Claude encontró a Kim Le Chien junto al establo. Kim respiraba con dificultad y tenía los ojos desorbitados. Jamás habían sido amigos. Su relación había sido la de hermanos enfrentados que vivían bajo el mismo techo, con Dupain como figura paternal. De niños, habían jugado y se habían peleado juntos. De adultos, habían trabajado el uno al lado del otro. Tras las muchas muestras de afecto que Dupain le había dado a Kim, Claude no habría esperado una traición tan baja.
Sentía una mezcla de confusión y rabia, y sacudió despacio la cabeza mientras lo miraba fijamente.
—No sé por qué lo hiciste— empezó —¿Qué creías que ibas a ganar con ello?
—Gané cien peniques— replicó Le Chien —Y valía la pena para librarse de esa idiota tartamuda.
—¡¿Estás loco?!— repuso Claude con rabia —¿Qué te pasa? Se trata de la hija de Dupain. ¡No deberías haberlo hecho ni a cambio de mil libras!
—Ella nunca hizo nada por Dupain— replicó Kim con dureza —Y tampoco por el club. Pero viene al final para ver cómo muere y se lo queda todo. ¡Maldita sea esa zorra y también el cabrón de su marido!
Claude lo escuchó, pero no logró entender el motivo de sus celos. A un gitano le costaba comprender que alguien sintiera resentimiento por cuestiones materiales. El dinero sólo daba el placer pasajero de gastarlo. En la tribu nómada a la que Claude había pertenecido hasta los doce años, a nadie se le ocurría siquiera desear más de lo que necesitaba. Un hombre sólo podía llevar un traje o montar un caballo cada vez.
—Es la única hija de Dupain— dijo —Lo que le haya dado o no, no es asunto nuestro. Pero no hay nada peor que traicionar la confianza de alguien que depende de tu protección. Ayudar a que alguien se la lleve contra su voluntad...
—¡Volvería a hacerlo!— aseguró Le Chien, y escupió en el suelo entre ambos.
Claude lo observó y se percató de su mal aspecto. Estaba pálido y tenía los ojos apagados.
—¿Estás enfermo?— le preguntó —Si es así, dímelo. Hablaré con lord Agreste por ti. Quizá consiga que...
—¡Maldito seas! Estaré mejor sin ti, basura gitana. Estaré mejor sin ninguno de ustedes.
Aquel odio violento no dejaba lugar a dudas. No tenía salvación. La única duda era si llevarlo al club o dejar que huyera. Al recordar el brillo despiadado en los ojos de Félix, Claude pensó que el vizconde podría matar a Kim, lo que conllevaría sufrimiento a todo el mundo, sobre todo a Bridgette. Eso no. Sería mejor dejarlo ir.
Con los ojos clavados en la cara demacrada de aquel hombre al que conocía desde hacía tantos años, Claude sacudió la cabeza, perplejo y enfadado. Su gente lo llamaba «pérdida del alma»: la esencia de un hombre quedaba atrapada en algún reino sombrío de otro mundo. Pero ¿cómo le había pasado a Kim? ¿Y cuándo?
—Será mejor que te mantengas alejado del club— murmuró —Si Agreste te ve...
—Él puede pudrirse en el infierno— gruñó Le Chien, y le lanzó un golpe rápido.
Claude esquivó el puño y saltó hacia un lado. Entornó los ojos al ver cómo el otro se volteaba y escapaba. El relincho nervioso de un caballo atado a un palo cercano lo distrajo. Pensativo, se acercó y acarició el suave cuello del animal. Sus anillos de oro brillaron a la luz de la tarde.
—Es un insensato— dijo al caballo en voz baja para tranquilizarlo.
Se le escapó un suspiro al pensar en algo más; «Dupain le dejó una herencia, y yo prometí asegurarme de que lo recibiera. ¿Qué debo hacer ahora?»
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𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵
Romance-𝑨 𝒗𝒆𝒄𝒆𝒔 𝒔𝒖𝒄𝒆𝒅𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒎𝒑𝒊𝒆𝒛𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏𝒂 𝒍𝒐𝒄𝒖𝒓𝒂, 𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒗𝒊𝒆𝒓𝒕𝒆 𝒆𝒏 𝒍𝒐 𝒎𝒆𝒋𝒐𝒓 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂. A Bridgette Dupain-Cheng, la más tímida de su grupo de amigas, le toca buscar marido. Cuando...