Alianza

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VI
Alianza

Hacía varios días ya del incidente, y Diluc decidió era tiempo de contactar a la Gran Maestra Intendente de los Caballeros para intercambiar información al respecto. Seguramente se trataba de algo serio, puesto que nada se dijo públicamente de lo ocurrido, y, sin que los civiles lo notaran, la vigilancia nocturna había aumentado. El hombre imaginaba que, tras bambalinas, se estaba realizando algún tipo de investigación. Y, de ser así, le interesaban los descubrimientos de la misma. Para ello, era necesario hablar con Jean.

Se levantó de su silla, cuidando no hacer movimientos muy bruscos. Sacudiéndose la chaqueta, se dirigió hacia la puerta de su estudio. Sin embargo, antes de que lograse cruzarla, alguien golpeó desde el otro lado, y esperó a que él le respondiera.

En vez de alzar la voz, el pelirrojo simplemente giró la manilla, y abrió. Se encontró de frente con una sirvienta con el rostro cubierto de pecas, quien hizo una leve reverencia.

—Maestro Diluc -la voz le temblaba ligeramente—. La Gran Maestra Intendente ha venido a verle.

—Gracias, Audrey. La recibiré en mi estudio.

La aludida pareció sorprendida de que el hombre recordase su nombre. Era nueva en el lugar, y no esperaba que alguien como Diluc, con el semblante siempre serio y cara de pocos amigos, se tomase la molestia de aprender los nombres de quiénes le servían. Hizo otra reverencia, y se retiró.

Poco después, Jean, Audrey y un mayordomo subían la escalera. La segunda llevaba una bandeja con dos tazas de té y galletas, que dejó sobre la mesa de centro de su amo. Audrey parecía tímida, y constantemente nerviosa. Como un perrito callejero. El mayordomo, por otro lado, se veía seguro de sí mismo, alto, y confiado. Le envolvía un aire de misterio.

—Maestro Diluc -habló este, saludándole solemnemente—. Nos tomamos la libertad de preparar algo, debido a la hora. ¿Hay algo más con lo que le pueda ayudar?
—Gracias, Antoine. Solo asegúrate de que tengamos privacidad, no quiero interrupciones -contestó Diluc.

El hombre asintió, ajustándose el traje. Hizo un ademán con la mano, indicándole la puerta a la chiquilla con pecas, y ella se dirigió a la misma. Antoine le siguió, cerrando detrás de sí. Solo entonces, Jean habló.

—Escuché que saliste herido -su rostro expresaba genuina preocupación.
—Nada de qué preocuparse, Jean. Además, no creo sea esa la razón por la que viniste a verme. ¿Me equivoco?
—Siempre igual, directo al grano—Jean sonrió—. ¿Te han dicho lo poco amigable que eres?
—Todo el tiempo.

La mujer pasó junto a Diluc, y se sentó en uno de los sillones, acariciando el tapizado rojo oscuro con la yema de los dedos.

—Me sorprende haya sido yo la primera en venir a verte, Diluc—el aludido evitó decir que, justo antes de que ella llegara, planeaba justamente hacer eso-. Creo que es necesario que tú y yo hablemos de lo que pasó hace unos días, y de la muchacha a la que salvaste esa noche.

Diluc alzó una ceja, pero no interrumpió a la Gran Maestra Intendente. Ella continuó, relatando lo que había pasado cuando se encontró contigo en la casa de Lisa, y repitió la historia que tú le habías contado.

—¿Entiendes lo que esto implica, Diluc?
—Implica que el ataque de los Magos del Abismo no es algo al azar, y, por lo tanto, probablemente no sea algo aislado. Lo que explica el aumento en la seguridad de la ciudad-el hombre caminó por la estancia, preocupado—. Quizás se trate de algo grande; grande y problemático.
—Precisamente.
—Sin embargo, no entiendo qué tiene que ver la chica en todo ello. ¿Crees que el ataque y la extrañeza de su Visión estén relacionados?

Jean negó con la cabeza.

—Los Caballeros creemos que es demasiado pronto como para sacar conclusiones—Jean se acomodó en su puesto—. Tal vez sea algo accidental; puede ser que ella se haya confundido por la adrenalina del momento con respecto a lo que sintió. Es posible que el ataque de los Magos sí se trate de una simple muestra de violencia sin razón y que justo ella haya tenido mala suerte, obteniendo su Visión en el proceso. O quizá sí son dos eventos a gran escala que están ocurriendo, y que se relacionan de algún modo.
—No pregunté qué pensaban los Caballeros. Pregunté qué creías tú, Jean.

Él entendía que, al ser la Gran Maestra, la mujer no podía simplemente contestar su pregunta como si nada. Su cargo conllevaba una gran responsabilidad.

—¿Yo? Yo no creo que esto sea algo tan simple como una casualidad. Y, precisamente por ello, es que estoy aquí.
—Quieres que te ayude. Quieres que ayude a Los Caballeros.
—Sí, y no. Quiero que protejas a Mondstadt.

Jean se levantó, para posteriormente alzar el brazo derecho levemente. Diluc comprendió que tendría que aliarse con Jean, a las espaldas de los organismos oficiales, con el objetivo de mantener a su ciudad a salvo. Y, a pesar de su desagrado por los Caballeros y todo lo que su amiga representaba, entendía que era necesario. Además, no sería la primera vez.

El hombre, entonces, se acercó a ella y le estrechó la mano, sellando, sin saberlo, su destino.

Enredaderas [ Tú x Diluc / Tú x Kaeya ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora