? - repetí alzando la voz - ¿Por qué yo no tengo derecho a saber lo que tú sabes?

Mamá, en ese momento, se llevó las manos a la cara para que no viera cómo lloraba. 

- Creen que tiene cáncer y van a hacerle sesiones de quimioterapia estos días - dijo al fin. 

Me quedé petrificado mientras ella se iba de la cocina derramando sufrimiento a su paso. 


No tenía ganas de ir al instituto y menos de caminar entre miradas de curiosos que, de una forma u otra, se habían enterado de lo de Luna pero tenía que hacerlo; ya mismo habría exámenes y aunque estuviese rodeado de malas noticias sabía que mi hermana se iba a curar. 

Me vestí con su canción de fondo y, tanto mi madre como yo, tratamos de ser lo más optimistas posibles y vivir ese día con normalidad. Antes de que me dejase frente a la puerta del centro, nos compenetramos para hablar con Luna en diferentes momentos del día para no agobiarle. Yo fui el primero en empezar: le mandé un mensaje diciéndole que me había enterado de lo que pasaba y que le brindaba todos mis ánimos, que intentaría visitarle cuanto antes.

En la Luna residen mis esperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora