Mondstadt

2.4K 172 47
                                    

I
Mondstadt

Miraste atrás, decidida y un poco asustada. Sentada en el carruaje, veías cómo Sumeru se perdía en la distancia. El lugar que fue tu hogar desde que naciste; que jamás habías dejado.

Decir que estabas nerviosa era quedarse corto. Era la primera vez en tu vida que salías de tu zona de confort de ese modo, y hacerlo tan bruscamente quizá no había sido la mejor idea. Sin embargo, Lisa, tu amiga epistolar de Mondstadt, a quien conociste en una de sus visitas a la Academia, te había convencido de dejar todo atrás y empezar una vida nueva. De todos modos, no te quedaba nada por perder en Sumeru.

Te ibas a quedar con ella un tiempo, haciendo las tareas del hogar para retribuirle su amabilidad, hasta que pudieras mantenerte en pie por ti misma. Lisa pasaba la mayoría del tiempo encerrada en la biblioteca, de todas formas, y no tenía tiempo para ocuparse de la limpieza ni la cocina. Una ayuda como la tuya le vendría de maravilla, o eso era lo que te había dicho para disipar tus últimas dudas. Tampoco querías aprovecharte de ella.


. . .


Te bajaste de tu transporte, ayudada por el conductor. Buscaste a Lisa con la mirada, y la encontraste de pie, con una sonrisa en la cara. Te saludó, moviendo la mano suavemente de un lado a otro, casi coquetamente, como era característico de ella.
Tras tomar tu equipaje, que no era mucho, te acercaste a ella.

—Hola —dijiste, apenas estuvieron frente a frente.
—Hola, cariño —contestó ella —Te veo cansada. ¿Fue muy duro el viaje?
—La verdad es que sí —admitiste. Era la primera vez que estabas sobre un vehículo por tanto tiempo —. Verás...
—Déjame ayudarte —interrumpió ella, quitándote uno de tus bolsos de la mano.

Le agradeciste, y, mientras caminaban a su casa, continuaste contándole sobre los pequeños percances que viviste en tu travesía. Te quejaste de tu molesto compañero de carruaje, hablaron sobre la falta de suficientes paradas para ir al baño, y todas esas pequeñas experiencias nuevas para ti.

Antes de que te dieses cuenta, se encontraban en la puerta del que sería tu hogar desde hoy en adelante. Lisa sacó sus llaves, y abrió. Entraste, y ella cerró detrás de ti, dejando tu equipaje en el suelo.

—Bienvenida —te dijo, suavemente —. ¿Te parece si te muestro la casa, y comemos algo antes de que desempaques? Para que descanses... ¡Oh!

Antes de que ella pudiese terminar, una lágrima rodó por tu mejilla. Finalmente, estabas lejos de todo el dolor; de todas las cosas por las que tuviste que pasar en Sumeru. ¿Hacía cuánto no te encontrabas en un lugar en el que realmente te sintieses a salvo? ¿Hacía cuánto nadie era amable contigo de forma honesta? De pronto, todo lo que intentabas reprimir se desbordó por tus ojos, y tu respiración se volvió entrecortada. Sin querer, y sin ser capaz de evitarlo, dejaste salir todo.

Tu amiga se acercó a ti, ofreciéndote sus brazos, en silencio. Ella, quien había sido tu confidente y la persona que te ofreció dónde escapar cuando te sentías atrapada. Ella, quien te convenció de dejar todo atrás, en busca de tu bienestar y de comenzar desde cero. Y pensar que tu mayor apoyo terminó siendo aquella con quien intercambiabas cartas.
Dudaste un segundo, acabando por aceptar el abrazo. Lisa, quien te entendía mejor que nadie, acarició tu espalda sin musitar palabra hasta que paraste de llorar.

Tras ello, Lisa te llevó a la habitación que preparó para ti, y te recostaste en la cama. Rápidamente, te quedaste dormida.

Estabas tan cansada que no despertaste hasta el día siguiente, con el desayuno preparado sobre la mesa, una nota de Lisa con instrucciones de cómo llegar a un pequeño café donde te había conseguido trabajo como camarera, y la casa vacía.


. . .


—Bien, todo listo —te dijiste a ti misma, poniéndote las manos en las caderas.

Hoy, te tocaba a ti cerrar el café en el que ya llevabas dos semanas y un par de días trabajando. Acababas de terminar de limpiar la última mesa, y te preparabas para marcharte a tu hogar.

Te cambiaste el uniforme sin prisas, y tomaste tus cosas para retirarte. Apagaste las luces del café, y saliste. De forma relajada, echaste el cerrojo, y, tarareando, empezaste a caminar por el callejón en donde se encontraban todas las puertas traseras y basureros de las tiendas de la zona, que solo los trabajadores utilizaban. Debido a tratarse de un lugar que casi nadie frecuentaba, no estaba muy bien iluminado.

Como todos los días que te tocaba el turno largo de tarde, era ya de noche cuando salías del trabajo, y reinaba el silencio en las calles de Mondstat. Sin embargo, la zona donde te encontrabas era pacífica, así que no era problemático para ti irte a casa sola a esa hora.

Ibas distraídamente por el callejón, pensando en qué cocinar para Lisa —pues ella siempre llegaba bastante tarde debido a su trabajo—, cuando escuchaste algo metálico caer a tus espaldas. Exaltada, te giraste rápidamente. Lo que viste hizo que tu corazón diese un vuelco. Eran dos Magos del Abismo, vestidos de blanco y azul, que, flotando, habían dejado caer una tapa de basurero al suelo por accidente.

Abriste los ojos de par en par, y tragaste saliva, intentando no hacer ruido. Tal vez, si pensaban que no los habías visto, te dejaran en paz. Te diste la vuelta, y empezaste a caminar nuevamente, temblando. No eras precisamente alguien con habilidades de lucha, y aunque lo fueses, no traías contigo algún arma para defenderte. Sabías lo altamente peligrosos y hostiles que eran esos seres.

Sin embargo, y a pesar de tus esfuerzos, ellos ya se habían dado cuenta de tu presencia, y de que tú de la de ellos. Uno de ellos dijo algo en su idioma, que no lograste comprender, y ambos se lanzaron detrás tuyo.

Asustada, echaste a correr.

Enredaderas [ Tú x Diluc / Tú x Kaeya ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora