Cuando Bridgette volvió a la habitación de su padre por la noche, supo que le había llegado la hora. Estaba pálido como la cera, tenía los labios morados y sus atormentados pulmones ya no podían inhalar aire suficiente. Ojalá pudiese respirar por él. Le tomó una mano helada y le frotó los dedos para hacerlos entrar en calor.
—Papá...— murmuró mirándolo con una triste sonrisa y acariciándole el cabello denso —Dime qué hacer. Dime qué quieres.
Él le dirigió una mirada tierna y cariñosa, mientras sus labios, apenas visibles en su arrugada cara, esbozaban una sonrisa.
—Claude...— susurró.
—Sí, lo llamaré— Y añadió en voz baja —Papá, ¿Claude es hermano mío?
Él suspiró, haciendo que se le marcaran las arrugas alrededor de los ojos.
—No, cielo. Aunque me habría gustado. Es un buen chico...
La ojiazul se agachó para besarle una mano y luego se incorporó. Se acercó deprisa a la campanilla y llamó varias veces.
—¿Sí, milady?— dijo la sirvienta que apareció con inusual rapidez.
—Llame al señor Claude Rohan— ordenó Brid, y pensó en avisar también a Félix, pero su padre no había preguntado por él. Y la idea de la presencia fría y cerebral del ojiverde, tan opuesto con las emociones que ella sentía... No. Había algunas cosas para las que podía apoyarse en él, pero ésta no era una de ellas —Deprisa— murmuró a la criada, y regresó junto al lecho de su papá moribundo.
A pesar de sus esfuerzos por ofrecer una apariencia tranquila, su miedo debía de traslucirse, porque su padre le tomó la mano y tiró débilmente para que se acercara más.
—Brid...— susurró —Voy a reunirme con tu madre, ¿sabes? Va a dejarme abierta la puerta de atrás para que pueda colarme en el cielo.
La peliazul rió a pesar de las lágrimas que le llenaban los ojos.
Claude entró en la habitación. Iba despeinado y desaliñado, cosa rara en él, como si se hubiera vestido deprisa. Aunque parecía tranquilo y sereno, tenía los ojos húmedos cuando miró a Bridgette. Ella se levantó y se alejó de la cama.
—Tienes que inclinarte para oírlo— dijo con voz ronca después de tragar saliva para poder hablar.
Claude lo hizo y le tomó las manos, como la ojiazul había hecho.
—Padre de mi corazón— dijo en voz baja —queda en paz con todas las almas que dejas atrás. Y sabe que Dios te recibirá en tu nueva vida.
Thomas Dupain le susurró algo y el muchacho agachó la cabeza, frotando las manos del anciano para tranquilizarlo.
—Sí— respondió Claude, aunque por la tensión que la joven captó en sus hombros, no le había gustado lo que su padre le había pedido —Me ocuparé de que se haga.
Dupain se relajó y cerró los ojos. Claude se apartó de la cama y se acercó a Brid.
—Tranquila...— murmuró el joven gitano al notar que ella temblaba —Mi abuela siempre decía que no debes negarte a iniciar un nuevo camino, ya que no sabes qué aventuras te esperan en él.
La peliazul intentó consolarse con estas palabras, pero se le empañaron los ojos y se le hizo un nudo en la garganta. Se sentó junto a su padre, lo rodeó con un brazo y le puso una mano en el pecho. Su respiración agitada se calmó y emitió un sonido tenue, como si agradeciera a su hija su contacto. Cuando Bridgette notó cómo la vida se le iba escapando a su progenitor, sintió la confortante mano de Claude en el brazo.
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𝑨 𝑴𝑬𝑹𝑪𝑬𝑫 𝑫𝑬 𝑳𝑨 𝑷𝑨𝑺𝑰𝑶𝑵
Romance-𝑨 𝒗𝒆𝒄𝒆𝒔 𝒔𝒖𝒄𝒆𝒅𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒎𝒑𝒊𝒆𝒛𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒖𝒏𝒂 𝒍𝒐𝒄𝒖𝒓𝒂, 𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒗𝒊𝒆𝒓𝒕𝒆 𝒆𝒏 𝒍𝒐 𝒎𝒆𝒋𝒐𝒓 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂. A Bridgette Dupain-Cheng, la más tímida de su grupo de amigas, le toca buscar marido. Cuando...