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Lárgate —le ordenó Xiao Jun—. Aquí no pintas nada.

—Llegas demasiado tarde —le informó la viuda Hanks.

Ja —añadió Berthilda Huber.

—¡Vamos! —intercedió el sheriff Blocker, un poco nervioso—. Todo el mundo tiene derecho a hablar con el señor Choi. Éste es un país libre.
—No debería serlo. Al menos no para gente como el —afirmó Xiao Jun, con algo más que desprecio refulgiendo en sus ojos—. Si aquí hubiera justicia, hace ya mucho tiempo que le habríamos echado de esta ciudad.

—No te temo, Xiao Jun , ni tampoco a tus embustes y calumnias — replicó Jinki.


Situado entre Xiao Jun y Berthilda, con su ropa gastada y su apariencia desaliñada, parecía pequeño y desvalido. Sin embargo, no se acobardó ante ellos, ni se dejó intimidar por la diferencia de estatura. Le plantó cara a DongWook con mirada firme de muñeco de porcelana.

Él sintió resurgir en su cuerpo la atracción que sentía por Jinki, e instintivamente frenó sus sentimientos en seco.


Había heredado esta habilidad de su padre, y aunque intentaba no parecerse a él, necesitó echar mano de todos sus recursos para resistir el arrollador encanto de aquel chico.

—He oído que busca un criado —explicó Jinki—, y quisiera que me tuviera en cuenta para el puesto.


DongWook se dijo a sí mismo que no tenía ningún sentido considerar la posibilidad de contratarlo, sabiendo que XiaoJun era el candidato perfecto. Jinki parecía frágil comparado con las otras personas, incluso débil. Pese a su  metro setenta y cinco de estatura, se veía en el un asomo de elegancia que no existía en los demás.

Debía rechazarlo. Sentirse tan cautivado por su propio criado no le traería más que calamidades.


—Creo que sería tan desdichado en este trabajo como estas damas —señaló. —Pero no puede rechazarme sin siquiera darme una oportunidad —adujo el.

—Claro que puede —le aseguró la viuda Hanks.


—¿Está seguro de que sabe cuáles son las condiciones bajo las que trabajaría? — preguntó Dongwook, intentado ganar tiempo para reflexionar—. La casa no es nada del otro mundo, no es más que un cobertizo, y somos siete personas.

—Entiendo. Sería un acuerdo contractual. Yo prestaría ciertos servicios a cambio de dinero.

—¡Descarado! —exclamó la viuda Hanks—. Haces que un acuerdo perfectamente respetable suene como algo vergonzoso.


—¿Qué puede saber un doncel de su clase sobre relaciones decentes? —preguntó XiaoJun.

Ja —añadió Berthilda.

Jinki miró a su alrededor. La frustración, la impaciencia y la desesperación afloraron sucesivamente a su rostro.


—¿Podríamos hablar unos minutos a solas? —le preguntó a Dongwook—. Tengo algunas preguntas de índole personal que quisiera me respondiera.

 —Yo no tengo esa clase de preguntas —se burló Xiao Jun.

—No pienso esperar toda la vida —afirmó la viuda Hanks.

Ja —añadió Berthilda.

Jinki ( Libro 1 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora