'El mejor amigo de mi hermano'

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—Hay cosas que aún no comprendo. ¿Por qué son tantas asignaturas?

Me llevé la mano a la cabeza al mirar la cantidad de libros. Estábamos en la habitación de mi hermano, solo un poco de luz entraba por la ventana cubierta de cobijas desgarradas y puestas a manera de que nada se viera.

—No te quejes, no son tantos libros —contestó él. 

Por el contrario, a un tiempo atrás: era yo quien tenía que ir a su cuarto y buscarlo para conversar un momento. Ya casi no salía de casa y pocas veces lo miraba en un lugar que no fuera su cuarto.

—Para esta pobre alma en desgracia, esta cantidad de libros es una tortura.

Escuché algunas risitas de su parte. Apartó los libros y con sus piernas me atrajo hacia el centro de la cama y me envolvió con su cobija.

—Apesta aquí. Déjame salir, déjame salir, te suplico que me dejes salir. Llevas sin bañarte casi medio mes —. Intenté atacarlo, pero él era mucho más fuerte, siempre había sido mucho más fuerte que yo.

Aun con su semblante débil y acojonado seguía teniendo más fuerza en una mano que yo en todo mi cuerpo.

—Las personas creerán que es verdad eso de que no me baño —atacó más fuerte.

—¿Y no lo es?

Negó con la cabeza y me empujó afuera de su cama.

—No quiero lidiar con inmundos —insultó. Yo solo le saqué el dedo y seguí curioseando en los libros.

No era un exagerado por decir que eran demasiados libros. Quería volver al tiempo donde lo primordial era aprenderme las tablas y aprender sobre verbos y cosas por el estilo.

—¿Y si mejor dejó la escuela? —dudé un momento. Si se enfadaba le diría que nada más estaba bromeando.

Después de unos años que se había convertido, prácticamente en mi refugio, ir a la escuela ahora resultaba una pesadilla constante. En donde todos los días tenía que encajar con los demás adolescentes hormonales y pretender que me gustaba seguir una bola de plástico y gritar como monos en su hábitat natural.

Ah. ¿Qué culpa tenían los pobres monos?

Lo bueno era que tenía un amigo: era un buen amigo. Bastante educadito y calculador, pero seguía siendo un buen amigo.

—No digas tonterías, Jeffry —reprendió el amargado. Cuando lo miré ponerse de pie, supe que era el momento para ofrecerle un poco de comida. Y lo intenté, fracasando, pues él no tenía intenciones de comer, ni de beber algo siquiera. Solo se había puesto de pie para acomodarse en la cama.

—Es broma, es broma —me excusé.  No, no era broma, las ganas de dejar la escuela estaban intactas.

Iba a recordarle el pequeño detalle de que él había dejado el instituto, pero preferí cerrar mi boca antes de abrirla. Seguro tenía buenas razones para ya no asistir a clases y mantenerse distanciado de los demás. ¿Quién era yo para cuestionarlo?

—Hola —llamó alguien. Mis queridos padres no estaban en casa. Así que me tocaba levantarme y mirar de quien se trataba.

Reconocí el rostro del chico únicamente con verlo unos segundos; traía un gorro manchado por cloro, era azul, pero se miraba blanco. Las espinillas en su cara aún seguían estando presente, la pubertad le había dejado más marcas malas que buenas, caminaba como pato y su inseguridad se notaba en su postura encorvada y en su tono de voz suave, mezclado con su raro acento.

—Tu mejor amigo está aquí —grité. Últimamente, me sentía muy hipócrita, siempre criticaba a las personas y le decía de cosas. Esperaba que solo fuera una etapa de mi vida, no podía vivir con eso eternamente.

—Gra-Gra-Gracias —tartamudeó el chico. Seguía haciendo eso, incluso cuando había llegado muchas veces a mi casa. Después de todo, era la única persona que visitaba a mi hermano y pasaba tiempo con él.

Yo me alejaba de ellos cuando conversaban, admitía sentir celos porque se robaba la atención de mi hermano.

—Aprendí a subir y bajar el yoyo —dijo su amigo. Yo escuché sentado desde el mueble. No miré lo que hizo, pero sonó un golpe duro, parecía haberse golpeado la cabeza. Eso hizo que mi hermano comenzara a reírse como loco y a golpear cosas como desesperado

Si estaba celoso del muchacho, pero debía admitir que me sentía bien el saber qué hacía reír a mi hermano. Ese logro era completamente suyo, de nadie más. Además de eso, decía mucho su responsabilidad desinteresada por venir siempre a casa y pasar, al menos 10 minutos platicando con mi hermano.

—Mira como hace eso con su yoyo —sugirió mi hermano cuando me miró entrar con agua de limón para ambos, pero el chico se encogió apenado en su asiento.

—Bien talentoso el chico —mentí yo.

—Te presento a mi hermano, se llama —giré a verlo y lo aniquilé con la mirada. Mi hermano solo tragó saliva, nervioso, su amigo no se atrevió a hablar.

No conocía mi nombre y no tenía por qué conocerlo.

—Cuida mi privacidad —advertí yo —, no le digas mi nombre a extraños. Tampoco es como que quiera saber el suyo —. El chico arrugó la cara, seguro era a causa de la limonada con falta de azúcar.

—Como digas, Roy —se cortó a su mismo —. Como digas, no hay necesidad de enfadarse.

Salí de la habitación y cuando los miré de reojo, pude notar como mi hermano cambiaba su vaso de limonada con el de su amigo. Dedicándome una mirada, sabía que no le había puesto azúcar a la limonada de su amigo.

Para asegurarme de que todo estuviera perfecto, pegué una silla cerca del cuarto de mi hermano y fingí estar leyendo algo.

—Mi padre no quiere que entre a la academia de actuación —comenzó hablando su amigo —. Dice que es una pérdida de tiempo, que no me beneficiara nada, y como no tengo contactos en ese mundo de la actuación solo perderé mi tiempo.

¿Con qué el amigo de mi hermano quería ser actor? Mm, algo difícil para un chico que se miraba así.

—¿Y tú qué piensas? —preguntó mi hermano.

—Quiero hacerlo, pero no quiero decepcionarlo.

—¿Quieres complacer a tu padre?

—Supongo que eso lo hará feliz. No puedo perder su confianza, sabes que ya perdí la confianza de mi madre.

—No puedes hacer siempre lo que otros quieren —señaló mi hermano, añadiendo el nombre de su amigo. ¿Por qué tenía un nombre tan extraño? Al parecer sus padres lo odiaban.

Ah, los padres y su costumbre de pasar los traumas a sus hijos, como si de herencia se tratara.

—Quiero hacer lo que ellos quieren, tal vez en el proceso soy feliz.

Pobre chico, casi sonaba a algo que yo diría.

—Hacer lo que otros quieren es como tener una espada sobre tu cabeza: no podrás moverte porque en algún punto caerá y te lastimará.

—¿Y qué sugieres?

—No dejar que nadie coloque una espada sobre tu cabeza.

Ah, estaban citando a Damocles los dos intelectuales.

—Intentaré hablar con mi padre —fue una de las últimas cosas que escuché decir al chico cara de rana, antes de apartarme de la puerta.  Suficientes problemas familiares tenían como para escuchar los ajenos.

La Historia De Royce (✔️)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora