𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 20

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Antes de que hubiera pasado una semana, Félix se había convertido en el peor paciente imaginable. Se curaba a un ritmo considerable, aunque no lo bastante deprisa para su gusto, y se frustraba él mismo y a todos los demás al exceder todos los límites. Quería ponerse la ropa de costumbre y comer como siempre. Insistió tercamente en levantarse y recorrer la habitación y la galería superior, aunque eso significaba que tuviera que cojear de una pierna, sin hacer caso de las protestas exasperadas de Bridgette. Sabía que no podía forzar su recuperación, que exigiría tiempo y paciencia, pero no podía controlarse.

Jamás había dependido de nadie, y ahora que debía su vida a Luka, Chloé, Claude y sobre todo a la ojiazul, lo embargaban unas sensaciones desconocidas: la gratitud y la vergüenza. No soportaba mirarlos a los ojos, de modo que se refugiaba en una desagradable arrogancia.

Los peores momentos eran cuando estaba a solas con Brid. Cada vez que ella entraba en la habitación, sentía una conexión aterradora, una sensación desconocida, y la combatía hasta quedarse exhausto, le hubiera ido bien provocar una discusión con ella, cualquier cosa para establecer la distancia entre los dos, pero eso era imposible ya que la peliazul satisfacía todas sus peticiones con paciencia y preocupación infinita. No podía acusarla de esperar gratitud, ya que ella no daba a entender que se la debiera. No podía acusarla de atosigarlo, ya que cuidaba de él con una eficiencia delicada, y tenía la sutileza de dejarlo solo salvo que él la llamara.

Él, que nunca había temido nada, estaba aterrado del poder que Bridgette tenía sobre él. Y le daba miedo su deseo de estar con ella todos los minutos del día, de verla y de oír su voz. Anhelaba su contacto. Su piel parecía estar pendiente de las caricias de su esposa, como si esa sensación formase parte de su cuerpo. Era algo distinto a la mera necesidad sexual, era una especie de adicción patética e irremediable.

Saber que Kim Le Chien había atentado contra la vida de la ojiazul lo atormentaba aún más. Tenía que averiguar por qué Kim había llegado a tal extremo, por qué demonios quería matar a la persona más dulce del mundo. Félix quería la sangre de Le Chien. Quería hacerlo picadillo. El hecho de que yaciera indefenso en la cama mientras Kim deambulaba libremente por Londres bastaba para ponerlo furioso. No lo tranquilizaba en absoluto que el inspector de policía asignado al caso, le asegurara que se estaba haciendo todo lo posible por encontrar a Le Chien. Así pues, el ojiverde había ordenado a Claude que contratara a más investigadores privados, incluido un ex policía, para que llevaran a cabo una búsqueda intensiva. Mientras tanto, no podía hacer nada más y se atormentaba en su inactividad forzosa.

Cinco días después de que la fiebre disminuyera, Brid hizo subir a su habitación una bañera. Félix, encantado se relajó en el agua humeante mientras ella lo afeitaba y le ayudaba a lavarse el pelo. Cuando estuvo limpio, seco y debilitado, volvió a la cama recién hecha y dejó que su esposa le vendara la herida. El orificio de bala estaba cicatrizando tan rápido que ya no le ponían ungüento, y lo llevaba ahora simplemente cubierto con una capa ligera de tela. Seguía provocándole punzadas frecuentes y un ligero dolor, pero sabía que en un par de días más podría reiniciar la mayoría de sus actividades normales. Excepto su favorita, la que según aquel nefasto trato con la peliazul, seguía estando prohibida.

Como la parte delantera del vestido se le había empapado durante el baño de su marido, Bridgette había ido a cambiarse. Por pura perversión, el rubio hizo sonar la campanilla de plata que tenía en la mesita de noche unos dos minutos después de que ella se hubiera ido.

La ojiazul regresó enseguida en bata.

—¿Qué quieres?— preguntó con preocupación —¿Ha pasado algo?

𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora