—Entonces...¿Qué sucederá ahora? —preguntó Olympia mientras salíamos del aparcamiento —Te vi hablando con el Sr Reagan antes de unirte al grupo.
—No lo sé. Lo sabremos el lunes supongo, cuando nos presentemos en su oficina. Solo espero que esto haya valido la pena.
—Desearía haber visto su cara al ver como su alumna prodigio se unía al lado oscuro. A puesto que nunca se lo imaginó.
—Ni yo, para ser honesta —respondí—. Todo eso de las protestas no es exactamente una estrellita dorada para mi postulación a la universidad.
Saqué mi teléfono del bolso y limpié la pantalla con la única parte seca que quedaba de mi sweater. Esta era la tercera vez que el teléfono de papá me enviaba al buzón. Ya estaba comenzando a asumir que tendría que volver caminando a casa.
—Realmente este es tu sueño ¿no? —preguntó Olympia con tono reflexivo—Terminar la escuela con el currículo perfecto, ir a una prestigiosa universidad y convertirte en una empresaria intachable.
—Sí Bueno, he trabajado todos estos años por ello. He invertido mucho tiempo y energía entre las pasantías, los créditos extras y mis calificaciones. Sería absurdo arruinarlo ahora.
—Suena a toda una vida planeada. Apuesto que a los 12 años ya tenías una placa corporativa con tu nombre sobre el escritorio.
—Fue a los 10, de hecho —Olympia soltó una pequeña risilla—. Y era un prendedor, me lo regaló mi abuelo.
Saqué mi teléfono para marcarle a papá una vez más, pero ahora él me había dejado un mensaje de texto explicándome que estaba atrapado en una reunión y que no podría venir por mí.
—Genial —pensé en voz alta—, estoy empezando a congelarme con la ropa mojada y tendré que ir caminando a casa.
—Y al parecer comenzará a llover de nuevo —Olympia estiró su mano para sentir las gotas que comenzaban a caer con suavidad—. Tengo una idea.
Me tomó del brazo de forma sorpresiva inclinándome hacía ella para que le siguiera el paso y comenzó a correr.
—¿A dónde se supone que vamos? —pregunté descolocada.
La chica no respondió y simplemente se limitó a mirarme hacia atrás y sonreír.
Corrimos por lo que parecieron dos cuadras largas y luego disminuimos el paso. Nos detuvimos frente a una casa con un amplio patio delantero y revestimiento de piedra en su exterior que le daba un toque especialmente elegante en comparación al resto de las casas del barrio.
—Y bien...—dije esperando alguna explicación—. ¿Qué hacemos acá?.
—Bueno... Yo duermo acá. Al menos la mayor parte del tiempo —Ahora estaba aún más confundida—. Pero ahora vamos a secar nuestra ropa.
Caminó hacia la puerta e introdujo la única llave que llevaba en el bolsillo de su chaqueta.
—Bienvenida a la casa Lunsford. Tenemos secadora, café y mantas para esperar a que tu ropa esté limpia y seca otra vez —agregó con cordialidad, tal como lo haría el recepcionista de algún hotel decente.
—Tu casa es... hermosa —dije luego de tomarme un breve momento para observar la decoración. La entrada daba directamente a la sala de estar. Todas las paredes eran blancas excepto una que estaba pintada color esmeralda y sostenía un enorme cuadro ubicado justo en el centro, cuyo marco dorado combinaba con el resto de los adornos y fotografías. Los sillones, cortinas y alfombra iban a juego con la misma tonalidad de verde y toda la composición transmitía una armonía increíble.
ESTÁS LEYENDO
Todo lo que debes hacer es quedarte
Novela JuvenilTaissa Gilligan tiene un plan: terminar la secundaria con su hoja de vida perfecta y entrar a la UDMI como ha soñado desde pequeña. Ella y su madre han trabajado duro para conseguir una plaza en la universidad: notas perfectas, puntos extras por ac...