7

274 25 14
                                    

—Sehun se ha ganado salir a jugar un rato. Le he hecho trabajar duro todo el día.Otro pretexto más para no quedarse a solas con el.


—Dele la vuelta a los platos —aconsejó Jinki—. No quiero que las moscas seposen en ellos.


DongWook descubrió que la espalda de un doncel podía ser una parte muy sensual desu cuerpo, incluso si la cubría un viejo traje marrón.El cuello de encajes le llegaba casi hasta el pelo que nacía en su nuca. Lapequeñísima zona de piel blanca que se vislumbraba a través de una fina niebla decabellos constituía una sugerente invitación a explorar el resto.

Le sorprendió no haber notado antes que el tenía una esbelta figura que nisiquiera el burdo traje podía ocultar. Y era guapo. Bueno, más que guapo. No podíaencontrar la palabra exacta, pues no estaba acostumbrado a hablar de donceles.

—Dele también la vuelta a los vasos y las tazas.

—¿Qué hago con todos estos tenedores y cuchillos?

—Primero hay que poner las servilletas.

Jinki abrió un cajón de uno de los armarios y sacó unas servilletas lavadas,planchadas y dobladas.

—Los chicos no sabrán qué hacer con ellas. Dudo que Sehun haya visto una en suvida.

—Pues ya es hora de que lo haga.

Seductor. Esa era la palabra que buscaba. Más que guapo, era sobre todoseductor. Había en el una vivacidad, un atractivo mucho más impactante que lasimple hermosura. No es que DongWook despreciara la belleza, pero había descubiertoque ésta necesitaba un poco de sal para cobrar vida. Había conocido a muchasjóvenes y algunos donceles a quienes antes de presentar en sociedad les enseñaban que ser bellos era fundamentalmente el arte de serlo. Las mesas, las sillas y las alfombras tambiénpodían serlo, pero un hombre nunca tropezaría por mirar dos veces esos objetos. Encambio la seducción era lo que hacía que la gente mirara por segunda vez, indagara,recordara.

—Tal vez piense que me extralimito por preocuparme de los modales o lasservilletas —adujo Jinki.

—Supongo que es una buena idea. Los chicos deben aprender a comportarse. Susesposas o esposos se lo agradecerán algún día.

—No creo que esté todavía aquí para cuando se casen.Para sorpresa de George, sus palabras le desconcertaron.Hacía menos de una semana no sabía siquiera de su existencia. Ahora lesorprendía descubrir que no había pensado que su trabajo podría terminar un día.

—Si pretende convertir a Sehun y Jun en perfectos caballeros, no podrá marcharsenunca.—Sehun no tendrá problema —aseguró Jinki, abriendo el horno para mirar lospavos—. Ese niño es lo bastante listo para lograr cualquier cosa que se proponga. Ytambién lo bastante encantador para salirse siempre con la suya. A Jun no loconozco bien. Hasta ahora se ha mantenido tan lejos de mí como ha podido, pero nocreo que le importe mucho la gente o lo que piensen de él.

—Ha llegado a hacerse una idea muy certera de los chicos. ¿Qué piensa de Siwon yde los gemelos?

Acababa de faltar a la promesa que se había hecho a sí mismo.—Por hoy ya he dicho bastante —respondió Jinki.Intentó sacar los pavos del horno, pero la cazuela quemaba, lo que complicaba lalabor.

—Déjeme ayudarlo —se ofreció DongWook. Pero las asas eran demasiado pequeñaspara agarrarlas los dos y tuvo que cubrir las manos de el con las suyas.Sintió que una corriente eléctrica le atravesaba. Una quemadura de las asas no lehubiese causado tanta conmoción.

—No puedo soltarla —exclamó Jinki.«Yo tampoco», pensó DongWook. Sus músculos se negaban a obedecer. Pero elsentido común le advertía que debía hacer algo antes que dejar caer el pavo yderramar la salsa caliente en sus ropas o en el suelo.DongWook se obligó a apartar sus pensamientos de Jinki y a concentrarse en lacazuela. Dejó de apretar con tanta fuerza las manos de el.


—La tengo. Ya puede soltarla.

—¡No la deje en la mesa! —gritó Jinki cuando lo vio dirigirse hacia ésta—.Póngala sobre los fogones. Tengo que servirlo en una fuente.

DongWook lo ayudó a levantar el pavo y ponerlo en la fuente. Estaban tan cerca unode otro que sus hombros, codos y caderas se rozaban. Si no hubiera sido porque nopodía soltar el ave se habría precipitado a estrechar a Jinki entre sus brazos. Nunca ensu vida había sentido ese fuego tan intenso, tan irresistible, tan desbocado. Era una atracción superior a sus fuerzas que parecía doblegarlo a voluntad. A duras penaslogró sacar el segundo pavo y ponerlo en otra fuente.

Sus ojos escudriñaron el rostro de Jinki y supo de inmediato que el habíasentido la misma corriente. Parecía aturdido, incluso un poco asustado. Permanecíaquieto, aparentemente incapaz de moverse.Como un hombre hipnotizado, DongWook extendió la mano y tocó su mejilla. Lasintió suave y cálida, tal como imaginó que sería. Quiso tocar otras partes de sucuerpo, absorberlo a través de las yemas de sus dedos, pero su mano se negaba amoverse. Se quedó ahí, acariciando su mejilla como si se tratara de un objetoprecioso.

—Creo que oigo a los chicos acercarse —indicó Jinki, en un tono de voz que enrealidad era más un susurro. Pero no se movió. Su mirada permaneció entrelazadacon la de DongWook.El sonido de los cascos sacó a DongWook de su trance tan rápidamente como elchasquido de un látigo.

Jinki ( Libro 1 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora