Capítulo 20

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—¡Buenos días, Isabella! —Roxy está contenta.

Ah, sí. Se me había olvidado que Roxy se ha transformado. Lleva puesta la misma camiseta que ayer, sólo que de otro color. La de hoy es roja. Me gusta la Roxy chispeante. Espero que no le rompan el corazón.

—Hola, Roxy, ¿qué tal estás?

—Muy bien, gracias por preguntar. ¿Te apetece un café?

—Sí, por favor.

—¡Marchando! —Me lanza una sonrisa adorable y se va a la cocina.

Caigo en la cuenta de que lleva las uñas pintadas. Eso también es una novedad, y no es beige ni transparente. ¡Es rojo carmesí! Debe de estar preparándose para su cita.

Enciendo el ordenador, me pongo con unos presupuestos y preparo un montón de facturas para Roxy. Abro el correo y veo que tengo la bandeja repleta de mensajes, casi todos son basura, así que empiezo a borrarlos.

A las diez y media se abre la puerta de la oficina. Cuando levanto la vista no me sorprende en absoluto ver un abanico de calas en los brazos de la chica del Lusso. Sabía que iba a hacer caso omiso de lo que le pedí. Pone los ojos en blanco y me encojo de hombros a modo de disculpa. Tras el intercambio de flores y firmas, busco la tarjeta.

¿TIENES GANAS DEL POLVO DE REPRESALIA?
TU DIOS.
BSS.

Sonrío y le mando un mensaje. Me había prometido no contactar con él después de cómo me ha distraído esta mañana, pero ese plan ya se ha ido a la porra, con lo de ser su chacha y la aparición del grandullón de Jordan. Además, tengo muchas ganas de echar ese polvo de represalia.

<Sí, y sé que tú también. Bss, tu I.>

Me pongo a currar. No hay nadie en la oficina excepto Roxy. Es mi oportunidad para sacar un montón de trabajo adelante. Cruzo la calle a la hora de la comida para comprar un bagel y comérmelo delante del ordenador. Mi móvil me indica que tengo un mensaje en cuanto aterrizo en la silla.

<Me gusta tu frase de despedida. No la olvides. Siempre lo serás. Te veo en casa, a las siete... más o menos. Bss, T.>

Estoy en el séptimo cielo de Taehyung. Decido llamar a Alexa mientras me tomo un descanso para comer.

—¡Hola, hola! —canturrea por el teléfono.

¿Por qué está tan contenta? Ay, Dios, espero que no haya vuelto a ir a La Mansión. No voy a preguntárselo. Prefiero no saberlo.

—Hola, ¿te encuentras bien?

—¡Todo bien! ¿Cómo está el novio favorito de mi amiga? —Se echa a reír.

—Está bien —contesto secamente. Sólo lo quiere tanto porque le compró a Margo Junior.

—Oye, estoy de camino a Brighton para entregar una tarta. ¿Comemos juntas el jueves? Mañana tengo un día de locos. Debo ponerme al día en el trabajo.

—Te han estado distrayendo, ¿no, pillina?

—¡Diversión! —me suelta—. ¿Comemos juntas o no?

—Vale —contesto. Eso de que esté tan sensible me tiene muy mosqueada—. El jueves a la una en el Baroque —confirmo.

—¡Perfecto! —Y cuelga.

¡Rayos! Creo que le he tocado la fibra sensible. ¡Diversión, y un cuerno! Está dándome evasivas y quitándole importancia. Quiero saber qué está pasando, pero me prometo no volver a preguntar en el futuro. ¿Qué se trae entre manos?

Se abre la puerta de la oficina y entra Max.

—¡Max, tenemos que hablar sobre tu indumentaria!

Se mira la camisa de vestir verde esmeralda y la corbata rosa fucsia. Los colores que no casan son una ofensa terrible en el mundo de Max.

—Fabulosa, ¿verdad? —Se acaricia la corbata.

Pues no. De hecho, es bastante desagradable. Sé que, si estuviera buscando un diseñador de interiores y Max apareciera en mi puerta, se la cerraría en las narices.

—¿Dónde está Verónica? —pregunto.

—Tenía una visita en Kensington. —Lanza su mariconera sobre su mesa, se quita las gafas y se las limpia con la corbata.

—¿Has averiguado qué salió mal? —insisto.

—¡No! —Se deja caer en su silla—. Se pasó el día triste y cabizbaja. —Se inclina hacia adelante y recorre la oficina con la vista—. Oye, ¿qué crees que le pasa a nuestra Roxy?

Vaya, se ha dado cuenta. La verdad es que es difícil no notarlo.

—Tuvo una cita —susurro en voz bastante alta.

Se pone las gafas con un gesto dramático que sugiere que necesita verme bien la cara, dada la gravedad de la noticia. Es absurdo. Max se las pone sólo porque es un adicto a la moda y para parecer profesional. ¿Profesional? Debería tirar a la basura esa camisa y también la corbata. Me están deslumbrando.

—¡No! —Se queda con la boca abierta.

—¡Sí! Y esta noche tendrá la segunda cita —asiento.

Abre unos ojos como platos.

—¿Te imaginas lo aburrido que debe de ser él?

Retrocedo. De pronto me siento muy culpable por entablar esta clase de conversación con él.

—No seas capullo, Max —lo riño.

Roxy cruza la oficina y dejamos de cotillear en el acto. Max levanta las cejas y sonríe mientras la sigue con la mirada hasta la fotocopiadora. Si lo tuviera a tiro, le patearía el culo. Se vuelve hacia mí y ve la expresión de desaprobación en mi rostro.

Levanta las manos.

—¿Qué? —susurra.

Meneo la cabeza y vuelvo a centrarme en mi ordenador, pero la tranquilidad dura poco.

—Así que —oigo que dice Max desde su mesa— me ha dicho Verónica que te has ido a vivir con el señor Kim.

Mi cara es de absoluta sorpresa cuando levanto la vista del ordenador y lo veo hojeando un catálogo como si nada. ¿Cómo se ha enterado? Está claro... Jungkook. Verónica y él salieron juntos el viernes por la noche, pero ¿qué ha ocurrido desde entonces para que ella esté de tan mal humor? No quiero tener esta conversación. A Max le pirra el drama, y mi vida es todo un drama en este momento.

—No me he ido a vivir con él, y necesito que guardes silencio, Max.

Sigo borrando correos basura. Pero él no pilla la indirecta.

—Debe de ser chulo, vivir en el ático de diez millones de libras que tú misma has diseñado —farfulla pensativo mientras pasa páginas.

—Chitón. —Le lanzo una mirada asesina cuando levanta la vista del catálogo que ni siquiera está leyendo. Esta vez sí que capta la indirecta y se pone a trabajar.

No sé cómo contárselo a David. El caso es que no pinta nada bien: estoy saliendo con un cliente. Lo último que necesito es que Max lo proclame a los cuatro vientos.

Me centro en mi ordenador y termino de vaciar la bandeja de entrada de correos basura antes de empezar a preparar los plazos de los pagos de la señora Milton junto con algunas ideas para los diseños.

Son las cinco de la tarde y estoy dándole golpecitos a la mesa con el bolígrafo, sumida en mis pensamientos, y se me ocurre una idea fantástica. ¡Dios mío, soy genial! Salto de la silla y recojo los dibujos y las carpetas que hay sobre mi escritorio. Cojo mi bolso, las flores, y me dirijo a la salida.

—He terminado. ¡Hasta mañana, chicos! —me despido mientras salgo a todo gas por la puerta de la oficina.

Tengo media hora. Puedo hacerlo. Cojo el metro hacia mi estación de destino.

Obsesión // K.TaehyungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora