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El día llegó

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El día llegó. 

La pelinegra alzaba sus maletas, sacándolas de donde ellas se posaban; ella poco a poco fue sacando su ropa del armario, doblándola y colocándolas en sumo orden en las maletas. Tenía mucha ropa negra, cálida y muy colorida en muchas circunstancias.

Su vuelo a Australia era hoy en la noche, exactamente a las nueve de la noche.

Su madre ya sabía del viaje, ella fue quien la acompaño a hablar con el director por el traslado a una de las universidades de Australia. Jake, ya que era mayor de edad, se encargaría de cuidar de ella y a quien su madre le tenía una confianza inmensa.

Eran apenas las cinco de la tarde, dentro de un rato saldría a caminar por las calles algo frías de Okayama. Tenía que despedirse del país de su origen y aunque esa ciudad no fuera de su origen, permanecía siendo su origen de igual forma.

Ella salió rumbo a su destinario camino que en ella se posaba tranquilamente, sus lagrimas se deslizaban lentamente por sus mejillas. Su vista era algo borrosa, estaba algo aturdida y pensativa, la situación la ponía tensa, ese sentimiento no le gustaba.

El sol se ocultó, era hora de volver a casa luego de una larga caminata, tenía que arreglarse para por fin empezar una nueva vida, en donde él ya no podría existir. Se prometió triunfar por lo que quería, pero lo que quería, no lo podía tener.

Que era el amor del castaño. 

Con su corazón dolido se preparo para su vuelo, ya había comido, solo faltaba retocar todo. Su cuerpo posaba un pantalón negro, acompañado de una camisa roja, con detalles negros y blanco, un suéter grande abierto y unos converse. Algo muy de la pelinegra. 

Bajó con sus maletas a la sala principal, encontrándose con un Jake sonriente y una madre nostálgica. 

— Volveré pronto, te lo aseguro. —Calmó a su madre con una cálida sonrisa. 

— Me harás mucha falta. —Dijo con tristeza, mientras una lagrima rebelde se deslizaba por su mejilla izquierda. 

— Estaré bien, te llamaré cuando pueda y estaré pendiente de mi reina. —Colocó su mano en la mejilla y con su pulgar retiró aquella lagrima. 

La madre asintió tristemente, a pesar de que ella se la pasaba todo el día en el trabajo, la amaba mucho.  

Ella abrazó por última vez a su madre, para irse rumbo al aeropuerto.

[. . .] 

El castaño iba a toda prisa a la casa de la pelinegra, quería arreglar el problema, que él había causado. 

Tocó la puerta desesperadamente y está fuerte, él suspiro en alivio, pensó que era la pelinegra. Pero fue su madre, quien lo miraba con tristeza. 

 — ¿Está Ame? —Preguntó buscando a la menor con la vista. 

— Ella está en el aeropuerto. —Lo miró nostálgicamente. 

El corazón del castaño se hizo más pequeño por la gran impactante. 

— ¿Cuál es su vuelvo? Por favor, dígame, se lo suplico. —Suplicó mientras su voz se entrecortaba. 

— El 245. —Respondió. 

— Gracias. —Musitó al agradecerlo. 

Él tomo un taxi que lo llevaría al aeropuerto. 

Había llegado luego de diez minutos. 

— ¿Aún no sale el huelo 245? —Preguntó recuperando el aire. 

Tenía esperanza de alcanzarlo, quería que ella se quedará. 

Aunque sabia que ella se iba por su culpa. 

— Lo siento Joven, el vuelo acaba de salir. —Le respondió la señora. 

Eso borró el brillo que en sus ojos se encontraban, agradeció y simplemente comenzó a llorar mientras salía de aquel sitió. 

El reloj de la ciudad marcaba las nueve y un minuto.

Aquel castaño se sentó en una banca, abrazándose así mismo, arrepintiéndose de todo. Cosas que nunca hizo por miedo, todo lo que ocultó, ahora se había desplomado. 

Lloraba. 

Estaba tristemente acabado, ya no estaba la única persona que veló por su seguridad y felicidad.

Sus manos fueron agarrado fuertemente su cabello con impotencia, mientras de su boca salían palabras repetitivas. 

— Jamás tuve que dejarte de lado, eras todo lo que tenía y lo que necesitaba. 

Gritaba con desesperación aquellas palabras que ella siempre quiso escuchar, y que jamás le digo. Siempre fue difícil decir algo lindo para aquel castaño, ella lo sabia, pero con la castaña era diferente, le decía muy seguido lo mucho que le gustaba, eso fue lo que le dolió a ella, que nunca se diera que con ella era distinto.

Su boca repetía el nombre de la pelinegra, mientras los sollozos y las lagrimas no cesaban. 

Admitía sus errores, sabía que todo era su culpa. 

— Riki. —Llamó la atención de pelinegro la castaña. 

Él alzo su mirada para ver quien lo llamaba. 

— Annie. —Respondió sonando su nariz. 

— ¿Qué paso? —Se sentó a su lado. 

— Ella, se fue Annie, le hice daño, soy un total fracaso. —Dijo rápidamente. 

— ¿Ella, quién? —Preguntó. 

El chico dudo unos segundos en responder, pero al final lo hizo, le respondió. 

— Ame, mi sol, mi luna, la estrella que más brilla en el cielo. —Contestó eufórico.

Ella dejó que el castaño se desahogará. 

— Por mi culpa se fue, todo lo bueno que tenía. Ella me amaba, mientras yo hablaba de lo maravillosa que eras; su corazón dolía cada vez que la dejaba de un lado por ti, ella verdaderamente estaba enamorada de mi. —Sus manos se posaban topando sus ojos. 

Él restregaba sus manos en sus ojos. 

— Nunca me di cuenta del daño que le hacía, siempre pensé en mi, mientras la lastimaba más. Ella siempre veló por mi felicidad, lloró por mi, por alguien que simplemente es un idiota y que no la merece. Todo lo que dicen es cierto; no sabes lo que tienes, hasta que finalmente lo pierdes. La perdí, la perdí. —Repitió llorando varias veces y siguió hablado.

— Su corazón lo cerró por mi culpa, sus heridas no se curaran con sal. ¿Puedes crees el dolor que ahora mismo siento? Es mi culpa, siempre supe que la amaba, pero simplemente quise evadir el sentimiento solo para que permaneciera conmigo —confesó—, muchas personas de seguro pensaron que era amor correspondido, solo que jamás pensaron que yo estaría enamorado de ella, le hice más daño. —Dijo llorando.

Su corazón estaba adolorido, sabiendo que estaba enamorado y que jamás quiso decirlo.

Dañó a la persona que ama, eso jamás sería perdonado.

𝙄𝙣𝙛𝙞𝙣𝙞𝙩𝙮 𝙇𝙤𝙫𝙚. [𝙉𝙞𝙨𝙝𝙞𝙢𝙪𝙧𝙖 𝙍𝙞𝙠𝙞]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora