𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 3

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Para Bridgette, que la semana anterior se había cansado en el viaje de doce horas desde la finca de Westcliff en Hampshire, el trayecto de cuarenta y ocho horas a Escocia fue una tortura. Si hubieran ido a un ritmo moderado, habría sido más soportable. Pero, a insistencia de ella misma, irían directamente a Gretna Green y sólo se pararían para cambiar de cocheros y de caballos. La ojiazul temía que sus parientes hubieran averiguado su plan y los persiguieran. Y, visto el resultado de la pelea de Félix con Luka Couffaine la semana anterior, tenía pocas esperanzas de que pudiera salir airoso de un enfrentamiento a puñetazo limpio con su tío Roger.

Aunque el carruaje estaba bien equipado y tenía buena amortiguación, viajar a una velocidad incesante sacudía sin pausa al vehículo y la joven empezó a sentir náuseas. Estaba exhausta y no encontraba una postura cómoda para dormir. Cada poco, la cabeza le golpeaba contra el muro. Y en cuanto conseguía dormirse, al parecer sólo pasaban unos minutos antes de que el cambio de caballos la despertara.

Félix no parecía pasarlo tan mal, aunque también se le veía desaliñado y cansado. Hacía rato que los intentos de conversar se habían acabado, y viajaban en un silencio estoico. Sorprendentemente, el ojiverde no se quejó de este duro ejercicio de resistencia. Brid se dio cuenta de que tenía la misma prisa que ella por llegar a Escocia. Le interesaba tanto como a ella estar casado legalmente lo antes posible.

Y así siguieron, mientras el carruaje daba tumbos por el irregular camino, y en ocasiones casi lanzaba a la peliazul del asiento al suelo. Ella se las arreglaba para dar alguna que otra cabezadita. Cada vez que la puerta del carruaje se abría y el rubio bajaba para comprobar el nuevo tiro de caballos, una bocanada de aire gélido entraba en el vehículo. Bridgette, entumecida y dolorida, se acurrucaba en el rincón.

Tras la noche, amaneció un día con temperaturas glaciales y una lluvia helada. Félix la condujo a una posada, donde en una sala privada tomó un plato de sopa tibia y utilizó el orinal mientras él iba a supervisar el cambio de caballos y de cochero. La imagen de la cama casi le dolió en el alma. Pero ya dormiría más tarde, una vez estuviera en Gretna Green y fuera del alcance de su familia para siempre.

Al volver al carruaje media hora después, la ojiazul trató de quitarse los zapatos mojados sin ensuciar la tapicería de terciopelo. El ojiverde subió al vehículo después que ella y se agachó para ayudarla.

Mientras le retiraba los zapatos de los pies acalambrados, la joven le quitó en silencio el sombrero empapado y lo lanzó al asiento de enfrente. Tenía un pelo grueso y suave, y sus mechones exhibían todos los tonos entre el ámbar y el champán.

Félix se sentó a su lado y, tras observar el aspecto tenso de su rostro, le tocó la mejilla helada.

—Hay que reconocerte algo— murmuró —Cualquier otra mujer se estaría quejando a gritos.

—No-no pu-puedo quejarme— dijo la peliazul mientras se estremecía violentamente —Fui yo quien pidió viajar di-directamente a Escocia.

—Ya estamos a medio camino. Otra noche y un día más, y mañana por la noche estaremos casados— comentó. Y añadió con una sonrisa; —Seguro que nunca ha habido una novia tan ansiosa por llegar a la cama.

Los labios temblorosos de Bridgette esbozaron una sonrisa por la ironía: ella ansiaba dormir, no hacer el amor. Al mirarlo a la cara, tan cerca de la suya, se preguntó cómo las ojeras y los signos de cansancio que mostraba, podían resultar tan atractivos. Quizá porque así parecía humano y no un hermoso dios romano sin corazón. Había perdido gran parte de su arrogancia aristocrática, que sin duda reaparecería más tarde, cuando hubiera descansado. Pero de momento estaba relajado y accesible. Durante ese viaje horroroso parecía haberse establecido entre ellos un frágil vínculo.

𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora