𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 22

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Las horas que Félix estuvo fuera, Bridgette se dedicó a efectuar pequeñas tareas en el club; ordenar dinero y recibos, contestar correspondencia y por último, ocuparse del montón de cartas sin abrir dirigidas al ojiverde. Naturalmente, no pudo resistirse a abrir unas cuantas. Estaban llenas de insinuaciones e indirectas, y dos daban a entender incluso que para entonces, Félix ya estaría cansado de su nueva esposa. La intención de esas mujeres era tan evidente que la ojiazul sintió vergüenza ajena. También sirvieron para recordarle el pasado del rubio, cuando su ocupación principal consistía en coleccionar aventuras amorosas.

No era fácil depositar la confianza en un hombre así sin sentirse como una tonta. Especialmente teniendo en cuenta que las mujeres siempre admirarían y desearían a Félix. Pero Brid creía que su marido merecía la oportunidad de demostrar su valía. Si estaba en sus manos ofrecerle empezar de nuevo y si su apuesta salía bien, las recompensas para ambos serían infinitas. Ella era lo bastante fuerte como para correr el riesgo de amarlo, para exigirle cosas, para tener confianza en él. Y daba la impresión de que el ojiverde deseaba ser tratado como un hombre común, de tener a alguien que no se fijara sólo en la belleza pasajera de su joven apariencia o que le interesara solamente sus técnicas seductoras.

Tras observar con una punzada de satisfacción, cómo las cartas ardían en la chimenea, le entró sueño y fue a la habitación principal a echarse una siesta. A pesar de su cansancio, le costó relajarse ya que estaba preocupada por Félix. Le venían a la cabeza toda clase de pensamientos hasta que su agotado cerebro puso fin a esa intranquilidad inútil y consiguió dormirse.

Cuando despertó una hora después, el rubio estaba sentado en la cama junto a ella. La observaba atentamente, con los ojos del color del alba. La peliazul se incorporó y le sonrió con timidez.

—Cuando duermes, pareces una niña pequeña— comentó Félix a la vez que le acariciaba el cabello azulino.

—¿Encontraste al señor Le Chien?

—Sí y no. Primero cuéntame qué hiciste en mi ausencia.

—Ayudé a Claude con las cosas de la oficina. Y quemé todas las cartas de esas mujeres perdidamente enamoradas de ti. La llama era tan grande que me sorprende que nadie llamara a los bomberos.

—¿Leíste alguna?— preguntó el ojiverde con una sonrisa.

—Unas cuantas— admitió Bridgette a la vez que alzaba un hombro con indiferencia —Te preguntaban si te habías cansado ya de tu esposa.

—Pues no— Le deslizó una mano por el muslo —Estoy cansado de incontables noches de chismorreo repetitivo y tibio coqueteo. Estoy cansado de encuentros sin sentido con mujeres aburridas. Todas son iguales para mí, ¿sabes? La única que me ha importado alguna vez eres tú.

—Comprendo que te deseen— dijo la ojiazul, y le rodeó el cuello con los brazos —Pero no estoy dispuesta a compartirte.

—No tendrás que hacerlo— Le tomó la cara entre las manos y le dio un beso rápido en los labios.

—Cuéntame lo de Kim— pidió Brid, y deslizó las manos para acariciar las muñecas de su marido.

Guardó silencio mientras Félix describía el encuentro con Clive Egan y sus revelaciones sobre Kim Le Chien y su madre. Se sorprendió y sintió una enorme lástima por él. El pobre Kim no tenía la culpa de su origen, ni de la indiferencia con la que había sido criado y que lo había llenado de tanto resentimiento.

—Qué extraño...— murmuró —Siempre creí e incluso quería que Claude fuera mi hermano, pero jamás se me ocurrió que lo fuese Kim.

Le Chien había sido siempre tan inaccesible y agresivo... Sin embargo, ¿hasta qué punto eso fue consecuencia del rechazo de Thomas Dupain? Sin duda no sentirte querido por el hombre que puede ser tu padre y ser un secreto vergonzoso para él, amargaría a cualquiera.

𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora