𝐶𝐴𝑃𝐼𝑇𝑈𝐿𝑂 16

196 15 2
                                    



Aunque la ropa que Alya Lahiffe le había llevado era más adecuada para un medio luto que para un luto estricto, Bridgette decidió ponérsela. Entendió que como ya había ido contra los dictados del luto al llevar telas distintas a la muselina, y como ya casi nadie había en el club que se atreviera a criticarla, daría lo mismo si iba de negro, marrón o gris. Además, a su padre no le habría importado.

Recogió la nota que Alya había puesto entre las prendas y leyó con una sonrisa lo que su amiga le había escrito con picardía;

Me hicieron esta ropa en París sin tener en cuenta las consecuencias de la hombría del señor Lahiffe. Para cuando pueda volver a ponérmela, estará pasada de moda.

Acéptala como regalo, amiga mía.

A.


Se probó el vestido de suave lana gris, forrado de seda, y descubrió que le quedaba muy bien. Sin embargo, el placer del vestido quedó un poco opacado por la nostalgia de recordar a su padre. Al recorrer con tristeza la sala de juego principal, vio que Félix hablaba con un par de albañiles cubiertos de polvo. Como era mucho más alto que los dos, agachaba la cabeza al hablar, y dijo alguna ocurrencia que les hizo reír.

Una nota de humor permaneció en los ojos del ojiverde cuando vio a Brid. Su mirada se suavizó y se despidió de los albañiles para dirigirse hacia ella. La ojiazul se esforzó por contener un repentino deseo, temerosa de parecer tontamente encaprichada de su propio marido. Sin embargo, por mucho que intentara ocultar sus sentimientos bajo la superficie, parecían florecer y brillar de modo visible como si fueran polvo de diamantes. Lo extraño era que Félix parecía igual de contento de verla, y se liberó por una vez del aspecto de canalla fastidiado para sonreírle con verdadero cariño.

—Brid, ¿estás bien?

—Sí, yo... No— Se frotó las sienes —Estoy cansada y aburrida. Y tengo hambre.

La risa del rubio pareció disminuir su tristeza.

—Puedo hacer algo al respecto.

—No quiero interrumpir tu trabajo— dijo ella tímidamente.

—Claude se encargará de todo por un rato. Ven, vamos a ver si la sala de billar está vacía.

—¿Billar? ¿Para qué quieres ir ahí?

—Para jugar, por supuesto— Félix le dirigió una mirada insinuante.

—Pero las mujeres no juegan a billar.

—En Francia sí.

—Por lo que dice Alya, en Francia las mujeres hacen muchas cosas que aquí no hacemos.

—Sí— asintió el ojiverde —Son muy avanzados, los franceses. En cambio, los ingleses tenemos tendencia a desconfiar mucho del placer.

La sala de billar estaba desocupada. Félix pidió que les llevaran una bandeja con algo de comida, se sentaron en una mesita y charlaron mientras tomaban bocados. La peliazul no entendía muy bien por qué dedicaba tiempo a entretenerla, cuando había tantos asuntos que requerían su atención.

Tras años de ver el aburrimiento plasmado en el rostro de los hombres cuando hablaba con ellos, la confianza en sí misma había quedado reducida al mínimo. Sin embargo, el rubio escuchaba con atención todo lo que decía, como si la encontrara de lo más interesante. La animaba a decir cosas atrevidas, y parecía que sus intentos de discutir con él, lo deleitaban.

𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora