Asesinos

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XII
Asesinos

Lisa terminó de secar los platos, y los guardó. Acababa de cenar, sin compañía, por primera vez desde hacía varios días. En el último tiempo, ella y tú estaban siempre juntas a esa hora, charlando tanto de temas serios como cuestiones cotidianas. Sin embargo, desde hoy, tú te quedarías en casa de Diluc, por tu protección y la de Mondstadt. Sabía que ahí estarías mejor que con ella, pero no podía evitar preocuparse. Esperaba no pasara nada peligroso, y que te sintieras cómoda. No dejaba de repetirse lo que Jean le dijo, aquello sobre no culparse a sí misma por todo lo que estaba pasando.

En su cabeza se arremolinaban un montón de pensamientos relacionados a ti, cuando escuchó que alguien tocaba la puerta. ¿Quién diablos sería a esa hora? Ya había anochecido, y no recordaba estar esperando visitas. Por alguna razón, todo su cuerpo se tensó. Su instinto le decía que algo no andaba bien, aunque no sabía qué. Invocó su catalizador, y, acercándose a la entrada, preguntó:

—¿Sí?

Como respuesta, tres nuevos golpes sobre la madera.

—¿Quién es?

Esta vez, nadie contestó. Lisa posó la mano sobre el picaporte, sin embargo, antes de que pudiese girarlo, la puerta estalló en mil pedazos, empujándola hacia atrás por el impacto. Un hombre grande atravesó la estancia a gran velocidad. Llevaba consigo un mandoble acorde a su tamaño. Lisa, en el suelo, alcanzó a reaccionar y lanzó un rayo en su dirección. Este pegó de lleno en el pecho del extraño, quien cayó de espaldas. Entonces, Lisa observó que, detrás del sujeto recién derribado, un grupo de cuatro personas más se acercaba hacia ella. No logró distinguir su sexo, puesto que llevaban capas negras.

—¿Estás bien?—una voz masculina emergió de una de las sombras, dirigiéndose a su compañero caído.

El aludido se incorporó en respuesta, al mismo tiempo que Lisa lograba levantarse. La mujer sintió una punzada de dolor en el tobillo. Se había doblado el pie. Ignoró la sensación, y se dirigió a sus atacantes.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?
—Sabes qué queremos—espetó una mujer—¿Dónde está la chica?
—¿Qué chica?—Lisa se hizo la tonta, aunque sabía perfectamente a quién se refería.
—Supongo que no lograremos sacarle nada por las buenas—otra voz masculina.

Antes de que ninguno de los extraños fuese capaz de responder, Lisa volvió a atacar.

. . .

—¡Rápido!—Kaeya gritó, corriendo, mientras sus hombres le seguían de cerca—¿¡Cómo es posible que nadie estuviese vigilando justo esa calle, a esta hora!? ¡Mierda!

Los Caballeros de Favonius habían recibido noticias de la conmoción rápidamente por parte de los vecinos. Al tratarse de un ataque a la mismísima Lisa, Kaeya tomó parte en la acción al instante. Jean quiso hacerlo también, pero sus responsabilidades como Gran Maestra Intendente se lo impidieron. El moreno llamó a un par de hombres, y rápidamente se dirigieron al lugar.

Una vez allí, se encontraron una escena desastrosa. Dos hombres yacían en el suelo, sin vida, llenos de quemaduras por electricidad, fuera de la casa de Lisa. En la entrada, una mujer estaba en el suelo, gravemente herida. Y, en lo que quedaba del edificio, un hombre de gran tamaño con un gigantesco mandoble, y una catalizadora que lanzaba un ataque tras otro. Frente a ellos estaba Lisa, con la ropa hecha jirones y manchada de sangre. Apenas podía mantenerse en pie. Se defendía con fiereza, pero perdía fuerza rápidamente.

—¿¡Dónde está?!—le gritó la invasora.

Lisa, a modo de respuesta, cayó al suelo, derrotada. No podía hablar. Antes de que le atacaran nuevamente, Kaeya se lanzó hacia las dos personas que intentaban acabar con ella. Un par de sus caballeros le siguieron, y los demás revisaron los cadáveres de aquellos de los que Lisa se deshizo.

El moreno derribó al hombre físicamente más imponente, y el resto detuvo a la mujer. Kaeya atravesó a su enemigo. Este último, sin dudarlo, sacó una daga que llevaba oculta, y se cortó el cuello. El capitán le miró, perplejo. Con el objetivo de evitar que le atraparan, el desconocido había cometido suicidio, sin dudarlo ni un segundo.

Sacudió su espada de sangre, y ordenó a sus hombres con urgencia que le dieran primeros auxilios a Lisa, quien había perdido el conocimiento, y se la llevaran del lugar

—¡Capitán!—escuchó a lo lejos. Un Caballero corría hacia él.
—Dime qué ocurre. Rápido—contestó.
—No sé cómo decirle esto, pero todos los atacantes se han suicidado para no ser interrogados.
—¿Qué? ¿Todos?
—Así es. Y, además...

El Caballero le pasó un pedazo de tela a Kaeya. Sobre este, se dibujaba el símbolo de los Fatui. Eso significaba que, los atacantes, eran nada más y nada menos asesinos pertenecientes a la organización. Kaeya pensó en lo que les escuchó preguntar a Lisa, y comprendió que todo eso tenía que ver contigo. Seguramente, pensaban que tú aún te alojabas ahí, aunque desconocía cómo tenían esa información.

Kaeya frunció el ceño visiblemente. Las cosas empeoraban cada vez más, y nadie sabía por qué. ¿Cuál era la razón de que los Fatui fuesen tan lejos por una chiquilla de Sumeru? ¿Por qué tu Visión era diferente a las demás? Y ¿cómo diablos habían entrado a Mondstadt tan fácilmente?

No pudo evitar, además, pensar: "¿Cómo le diré a t/n que atacaron a Lisa buscándola a ella?". Encima, le habían herido gravemente. Kaeya apretó la mandíbula, sumamente preocupado.

—...¿Capitán?

El aludido sacudió la cabeza, como intentando deshacerse de lo que le acomplejaba.

—Limpien este desastre. Yo volveré con la Gran Maestra Intendente y reportaré lo sucedido. Asegúrense de que Lisa reciba la mejor atención médica.
—¡Sí, señor!

Dicho esto, el hombre fue hacia sus compañeros a comunicar las órdenes de su capitán. Kaeya, con paso firme y apresurado, se dirigió a la sede de los Caballeros de Favonius, preparándose mentalmente para lo que venía por delante.

Enredaderas [ Tú x Diluc / Tú x Kaeya ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora