—¿Estás segura de que no me estás mintiendo Taissa?.
Cada vez que mamá clavaba la mirada en mí tan fijamente me hacía sentir como si intentara extraer mis pensamientos de alguna forma.
—¿Por qué tendría que mentirte? Ese nunca ha sido nuestro juego —intenté sonar convincente.
—Hija —dijo acomodando mi cabello por delante de mis hombros —, solo me preocupa que te relaciones con ciertas personas que no puedan aportar nada bueno a tu futuro.
—Ah, así que todo es por Olympia. ¿Verdad? —Hice una pausa —. Tranquila mamá, me mantendré alejada de ella si eso es lo que te preocupa, yo ya tengo a mis mejores amigas.
—Me alegra que lo entiendas bebé —dijo mamá regalándome una amable sonrisa.
Cogí la chaqueta roja colgada en el perchero junto a la escalera, le di un beso a mamá y salí rápidamente.
La casa de Becca quedaba a poco menos de siete cuadras de la mía. Decidí ir caminando y aprovechar el paseo nocturno para despojarme de la incomodidad que sentía entre la condescendiente respuesta que le había dado a mi madre y el hecho de que le había mentido sobre la noche con el grupo de estudios. Nunca me había gustado la idea de salir a escondidas de mi casa, como solía hacerlo Maia, y mentirle en la cara a mamá me hacía sentir aún más culpable, pero siendo honesta ir a una fiesta con mis amigas de vez en cuando no me parecía tan malo como mi madre lo hacía sonar. Confiaba demasiado en mi compromiso con la escuela como para creer que divertirme un poco interferiría con mi desempeño en ella. Sin embargo, intentar convencer a mamá de ello era una discusión que hace mucho rato había decidido ahorrarme por el bien de las dos. Sobre todo porque mamá parecía estar al fin recuperándose de su ruptura con papá luego de pasar meses en terapia, la cual había decidido abandonar a pesar de intentar convencerla de lo contrario.
Nos detuvimos en un vecindario cercano a la autopista principal, la calle estaba bloqueada por algunos de los autos y motocicletas que durante la semana llenaban el aparcamiento de la escuela. Hannah tuvo que estacionar el Hyundai negro, que le habían dado sus padres como regalo de cumpleaños, en el único lugar desocupado que encontramos en una cuadra aledaña. La casa de Jace era similar a todas las otras casas del barrio. En su jardín abundaban las flores violeta y el camino de entrada estaba marcado por pequeños faros de colores cuyas luces se reflejaban en las lentejuelas de la ceñida falda de Becca.
Cruzamos la puerta de entrada y saludamos a un grupo de segundo año que se encontraba bebiendo aglomerado en el pasillo principal. Nos acercamos a lo que parecía ser la sala de estar. En el centro del cuarto se situaba un gran sillón marrón y los muebles que lo acompañaban estaban totalmente vacíos. Probablemente Jace se había tomado el tiempo de guardar todo para asegurarse de que, en caso de que todo saliera mal, el castigo de sus padres no fuera de por vida.
Becca levantó la vista del teléfono y estiró el brazo para realizar una seña a Edward que se encontraba en el otro extremo de la sala. A pesar de la multitud, no era difícil reconocer al chico incluso a distancia, su rizada cabellera rojiza resaltaba sobre el resto de los chicos y siempre llevaba puesta la chaqueta naranja de los Antílopes. Siempre.
Edward se acercó a nosotras en compañía de otro sujeto notoriamente menor.
—¡Hey chicas! Qué bueno que vinieron. Este es mi nuevo amigo Jace, el dueño de casa —nos dijo mientras le daba pequeñas palmaditas al otro chico en la espalda.
Observé a Jace un momento, era de contextura delgada y su pelo castaño cubría parte de su cuello. Parecía entusiasmado con la fiesta pero la rojez de su cara dejaba entre ver que también estaba algo nervioso. Seguramente no había tardado en entender que para los novatos la forma más rápida de encajar en la secundaria era uniéndose a un club importante u organizando una gran fiesta que los transformara en los futuros herederos del legado de la popularidad. Probablemente Jace se convertiría en el nuevo anfitrión de las fiestas organizadas por el grupo de básquetbol hasta que encontraran a otro novato que estuviera dispuesto a limpiar el desastre que puede dejar media secundaria reunida fuera de la escuela.
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Todo lo que debes hacer es quedarte
Novela JuvenilTaissa Gilligan tiene un plan: terminar la secundaria con su hoja de vida perfecta y entrar a la UDMI como ha soñado desde pequeña. Ella y su madre han trabajado duro para conseguir una plaza en la universidad: notas perfectas, puntos extras por ac...