𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 17

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—¿Me has llamado, esposo mío?— Bridgette se acercó a la mesa de la pequeña oficina, donde Félix estaba sentado. Uno de los sirvientes la había conducido abajo a petición suya, acompañándola a través del caos apenas controlado del club abarrotado de gente.

Era la noche de la reapertura del Dupain's y parecía que todos quienes eran o deseaban ser miembros, estaban decididos a entrar. El ojiverde tenía en la mesa un montón de solicitudes mientras una docena de hombres esperaba con impaciencia la aprobación en el vestíbulo. Se oían voces y el tintineo de copas, y una orquesta tocaba en el balcón del primer piso. Para honrar la memoria de Thomas Dupain se servía champán sin cesar, lo que añadía un toque espontaneo al ambiente. El Dupain's volvía a funcionar, y los caballeros de Londres estaban contentos.

—Sí— respondió Félix —¿Por qué diablos sigues aquí? Deberías haberte ido hace unas ocho horas.

La ojiazul no se inmutó.

—Todavía estoy haciendo el equipaje.

—Llevas haciéndolo tres días. Sólo tienes media docena de vestidos. Tus pocas pertenencias cabrían en una bolsa de viaje. Te estás entreteniendo adrede, Brid.

—¿Y a ti qué más te da?— replicó —Los últimos dos días me has tratado como si no existiera. Me cuesta creer que hayas notado mi presencia.

El rubio la fulminó con la mirada mientras se esforzaba por controlar sus emociones. ¿No notado su presencia? Maldita sea, habría dado cualquier cosa porque eso fuera cierto. Había sido consciente de todas sus palabras, de todos sus gestos, y ansiado constantemente verla en privado aunque sólo fuera un momento. Tenerla delante ahora, con sus hermosas curvas bien definidas por un vestido de terciopelo negro, bastaba para volverlo loco. Se suponía que la ropa del luto desmejoraba y deslucía a una mujer pero en su caso, el negro hacía que su piel pareciera crema fresca y que su cabello brillara. Quería llevársela a la cama y amarla hasta que la misteriosa atracción que lo dominaba se consumiera en sus propias llamas. Lo invadía una especie de anhelo apasionado, que parecía una enfermedad, algo que le hacía ir de una habitación a otra y olvidar qué quería. Nunca había estado así de distraído, impaciente y angustiosamente ansioso.

No obstante, tenía que proteger a la peliazul de los peligros y las depravaciones del club, así como de él mismo. Debía mantenerla a salvo y arreglárselas para verla de tanto en tanto. Era la única solución.

—Quiero que te vayas ahora— dijo —Todo está preparado para recibirte en la casa. Estarás mucho más cómoda que aquí. Y yo no tendré que preocuparme de que te metas en problemas— Se levantó y se dirigió hacia la puerta procurando guardar una distancia física de seguridad entre ambos —Voy a pedir un carruaje. Has de estar en él, en un cuarto de hora.

—Aún no he cenado. ¿Sería demasiado pedir una última comida?

Aunque Félix no la miraba, captó su tono de desafío infantil y sintió una punzada en el corazón, al que siempre había considerado tan sólo un músculo del cuerpo. No llegó a decidir lo de la cena porque en ese momento vio que Claude se acercaba a la oficina acompañado de la figura inconfundible del conde de Westcliff.

—¡Maldita sea!— masculló tras girar la cabeza y peinarse el pelo con tensión.

—¿Qué pasa?— preguntó la joven.

—Será mejor que te vayas— repuso él en tono grave y rostro inexpresivo — Couffaine está aquí.

—No voy a ninguna parte— replicó Bridgette —El lord de Westcliff es demasiado caballero para ejecutar una pelea delante de una dama.

𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora