Para la mayoría de los estudiantes de Treverton Secondary, finalizar el semestre significa al menos dos cosas: estrés por el baile escolar y estrés por los exámenes finales. En todo caso, el caos que conlleva planear el baile perfecto, elegir el vestido adecuado, conseguir tu cita ideal, pelear por la corona y asegurarte de haber vivido la mejor noche de tu vida con tus mejores amigos; compensaba totalmente el ritual previo a la semana de exámenes. Ya sea por costumbre o tradición, la escuela parecía entrar en una especie de "stand by" en esos días. Los pasillos no se llenaban de novatos alborotados, las bandas y los clubes no intentaban acaparar toda la atención para ellos y sobre todo, por extraño que parezca, las protestas se detenían hasta nuevo aviso. Seguramente esta era la semana favorita del Sr. Reagan y en este momento posiblemente esté disfrutando del oasis junto a su cajón lleno de golosinas.
Ser presidenta del cuerpo estudiantil significaba todo lo anterior mencionado multiplicado por mil. Además de cumplir con el programa que había prometido en mi candidatura, intentaba preocuparme por todos los alumnos y profesores que necesitaran apoyo durante los exámenes. Básicamente había pasado de ser alumna regular, a ser presidenta y luego asistente de la consejera.
Cuando el timbre sonó luego del primer periodo, mis amigas me interceptaron en la puerta del salón para aprovechar el único momento libre que tendríamos durante el día. Doblamos por uno de los pasillos camino a la cafetería y me detuve al ver de lejos al señor Reagan conversando con Olympia. Sentí como el estómago me daba vueltas. Aún no estaba lista para enfrentarme a Olympia Lunsford otra vez y mucho menos a su indiferencia, lo cual era irónico considerando el hecho de que hace unos días me había plantado en la puerta de su casa esperando que ella por alguna razón apareciera.
Decidí inventar una excusa rápida para devolverme y evitar la situación.
—¡Qué distraída! —exclamé utilizando todas las habilidades que la clase de improvisación teatral me había entregado alguna vez.
—¿Qué pasa Tai?
—Olvidé mi estuche en la sala, iré a buscarlo. Espero que el profesor Smith aún se encuentre ahí.
—¿Quieres que te acompañemos?
—¡No! -respondí tajante y mis amigas me miraron extrañadas—. No es necesario. Adelántense y yo las alcanzo luego. ¡Las amo!.
Me alejé antes de que pudieran contestarme de vuelta.
Me dirigí nuevamente hacía el sector de la clase de literatura, pero en lugar de entrar al salón, me metí al baño que estaba justo en ese pasillo, para hacer un poco de tiempo antes de volver con mis amigas.
—Eh...¿Puedo usar el lavamanos? —preguntó una chica que acababa de salir de uno de los cubículos.
—Claro —respondí con amabilidad y me hice a un lado para que la chica pudiera usar el lavamanos en el cual yo estaba apoyada, ignorando el hecho de que tenía al menos otros tres lavamanos desocupados a su disposición. Quizás ese era justo su favorito. O quizás había despertado esta mañana con ganas de amargarle el día a alguien al azar. De todas formas me quedé de pie junto a ella observándola con atención mientras se lavaba las manos. Vamos a tener un momento incómodo, pero no el que tú querías.
La chica se marchó y yo me quedé un momento más esperando. Antes de salir del baño, me eché una mirada en el espejo y acomodé mi cabello. Por suerte había otro camino para llegar a la cafetería, así evitaría encontrarme con el Sr Reagan y Olympia en caso de que aún siguieran con su charla de medio pasillo.
Me detuve en la entrada de la cafetería, busqué a las chicas con la mirada y me acerqué a la mesa donde se habían acomodado junto al grupo del taller de teatro.
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Todo lo que debes hacer es quedarte
Novela JuvenilTaissa Gilligan tiene un plan: terminar la secundaria con su hoja de vida perfecta y entrar a la UDMI como ha soñado desde pequeña. Ella y su madre han trabajado duro para conseguir una plaza en la universidad: notas perfectas, puntos extras por ac...