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El sexto sentido de DongWook los salvó.

Amenazaba lluvia. La atmósfera húmeda y pesada parecía inquietar a los cuernilargos. Justo en el momento en que los hombres habían terminado su trabajo, un novillo especialmente rebelde rompió la cerca llevándose con él casi todo el ganado que habían reunido en el día. Cuando finalmente reagruparon al rebaño y le pegaron un tiro en la cabeza al instigador, ya era demasiado tarde para regresar al rancho. Despellejaron el novillo, cocinaron toda la carne que pudieron y, muertos del cansancio, se fueron a dormir. Querían descansar lo máximo posible antes de que empezara a llover.

Algo despertó a DongWook. Quizás el viento gimiendo entre los árboles, o una rama seca al caer. Estaba demasiado oscuro para poder ver algo. Nubarrones de tormenta ocultaban la luna. La única luz provenía de los rescoldos de la hoguera.

Uno de los perros estaba inquieto y señalaba con su cabeza en la dirección del viento. Emitía roncos gruñidos. Miraba a Minho, gemía ansiosamente, y luego sus ojos volvían a perderse en la noche. Gruñó de nuevo. DongWook tuvo la inexplicable intuición de que estaban a punto de atacarlos. Fue un presentimiento. Cogiendo su pistola, disparó hacia la noche.

—¡Alguien viene hacia nosotros desde el riachuelo! —les gritó a sus hombres.

Los asaltantes embistieron precipitadamente. Montados en mulas y ponis, llegaron al centro del campamento disparando indiscriminadamente. Los hombres se levantaron a toda prisa, intentando a la desesperada guarecerse tras cualquier cosa. Cuando encontraron sus armas, los asaltantes ya se habían marchado. Era imposible decir cuántos había. Llevaban ropas oscuras y las caras tiznadas.

Los bandidos se dirigieron directamente al campamento de los mexicanos, que se encontraba a unos cincuenta metros de allí. No encontraron a nadie. Los vaqueros mexicanos eran tan expertos en desaparecer en el monte como los cuernilargos. DongWook pudo oír que los asaltantes volcaban un carromato, rompían platos y hacían un gran estruendo con objetos metálicos. Intentaban destruir el equipo y sus provisiones.

Luego dieron media vuelta y regresaron a todo galope al campamento de DongWook. Sólo se veía un frenético y estruendoso pelotón cabalgando en la oscuridad. Él supuso que debían ser unos treinta o cuarenta hombres. No hubieran podido hacer mucho contra un número tan avasallador si no hubiera sido por un fusil que, disparando con delirante regularidad, tiró a matar a cada uno de los asaltantes.

Cuando el último de ellos cruzó el campamento, había cuatro hombres tambaleándose en sus monturas.

—Chan, ¿eres tú? —gritó DongWook en dirección al francotirador. No se oyó ninguna respuesta.

Los asaltantes dieron media vuelta dispuestos a embestirles de nuevo. Aunque en esta ocasión aparecieron más diseminados, el mortífero fusil logró eliminar a tres hombres más. Los bandidos se dispersaron antes de llegar, desapareciendo en la oscuridad. Y el eco de sus cascos fue apagándose rápidamente en la densa atmósfera.

—¡Los McClendon! ¡Esos condenados hijos de puta! —maldijo Minho, saliendo de su refugio detrás del tronco en el que solía sentarse a comer—. Esperaba que atacaran antes.

—¿Estás seguro de que no son los bandidos mexicanos a los que hicimos salir en estampida cuando regresábamos de Austin? —preguntó Max.

—No, tienen que ser los McClendon. Ningún bandido que se respete dejaría que lo mataran en su jamelgo.

—No importa quiénes sean. El caso es que vienen a por lo mismo —apuntó DongWook—. Cerciórate de que todos estén bien. Max, ¿tenemos botiquín?

—No para heridas de bala.

—Si alguien está herido, tendremos que llevarlo a la casa enseguida.

Pero nadie parecía estar lesionado.

Jinki ( Libro 1 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora