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—Mi nombre es Jinki Lee.

—Qué coincidencia —dijo Max—. Con razón la gente me decía que  el tal Jinki Lee vivía por estos lares. No puede ser usted, señor. Este joven no está casado.

—No estoy casado —contestó Jinki.

—Pensé que...

—Llevo la casa para el señor Choi y sus hermanos —a Jinki le incomodó el silencio que siguió—. 

—Entonces supongo que es suya —declaró Max, entregándole la carta.

Al mirar el matasellos, Jinki palideció.

—¿Sucede algo? —preguntó DongWook.

—No —respondió el—. Es de alguien que creí me había olvidado —se metió la carta en el bolsillo—. Deben de tener mucho de que hablar. Si me disculpan, regresare a la cocina. Esta noche habrá siete bocas que alimentar.

—¿Tiene usted cinco hermanos? —preguntó Max sobresaltado.

—Seis. Uno aún no ha regresado a casa después de la guerra.

—¿El es pariente suyo? —preguntó Max cuando Jinki se marchó.

—No.

—¿Está huyendo de alguien?

—¿Qué insinúa? —preguntó Dongwook. Su curiosidad y su mal genio empezaban a crecer.

—Nada. Sólo que es poco común que un joven soltero viva con tantos hombres. Ya sabe...  son tan cotillas y todo eso...

—No hay otro por aquí con quien cotillear.

—Buena cosa.

DongWook no quiso prolongar la conversación, las palabras de Max lo habían dejado muy claro. Aceptando trabajar para ellos, Jinki había arruinado su reputación. Pero el debía conocer los riesgos que corría cuando aceptó el empleo. Pasara lo que pasara, no era asunto suyo. Ciertamente no era culpa suya.

Ese descubrimiento no apaciguó su irritación. La gente no tenía ningún derecho a juzgar a Jinki. Si se hubiera tratado de Xiao Jun o de la señora Hanks, a nadie se le habría ocurrido pensar mal. Pero Jinki era hijo de un yanqui. Era joven y soltero, y mucho más guapo que los hijos e hijas de esas damas.

—No hay mucho que enseñar —manifestó DongWook—. Además de la casa y el gallinero, no tenemos más que corrales, y un toro que esperamos nos sirva para mejorar nuestro ganado.

—Entiendo un poco de toros —anunció Max—. Déjeme verlo.

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—¿Tenemos permiso de DongWook para alejarnos tanto? —inquirió Sehun.

—No se lo he preguntado —contestó Jinki.

—Amenazó con encadenarme al porche si llegaba a enterarse de que iba más allá del riachuelo.

—¿Crees que se atreverá a encadenarme a mí también?

Sehun se rió.

—DongWook no encadenaría a un Señorito.

—¿Quién dice que yo soy un señorito?

—DongWook.

Sí, sería muy propio de él, pensó DongWook, sintiendo cómo se venían abajo sus esfuerzos por sacárselo de la cabeza. Había logrado controlar sus sentimientos tras rogarle que no volviera a besarlo. Él no quería nada permanente, y el no quería tener nada que ver con un militar. Aunque ambos habían guardado las distancias, aquel día había sentido la necesidad de alejarse de la casa. A veces ésta le asfixiaba.

Jinki ( Libro 1 - serie 7 novios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora