Desaparición

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XIX
Desaparición

Kaeya se paseaba de un lado a otro del pasillo, impaciente, mientras Diluc daba instrucciones al personal de la Posada Wangshu, tras no encontrar muchas pistas sobre la razón del ataque. Aparte de la confirmación de Kaeya de que no se habían llevado ni una sola de sus posesiones, y después de que los trabajadores del lugar le informaron que, además de ambos guardias, un sirviente de la cocina se había esfumado, no averiguó nada más. No tenía sentido.

—¿Y?—preguntó el moreno una vez Diluc se acercó a él, desordenándose el cabello azul con los dedos—.  ¿Qué vamos a hacer ahora? Este ataque no parece tener ni un propósito además de molestarnos. Vaya mierda.
—Sí—contestó el pelirrojo, juntando las cejas, sin siquiera molestarse por el uso del lenguaje del Capitán. La verdad es que sí era una mierda de situación—. Supongo que cambiarnos a otras habitaciones por hoy, y partir de aquí mañana, tan pronto como salga el sol.
—Ajá, ya me lo parecía—Kaeya suspiró, asintiendo—. Se lo haré saber a T/N, mientras tú arreglas lo demás con los de la posada.

Diluc, sin responder, se dio media vuelta para hacer lo que el hombre había sugerido. Pensaba patrullar los alrededores en un rato, solo por si acaso, después de charlar con el personal y organizar sus nuevos lugares para pasar la noche. Sin embargo, mientras se dirigía hacia donde hablaría con la persona a cargo, algo lo detuvo. Ese algo se trataba de la voz de Kaeya llamándole, con el tipo de urgencia que solo podía significar una cosa: algo había pasado. Algo malo. Y, considerando que, cuando se giró para enfrentarse al moreno, él estaba parado frente a la puerta abierta de tu habitación, tenía que ver contigo.

Diluc prácticamente corrió a ver qué demonios alteró tanto al Capitán, y cuando se encontró con el lugar casi vacío, salvo por el cuerpo inerte de Emil en el suelo, el corazón le dio tal vuelco que sintió el mundo se caía a pedazos.

—No está—musitó Kaeya, como si quisiera confirmar que sus ojos no le estuvieran jugando una mala pasada. Se giró violentamente hacia el Maestro del Viñedo—. ¡No está! ¿Qué demonios? ¡Maldita sea!

Diluc se quedó congelado en su sitio mientras el caballero entraba a trompicones al lugar, arrodillándose junto a Emil para tomarle el pulso. Suspiró, levemente aliviado.

—Está vivo—comentó.

El pelirro salió de su estupor. Atravesó la entrada con rapidez y eficacia, fingiendo una calma que estaba muy lejos de sentir. Analizó la estancia, notando tres cosas: en primer lugar, tampoco se encontraba ahí la sirvienta; en segundo, no había signos de resistencia; y, en tercero, la ventana estaba abierta. Una idea aterradora le cruzó la mente, y se acercó a esta última lo más velozmente que sus pies le permitieron. No quería ni pensar qué habría pasado si tú y la sirvienta fueron empujadas o cayeron a través de ella, considerando que estaban a una altura que habría matado a cualquiera. Se asomó, y no vio nada fuera de lugar en la hierba, cientos de metros por debajo de él, iluminada suavemente por la luz que salía de la posada. De pronto, una brisa le azotó la cara. El viento traía restos de energía elemental Anemo consigo. Apretó la mandíbula, uniendo los puntos. Y se odió a sí mismo por ser tan estúpido.

—...¿Diluc?—preguntó Kaeya, notándose muchísimo más nervioso de lo normal ante el silencio de su medio hermano. ¿Y si te había pasado algo? ¿Por qué le importaba tanto?

Diluc apretó los puños, dejando pasar un par de segundos, sumido en un silencio aterrador. De pronto, posó las manos sobre el marco de la ventana, apretando tan fuerte que saltaron astillas. Una voluta de humo salió desde bajo sus palmas, y Kaeya, presintiendo que el pelirrojo estaba apunto de prender fuego a la madera, le envolvió la muñeca con los dedos, obligándolo a parar.

—¡Diluc!

Él, finalmente, reaccionó.

—Audrey—empezó, con la voz cargada de algo que Kaeya no logró identificar—. Audrey se la ha llevado. Y es mi culpa.

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En la terraza de la posada, un hombre de apariencia joven miraba a la distancia, con los brazos apoyados sobre la barandilla. Esperaba que le llevaran su plato favorito, relajándose tras otro día de luchar durante horas contra diversos monstruos que amenazaban la paz de Liyue, su tierra natal.

Si bien era paciente, y sabía que los trabajadores de Wangshu estaban particularmente ocupados debido a ciertos visitantes provenientes de Mondstadt, le extrañaba que se tomasen tanto tiempo. Normalmente, solían priorizarlo por sobre el resto de la clientela. Las ventajas de ser un Adeptus, suponía él. Bueno, eso y su nula capacidad—e interés—para ser amistoso.

Se irguió, pensando en que tal vez sería mejor retirarse por esa noche y no seguir esperando, cuando una ráfaga de viento cargada de energía elemental Anemo subió desde varios metros debajo de donde se encontraba. Sin expresión alguna en el rostro, se inclinó para ver qué la había provocado, curioso. Se sentía como si la corriente de aire tuviese cierta malicia entremezclada en ella, y ello podía significar problemas.

A varios cientos de metros, en el suelo, vio a una pequeña figura vestida con ropas que parecían ser las de una sirvienta aterrizar suavemente sobre la hierba, claramente ayudada por su poder. Enfocó mejor la vista, frunciendo las cejas levemente cuando la mujer comenzó a correr con una agilidad y rapidez impropias de alguien con ese trabajo. Sin mencionar que cargaba, con facilidad, con el cuerpo de otra persona aparentemente inconsciente, llevándoselo lejos de ahí.

No había que ser un genio para saber que algo estaba mal. Y, usualmente, Xiao lo dejaría pasar. Lo que hicieran los seres humanos no era problema suyo, después de todo. Pero había algo que le decía que debía intervenir, y sus instintos jamás le habían fallado. Ignorarlo no parecía ser buena idea.

Refunfuñando, tomó la lanza con un mano, escribiendo una nota con excelente caligrafía con la otra. La dejó sobre la mesa, y se esfumó.

Un rato después, el trabajador que finalmente le llevaba su plato de comida vio el papel pulcramente doblado, bajo una piedra para que no se lo llevara el viento, y lo tomó entre sus dedos. Una vez leyó lo que el Adeptus había escrito, ahogó un grito y corrió a toda velocidad hacia uno de los guardias, entregándole la nota y explicando dónde la había encontrado. El guardia se puso pálido, y, con la misma desesperación que el otro, se fue en dirección a las habitaciones donde sabía se alojaban el Maestro Diluc y sus acompañantes, quienes acababan de descubrir tu desaparición.

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Notas:
Dicho y hecho, aquí va otro. Espero no me odien mucho por el cliffhanger de estos dos últimos capítulos, y la aparición del rey de los emos compense la tensión(?). Espero ustedes quieran tanto a Xiao como yo, jaja.
¡Feliz lectura!♡

- Kath *✲゚*

Enredaderas [ Tú x Diluc / Tú x Kaeya ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora